La conciencia de la palabra, un arduo ejercicio espiritual Teología, palabra frágil
"Ser conscientes de la palabra es un arduo ejercicio espiritual. A medida que vamos entrando en su terreno nos damos cuenta que el bello oficio de hablar y escribir es reempalabrar la realidad"
"Desde este horizonte, repensar la teología es un ejercicio urgente y necesario que debe pasar por la conciencia de la palabra, la nuestra y la de Dios, mejor, la nuestra en la que la de Dios se vuelve presencia y cercanía"
"La palabra pronunciada desde Dios vive y revienta todo dogmatismo, todo concepto, toda elucubración"
"Retornar para asumir la fragilidad, aquí se puede entrar de nuevo en la opción radical de Dios: compartir presencia y palabra para construir historia"
"La palabra pronunciada desde Dios vive y revienta todo dogmatismo, todo concepto, toda elucubración"
"Retornar para asumir la fragilidad, aquí se puede entrar de nuevo en la opción radical de Dios: compartir presencia y palabra para construir historia"
| Luis Fernando González Gaviria
“La Palabra se hizo fragilidad…” Juan 1,14
Ser conscientes de la palabra es un arduo ejercicio espiritual. Ella nos forma y nos deshace, allí radica su fuerza creadora. Se teje en el silencio y reclama su puesto en el interior del ser humano, por eso es espiritual, porque no puede ser auténtica sino brota desde la intimidad. Quien vive de la palabra entiende que lo más divino se da en el lenguaje.
Toda persona tiene necesidad de palabra. Por eso, cuando contamos, nos contamos; al decir, nos decimos y exponemos. La palabra deja de ser forma y se convierte en rostro, toma carne, crea mundo. A medida que vamos entrando en su terreno nos damos cuenta que el bello oficio de hablar y escribir es reempalabrar la realidad. La palabra nos ha sido dada, es herencia, es don. Solo seremos humanos cuando seamos capaces de darnos en su letra.
Desde este horizonte, repensar la teología es un ejercicio urgente y necesario que debe pasar por la conciencia de la palabra, la nuestra y la de Dios, mejor, la nuestra en la que la de Dios se vuelve presencia y cercanía. Este replegarse en la reflexión es el primer paso para gestar el verbo, sin él sería imposible decir algo. Desde este ángulo se entiende que lo más humano que tenemos es la palabra, nos constituye, nos hace, nos destruye. La palabra es lo más poderoso y al mismo tiempo lo más frágil, por eso es humana, parida en nuestra vulnerabilidad, tejida en nuestra existencia precaria como amparo y refugio. La teología no puede olvidar que su letra tiene génesis de carne, es de esta orilla, es del más acá.
"Quien vive de la palabra entiende que lo más divino se da en el lenguaje"
Las opciones de Dios se atisban en la construcción de la historia cuando se toma en serio, allí se captar el sentido de su hablar; su palabra es acción, no especulación (Cfr. Gn 1,1ss). La palabra pronunciada desde Dios vive y revienta todo dogmatismo, todo concepto, toda elucubración. Aquí se expone el peligro de totalizar el lenguaje, cada vez que se ha hecho, el ser humano ha perdido libertad de hablar y expresar, ha caído en la inercia del decir mecánico como dictado. Habitar la palabra es ser de verdad, es entender que Dios va ampliándose en el lenguaje humano, donándose en nuestra lengua para ser acogido o rechazado. Así, la palabra de Dios es la palabra que Dios, en medio de los hombres y dirigiéndose a todos los hombres (sea escuchada o no lo sea), ha hablado, habla y hablará. Es la palabra de su acción en los hombres, en favor de los hombres y con los hombres. Precisamente su acción no es una acción muda, sino una acción que, como tal, es hablante (Karl Barth – Introducción a la teología evangélica).
