Desde el documento “Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral sobre la interacción en la Redes Sociales” Ser prójimos (¿de todos?) en las redes sociales
"Y si bien es cierto también que la tensión y el conflicto son sanos, y que sería un error pedir uniformidad cuando la Iglesia es “católica”, también es cierto que hay sectores (muchos en las redes sociales) que polarizan sus opiniones convirtiéndose, incluso, en propagadores de la exclusión y del odio"
"La evangelización de imposición doctrinal y disciplinar, de tirar por la cabeza verdades, ya no tiene lugar, mucho menos lo tiene en el espacio digital"
"La Iglesia es esencialmente comunidad, no evangelizamos solos, la lógica de los influencers que actúan en solitario y aislados no debería tener lugar en el cristianismo"
"Urge también generar no sólo redes, sino comunidad y fraternidad entre evangelizadores digitales"
"La Iglesia es esencialmente comunidad, no evangelizamos solos, la lógica de los influencers que actúan en solitario y aislados no debería tener lugar en el cristianismo"
"Urge también generar no sólo redes, sino comunidad y fraternidad entre evangelizadores digitales"
| Agustín Podesta Brignole
El Dicasterio para la Comunicación publicó el 28 de mayo pasado el documento “Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral sobre la interacción en la Redes Sociales”. La motivación es dotar de “inspiración y guía” para los cristianos que buscamos acompañar la vida de fe en las plataformas digitales y redes sociales.
El modelo propuesto por el documento se ubica en línea con el planteo del magisterio social de Francisco, especialmente en la elección de la parábola del “Buen Samaritano” (Lc 10, 30-36) como lo hizo en Fratelli Tutti para la paz y la amistad social. De aquí se desprenden dos cuestiones que propongo para reflexionar brevemente: ¿se puede ser prójimo de todos en las redes sociales? Y, consecutivamente, ¿se puede construir comunidad más allá de todas las diferencias?
“¿Quién es mi prójimo?”
Es importante tener presente, en ese sentido, que la parábola no es un imperativo moral, o tan solo un lineamiento de comportamiento disciplinar del ser humano, sino un paso más en la comprensión de la acción misteriosa de la presencia del Reino de Dios en la historia. Siguiendo a J. A. Pagola, la pregunta “¿quién es mi prójimo” no es comprendida allí como “¿hasta dónde llega mi obligación de amar”, sino “¿Quién está necesitado de que yo me acerque, me haga prójimo y responda a su necesidad?”, se trata de compadecerse con el caído en el camino y acrecentar así la presencia misericordiosa del Reino de Dios. El herido es víctima de una injusticia inexplicada en la parábola, es un extranjero y quizás enemigo, sí, pero que más allá de esa condición es un ser humano que, por el hecho de ser humano, es hermano e hijo del mismo Padre y precisa ayuda.
Para definir al “otro”, al “prójimo herido”, en las redes sociales, el documento cita a Francisco: “para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no prójimo —la decisión es mía—, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil” (55) y cita como ejemplos de discordia discusiones que se dan en las redes incluso entre mismos católicos. Aún más, haciendo una lectura transversal del documento, podemos observar que la diferencia entre “unos” y “otros” no está claramente delimitada, es decir, no se refiere solamente a católicos y no católicos, ni siquiera a creyentes y no creyentes, sino tan solo a aquello de “unos” y “otros” que discuten, que se pelean e insultan, sin entrar en diálogo, evangelización o comunión.
Esta ambigüedad en la no definición puede manifestar, no una carencia, sino una riqueza: el llamamiento es a lograr la comunidad más allá de las diferencias (dentro de la Iglesia “todos, todos, todos” como dice Francisco a menudo). Sin embargo, abandonando una actitud ingenua, también a menudo parece difícil lograr la comunión frente a algunas posiciones tan radicalizadas o extremas. Y no pienso aquí en no creyentes o de otras confesiones, sino en particular en mismas personas católico-romanas.
