José Ignacio Calleja La ecología, esa cuestión moral y política
El cuidado integral del medio ambiente como ecosistema de la vida, la Tierra como casa común de todas las criaturas, la sostenibilidad corresponsable y justa de todo lo creado despiertan un interés extraordinario en nuestra sociedad. La prueba es que un coloquio del Clúster de Ética del País Vasco, con voces de primera fila en la mesa, llena con facilidad una sala de la ciudad y consigue durante dos horas la implicación de un público que absorbe ideas como una esponja y, a la par, devuelve comentarios y preguntas nada comunes. Una conciencia ecológica que avanza a marchas forzadas y que se repite invariable en cualquier ciudad, he aquí lo nuevo. Este paso de primera hora es ya una realidad inapelable y el diálogo cívico me provoca algunas preguntas. Soy un observador interpelado por lo que ve y quiero sumar más y más precisión moral a la ecología integral del momento. En concreto, ¿qué hay de la moral antropocéntrica de nuestra cultura ante esa conciencia ecológica? ¿Vale para preservar dignamente el futuro de la vida humana sobre la Tierra y la vida de todas las criaturas según su condición?
La reflexión ecológica pone sobre la mesa una nueva forma de atender a todas las creaturas que pueblan la Tierra, y las presenta como fuente de información para que los humanos aprendamos a elegir una vida buena con todos y con todo. Por tanto, la primera lección es que la razón moral que entendíamos antropocéntrica hasta el extremo de la tiranía y, por tanto, muy sesgada, esa idea queda cuestionada por la exigencia de introducir la experiencia del mundo animal y el mundo vegetal en nuestro concepto de razón moral. En realidad, introducir todos los mundos posibles y saberlos un mundo único. Así que, en adelante, atenderemos a la experiencia que hay en todas culturas y personas sobre lo bueno, lo bello y lo verdadero. Y no solo nos procuraremos la conciencia moral hecha de experiencias humanas diversas, sino que aprenderemos de las plantas y los anímales como fuente de conocimiento moral, para asimilar sus pautas en el vivir, cooperar y transformar en bien común lo recibido en particular; o sea, amar la sabiduría práctica que habita en todo lo creado, para que una razón moral compleja e integral nos ayude a realizar la comunidad de vida de todo lo creado y sustente su casa común, que es la Tierra. Hoy y mañana, para nosotros y para las generaciones futuras; para el ser humano y para todas las especies que en el mundo son.
Me parece muy interesante la perspectiva que reclama y exige este aprendizaje moral desde los animales y las plantas, porque es de sabios atisbar qué nos está enseñando el resto de la naturaleza a los humanos para una conciencia ética más integral; y, por más integral, que reconozca el deber en nosotros y el derecho en todo lo creado a vivir con respeto la interrelación de la vida en cuanto tal, y el valor propio de cada ser y realidad creada. Bienvenida sea la razón moral que se hace cargo de este aprendizaje “de que todo está conectado con todo” y que ello genera obligaciones éticas de todos con todos y con todo (Francisco dixit).
Pero, siempre hay un pero, la razón moral humana hecha conciencia ética, liberada ya del antropocentrismo desmedido que he dicho y que sabemos depredador de recursos ambientales, tirano en sus decisiones productivas, endiosado en sus derechos sobre la Tierra y la vida, aprende de la vida animal y vegetal, pero nunca se libra de algunas obligaciones. La primera, que la nuestra es la conciencia moral de seres con inteligencia ética, capaces de diferenciar y de elegir en gran medida el bien del mal, y si podemos, debemos. Estamos condenados a elegir la dirección moral de nuestra vida personal y social, y la del ecosistema de la vida en general, y no podemos evitar la elección. Al componer la conciencia moral cada vez con más recursos y atención a la valía propia y al saber natural de todas las criaturas, ello debería darnos una conciencia moral renovada en sabiduría, en humildad, en responsabilidad, en cooperación, en toda suerte de virtudes para valorar y actuar en respeto de nuestros límites y a favor de la comunidad de vida de todo lo creado; pero sin duda, decidiendo, porque la inteligencia moral es la condición en que la vida animal se da en nosotros, los humanos; somos el único animal al que la vida no le viene resuelta por el instinto. Podemos y debemos aprender y pactar la vida en común sostenible y justa, pero tenemos que elegir. Si no elegimos, fracasaremos nosotros; y la vida animal y todas las criaturas seguirán; si elegimos mal, también fracasaremos, y nos hundimos nosotros y todas las criaturas; si elegimos bien, nos salvaremos todos. Podemos y debemos. Es nuestra condición moral entendida como responsabilidad.
Y segunda y última idea. La razón moral enriquecida hoy desde la experiencia de todas las criaturas y sus vidas, es en primer lugar, razón moral que aprende y acoge la vida de los humanos con menos medios y marginados. Porque si para salvarnos en las tierras del mundo desarrollado, la ecología que nos convoca está pensada en comunión con los animales y las plantas, pero a la medida de los pueblos enriquecidos y ajena a la mala vida de las gentes empobrecidas y excluidas, es una razón moral renovada en una nueva injusticia. Renovada en la vida de animales y plantas, e ignorante de la vida inhumana de millones de humanos sin lo imprescindible. Por eso la renovación de la conciencia moral en una ecología integral significa un cambio en los modos de producción, de consumo, de propiedad y de reparto de la riqueza sostenible en el mundo. Si el consumo de todos y cada uno es una cuestión política, la ecología integral lo es mucho más. Francisco en esto es implacable (LS).
José Ignacio Calleja
Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gasteiz