"La palabra pronunciada desde Dios vive y revienta todo dogmatismo, todo concepto, toda elucubración"
El presente que moramos nos va deslizando hacia una penuria lingüística, hoy hacen eco palabras fuertes, palabras que están de moda, palabras empoderadas. Desde esta elección se va habitando y creando la realidad. Lenguaje, ser humano y mundo se reclaman, allí entendemos la escasez de palabra que padecemos hoy, y que nos ha llevado a formar un caos. Por tanto, “para los terapeutas formados en la escuela del texto hebraico, el ser humano vivo es un cuerpo hablante. El soplo de vida pasa por el soplo de la palabra” (Marc-Alain Ouaknin – Biblioterapia). Vivir es hablar, de allí depende nuestro posicionamiento en el mundo, más aún, de nuestra palabra depende la construcción de mundo.
Ante los alardes de fortaleza que se vislumbran en el lenguaje y que se gritan desde diversos escenarios humanos; ante el empoderamiento, palabra de moda, de la que va revistiéndose la sociedad actual; ante los discursos triunfalistas y superadores, propios de una patología agónica; la teología, vinculada con su origen, sigue siendo palabra frágil, vulnerable, finita, precaria (Cfr. Jn 1,14). En esta contradicción es donde reside su más estrecha solidaridad, pues al gestarse en los desgarros humanos, se hace caricia a todos. La teología es caricia, cosa ajena a las disertaciones fuertes y metahistóricas que ubican a Dios en otra parte.
"El presente que moramos nos va deslizando hacia una penuria lingüística, hoy hacen eco palabras fuertes, palabras que están de moda, palabras empoderadas"
Este decirse en la fragilidad lleva a asumir el mundo desde el cual se dice. No es una palabra revestida de abstracción, en la cual quedan diluidos rostros e historias, es ante todo palabra encarnada. La teología se hace desde el mundo, desde la realidad, desde una persona, así, “el teólogo nunca habla de sí mismo (objeto), pero siempre habla desde sí mismo (lugar personal). Toda teología es teología por ser teología, pero a la vez solo es verdadera cuando es teología de alguien que se pone en juego y riesgo por ella, a vida y muerte” (Olegario González de Cardedal – El quehacer de la teología). El rostro como expresión de la vida permite romper la dinámica pedante y erudita que ha hecho de la teología discurso impecable, pero lejana y obsoleta para los signos de los tiempos que suscita el Espíritu.
En medio de grandes cavilaciones, propio de nuestro contexto deseoso de lo extravagante, la teología sigue siendo palabra amparada y acogida en la fragilidad de muchos. Es vida, rostro, historia y gesto, opción de sentido capaz de trastocar lo fugaz. Su delicada palabra narra a Alguien deseoso de lo nuestro, este hablar se convierte en desafío, pues, “¿Cómo hablaría Dios? Sin lugar a dudas, el mayor anhelo consistiría en que lo hiciese según la esencia del habla humana; que hablase, no para discursear, ni para descubrir la verdad del mundo y sus leyes, sino más bien en el sentido del amparo, archigesto de la palabra humana. La palabra de Dios es el amparo, y el amparo es Dios” (Josep María Esquirol – La penúltima bondad).
"En medio de grandes cavilaciones, propio de nuestro contexto deseoso de lo extravagante, la teología sigue siendo palabra amparada y acogida en la fragilidad de mucho"
Retornar para asumir la fragilidad, aquí se puede entrar de nuevo en la opción radical de Dios: compartir presencia y palabra para construir historia. Por tanto, “recuperar la palabra es recuperar al otro, al amigo, al extraño. Porque la palabra humana es una relación de alteridad, es exterioridad y trascendencia” (Joan-Carles Mèlich – Filosofía de la finitud). La teología es servidora de la fragilidad, y desde esta lógica renuncia a toda palabra acabada y cerrada en sí misma, pues está hecha de un decirse constante hecho kénosis. Mientras haya ser humano, habrá palabra y cambio, la teología no puede escapar a esta dinámica, pues brota de la finitud. Quizá al final nos demos cuenta que la auténtica palabra es una Presencia silenciosa.
"Quizá al final nos demos cuenta que la auténtica palabra es una Presencia silenciosa"
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