Y si bien es cierto también que la tensión y el conflicto son sanos, y que sería un error pedir uniformidad cuando la Iglesia es “católica”, también es cierto que hay sectores (muchos en las redes sociales) que polarizan sus opiniones convirtiéndose, incluso, en propagadores de la exclusión y del odio. Ocultándose en el ordenamiento moral, la apologética y prácticas preconciliares, es triste ver cómo sacerdotes, laicos y hasta obispos (Cf. “Hacia una plena presencia” 75) aumentan seguidores en las redes sociales pregonando la falta de empatía, la división y la imposibilidad de la misericordia. Confieso que me cuesta ver a esas personas como “prójimos heridos al costado del camino” sin más, me cuesta comprender cómo dialogar con ellos, cómo hacer comunidad.
Parece importante recordar aquí, en línea con Evangelii Gaudium, la jerarquía de verdades, ya que no toda predicación es propiamente una instancia evangelizadora si no se toman en cuenta las circunstancias, los contextos y los procesos de vida de las personas. Cuando se utilizan las redes para condenar, o tener perfiles sólo para imponer verdades y atacar el pensamiento de los demás, “no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio»” (EG 39).
¿Cómo ser y hacer la comunidad frente a esas diferencias?
El documento propone hacia el final construir comunidades en las redes sociales. Y frente al planteo hecho en el punto anterior, creo que conviene recordar el principio bergogliano de que “la unidad prevalece sobre el conflicto” (EG 226).
Surge la pregunta de si es posible, y cómo, hacer para “compartir una comida” o “crear comunidad” (expresiones del documento) en el mismo interior de la Iglesia cuando las diferencias son tan manifiestas. ¿Será acaso que no sólo se trata de diferentes formas de evangelizar, sino, más bien, de diferentes formas de comprensión del Evangelio? ¿Cómo acoger también esa diversidad cuando queda manifiesta la diferencia de vivencia y comprensión de la fe? Volviendo a la lectura transversal del documento en la comprensión del “otro” ¿también debemos considerar como “herido”, “extranjero”, “caído” a mismos católicos que se comportan de esa forma (aun cuando no sean conscientes de que actúan así y aun a pensar de seguir con la lógica “nosotros”-“ellos”)? ¿Cómo dialogar? ¿Y si no hay voluntad de diálogo?
El documento refuerza la importancia del encuentro, la comida, el compartir de forma presencial, generando comunidad y encontrándose en la Eucaristía. Sin embargo, al igual que herido al costado del camino en la parábola del buen samaritano, también nos encontramos en las redes sociales con personas que están muy alejadas no sólo de prácticas eclesiales, sino también de posibilidad de encuentro presencial (ya sea por distancia geográfica y/o por existencial). En este sentido, en línea con el magisterio pastoral de Francisco, es importante recordar que debemos priorizar el tiempo y los procesos (EG 222), más que espacios a conquistar. La evangelización de imposición doctrinal y disciplinar, de tirar por la cabeza verdades, ya no tiene lugar, mucho menos lo tiene en el espacio digital. No pueden las redes sociales seguir siendo monólogos cruzados disfrazados de diálogos en posteos y comentarios.
Urge una unidad en temas en los que nos encontremos y sean de común interés más allá de las divisiones. El diálogo ecuménico, por ejemplo, puede enseñarnos mucho, aunque también constatamos que dentro de la Iglesia católica falta formación y práctica en ello. Quizás podamos aprovechar de verdad la propuesta pastoral de Francisco y buscar la unidad sobre el conflicto encontrando puntos de interés más urgentes (sinodalidad, ecología integral, búsqueda de la paz), priorizando una evangelización kerygmática que, en línea con Deus Caritas Est 1, recuerde que el primer paso es enamorar de Jesús y no cumplir, o hacer cumplir, leyes y mandamientos.
Por último, como recuerda el documento, la Iglesia es esencialmente comunidad, no evangelizamos solos, la lógica de los influencers que actúan en solitario y aislados no debería tener lugar en el cristianismo. Urge también generar no sólo redes, sino comunidad y fraternidad entre evangelizadores digitales. No es sólo encontrarnos para la Eucaristía o para compartir espacios, sino pensarnos como comunidad eclesial, que se une en las diferencias y que sabe verdaderamente apreciar y celebrar su diversidad, que se reconoce “asamblea sinodal” que anuncia, de manera una y plural, el Reino y el amor de Dios.
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