"Frenarla es un imperativo ético y moral inexcusable" El proyecto anticivilizatorio de la extrema derecha
En los últimos años se ha extendido la sensación y la idea de que nuestras democracias occidentales están en serio peligro, amenazadas por múltiples riesgos, entre los que sobresale la presencia cada vez mayor de la extrema derecha en el escenario político
La posibilidad de que los contrapesos y límites de la democracia liberal y del Estado de Derecho se degraden continuamente hasta difuminarse o que, directamente, salten por los aires, son reales y exigen una protección cerrada de estos postulados por parte de las fuerzas democráticas, incluidas, sobre todo, las de la derecha tradicional, liberal, conservadora o democristiana
| Gabriel Moreno González. Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Extremadura
En los últimos años se ha extendido la sensación y la idea de que nuestras democracias occidentales están en serio peligro, amenazadas por múltiples riesgos, entre los que sobresale la presencia cada vez mayor de la extrema derecha en el escenario político. La posibilidad de que los contrapesos y límites de la democracia liberal y del Estado de Derecho se degraden continuamente hasta difuminarse o que, directamente, salten por los aires, son reales y exigen una protección cerrada de estos postulados por parte de las fuerzas democráticas, incluidas, sobre todo, las de la derecha tradicional, liberal, conservadora o democristiana.
Esta respuesta debería encuadrarse en un respeto casi sagrado por las formas y las instituciones propias de la democracia constitucional, pues no puede hacerse frente a los riesgos de la demagogia, la polarización binaria o la crispación si se participa de las mismas y de la colonización partidista de los mecanismos que el constitucionalismo ha diseñado para controlar al poder político.
Predicar con el ejemplo es imperativo por sí mismo, pero también una base firme para cualquier estrategia de defensa democrática que se proyecte. Defensa que, en una situación ideal y harto improbable, debería articularse además mediante un abordaje integral de las causas que provocan el malestar que canalizan los partidos radicales, como la desigualdad, la ausencia de certeza y seguridad para los proyectos vitales de la ciudadanía o las consecuencias inequitativas de los cambios inducidos por la transición ecológica y la globalización.
Con todo, hay un aspecto de la extrema derecha que no suele ser reseñado, un conjunto de peligros que no pasan estrictamente por la degradación de las instituciones ni los ataques a la democracia procedimental. Me refiero a la naturaleza anticivilizatoria de su proyecto, que abiertamente se dirige contra los principios y valores que caracterizan o debieran caracterizar a nuestra cultura.
En primer lugar, en el discurso contrario a la inmigración subyace una pretensión deshumanizadora que no va únicamente contra las personas migrantes, sino contra todos nosotros, al degradarnos moralmente y al eliminar las barreras éticas que podrían frenar cualquier desviación del poder. La política dura de expulsión a terceros países que propugnan Sunak o Meloni, por las cifras que se manejan, es altamente ineficiente y no cumpliría ni de lejos con sus ampulosos y crueles objetivos.
¿Para qué entonces esa fijación? No solo porque la pretendida estrategia sirve de cortina de humo para sus problemas internos, sino también porque la “normalización” de prácticas que creíamos desterradas de nuestro viejo continente despeja gradualmente los límites éticos de la acción política. Como en el poema de Kavafis, si finalmente los bárbaros somos nosotros, será más fácil que la propia barbarie se instale y termine triunfando.
Segundo, el negacionismo climático que comparten los partidos de extrema derecha (Vox aquí parece llevar la delantera en Europa), socava la conservación de la historia, las formas tradicionales de vida y las manifestaciones culturales esenciales de nuestro paradigma occidental. Dejarnos abandonados al calentamiento global es abandonar también cualquier intento de conservar lo mejor de una herencia de siglos, desde la naturaleza que nos rodea, nuestra relación con el medio, el mundo rural o el trabajo agroganadero hasta referencias indiscutibles para el canon cultural.
Que las estaciones muten y se desdibujen hace que tampoco podamos entender bien ya la obra de Vivaldi. Por eso se echa en falta, al menos en las latitudes españolas, un ecologismo conservador o un conservadurismo ecologista, conjuntos ideológicos consecuentes y coherentes, como tan temprano viera, entre otros, el gran Roger Scruton.
El sálvese quien pueda que abre la motosierra de Milei o las estúpidas diatribas de Abascal justifican en el fondo la secesión de los ricos, la desarticulación social y la competición desalmada entre los de abajo
En tercer lugar, el neoliberalismo que impulsan y enarbolan muchas formaciones de extrema derecha, como las encabezadas por los Milei, Abascal, Trump o Ventura (no nos olvidemos nunca del Chega portugués), profundiza la desigualdad económica, sí, pero también las dinámicas individualistas de una población ya bastante atomizada, aumentándose la disgregación social y la pérdida de sentido colectivo.
Al volverse líquidas, cuando no irreconocibles, nuestras comunidades de copertenencia dejan de ser los espacios naturales de solidaridad y de transmisión de los recuerdos y valores comunes que nos definen y nos dan arraigo, como tan bien explicara Simone Weil. El sálvese quien pueda que abre la motosierra de Milei o las estúpidas diatribas de Abascal justifican en el fondo la secesión de los ricos, la desarticulación social y la competición desalmada entre los de abajo, queriendo vender como imposible cualquier impulso de solidaridad. No es casualidad, por ello, que la justicia social o el discurso del Papa Francisco estén constantemente en sus dianas.
La compasión es la base de la fraternidad, y la solidaridad y la pertenencia, incluido nuestro arraigo en el medio natural, son elementos esenciales para la igualdad y la verdadera libertad. Valores que permiten y deberían alentar las democracias, y valores que están en juego por quienes no solo van contra ellas, sino contra la misma argamasa que une a nuestra cada vez más incivilizada civilización. Frenar a la extrema derecha no es solo una necesidad democrática, sino también un imperativo ético y moral inexcusable.
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