Felices quienes intentan descubrir en los hermanosy hermanas lo positivo que tienen y disculpan sus errores.
Felices quienes vibran de gozo junto a su comunidad y se encuentran vacíos cuando están lejos de ella.
Felices quienes experimentan la fraternidad al estar muy unidos, como un sabroso y apretado racimo de uvas.
Felices quienes han vivido sólo dentro de sí mismos, quienes se han sentido autosuficientes, quienes no han necesitado de los demás, porque son los que más valorarán la vida en comunidad.
Felices quienes no idealizan a los miembros de su comunidad y van disculpando, conociendo y valorando, aún en las pruebas más difíciles, su fragilidad humana.
Felices quienes saben encontrar en cada contradicción las causas del problema, las motivaciones, la posible solución más duradera y fraterna.
Felices quienes, sin disculpar el egoísmo, la falta de cariño, el golpe duro e inesperado, descubren el lado positivo del hermano, sus valores, su dedicación a los demás.
Felices para quienes (como Jesús, que lo primero que hizo fue rodearse de amigos y amigas), la comunidad es el signo visible del Reino, un anticipo de la vida eterna ya en nuestra tierra, una nueva sociedad fraterna, justa, libre y feliz.