Felices quienes han trabajado el diálogo en la fragua del silencio, pasado por el agua del respeto y enfriado al aire de la igualdad.
Felices quienes entrelazan las palabras al calor de un diálogo sincero y profundo, donde adquieren sentido y dan fruto.
Felices quienes abandonan para siempre el monólogo egoísta, atienden con respeto las razones del otro y se arriesgan a la escucha generosa.
Felices quienes fecundan la relación con los demás mediante un diálogo siempre abierto al entendimiento y a la consideración.
Felices quienes vencen los enfrentamientos, las luchas, las enemistades, los odios, con la mejor herramienta: el diálogo.
Felices quienes asientan su relación de pareja con las mieles de la ternura y el café sereno del diálogo sin prisas.
Felices quienes redoblan su amistad con la conversación alegre, con la confidencia íntima, con el diálogo que favorece y asienta el afecto.
Felices quienes solucionan los problemas laborales, familiares, vecinales, o los conflictos entre pueblos y naciones con el poderoso arma del diálogo.