"No se comprende el 'Derecho de injerencia por motivos humanitarios' del Ejército de Israel" Israel-Gaza: La muerte del culpable no es una pena proporcionada

Tanques israelíes ante la frontera de Gaza
Tanques israelíes ante la frontera de Gaza

"Es verdad que lo que opera en Hamás es el terror y no le interesa negociar ni buscar soluciones, limitándose a la negación; que el régimen del miedo no puede colonizar la vida de las sociedades; que no se puede ni debe contemplar la inacción ante el desafío terrorista, porque no es violencia moral detener la mano del asesino sobre la víctima y el bien no admite ninguna tibieza sino la justicia y la verdad"

"¿Qué hacemos con el millón de personas obligadas a huir para no ser aniquiladas? ¿Quién puede considerar que la muerte de los terroristas sería un coste aceptable para estercolar la futura victoria del Ejército de Israel?"

No se comprende demasiado el supuesto “Derecho de injerencia por motivos humanitarios” del Ejército de Israel en un plazo de tiempo tan ridículo, cuando no se ha hecho ningún esfuerzo político por calmar la compleja situación creada por la ira infame de Hamás, ni sopesado instrumento alguno de defensa no violenta. La iniciativa judía de evacuar en algo más de 24 horas a un millón de palestinos del norte de Gaza como «un paso humanitario para reducir víctimas civiles», después de lanzar sin vacilar más de 6.000 bombas sobre la Franja indiscriminadamente, convirtiendo incluso al pueblo judío en una víctima legitimada para amenazar con “escenas difíciles de digerir”, manifiesta una cínica alianza con un nihilismo liberal, para quien la fuerza y el recurso a la violencia es el único lenguaje que entiende el mundo palestino.

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Es verdad que lo que opera en Hamás es el terror y no le interesa negociar ni buscar soluciones, limitándose a la negación; que el régimen del miedo no puede colonizar la vida de las sociedades; que no se puede ni debe contemplar la inacción ante el desafío terrorista, porque no es violencia moral detener la mano del asesino sobre la víctima y el bien no admite ninguna tibieza sino la justicia y la verdad. Pero, ¿qué hacemos con el millón de personas obligadas a huir para no ser aniquiladas? ¿Quién puede considerar que la muerte de los terroristas sería un coste aceptable para estercolar la futura victoria del Ejército de Israel? ¿O acaso es una pena proporcionada la muerte del culpable para restablecer la justicia, para preservar la sociedad en tanto que comunidad de Derecho?

“No sé qué margen hay para el diálogo entre Israel y la milicia de Hamás, pero si lo hay, y esperemos que lo haya, debe buscarse de inmediato y sin demora”. Estas palabras del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, parecen palabras banales y estúpidas ante un escenario que sólo contempla la destrucción con la pretensión de una supuesta derrota militar, pero son las únicas sensatas, las más prudentes, ante el ultimátum y la posición adoptada por el Ejército de Israel, que no es lamentablemente propia de la deliberación y el juicio que pueda conducir a la realización institucional de la paz.

Los milicianos de Hamás se apoderaron de vehículos militares israelíes
Los milicianos de Hamás se apoderaron de vehículos militares israelíes EFE

Los locos están fuera de control, y a un loco no puede provocársele con mayores actos de locura utilizando el mecanismo atroz del resentimiento, respondiendo al agón terrorista con el infierno de una mayor destrucción, sin caer al mismo tiempo en una conciencia colectiva degenerada, en una profunda inversión de valores, incapaz de abordar con más pragmatismo que paranoia el conflicto, abundando en mayores matanzas. Aterrador es también ser capaz de combatir desde el odio sin dar paso al ideal bíblico de la paz, al “shalom” con el que se saluda todavía el pueblo judío.

Contra el terrorismo islámico no basta esgrimir los valores de la civilización occidental, una violencia legítima capaz de hacer frente a la violencia irracional. Una política justa debe hacer referencia, más allá de sí misma, a normas trascendentes. Si el bien último es la seguridad individual y colectiva, el Estado se convierte en una función meramente política y militar. Sólo la atracción por el bien y la verdad, rendirse a las razones de la justicia y de la paz, podrán favorecer la primacía de la libertad en lugar de padecer un clima de terror y de miedo.

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