Jesús: La Civilización que incluye al descartado y al enemigo
Jesús nos dice que es el prójimo sufriente con el que nos topamos en este mundo, el criterio último de la verdadera relación con el Padre nuestro que está en los cielos. En torno a los descartados de la tierra, a quienes llama “bienaventurados”, el Hijo de Dios reconstruye los cielos y tierra nueva del Reino de Dios.
Hay multitudes sedientas del Señor en este mundo de apostasía aparente. Pero para los dueños de la religión, el clericalismo en todas sus formas, el único cristianismo que le interesa, es el que pueden controlar. No están dispuestos a arrodillarse ante los lados del poliedro divino que son las semillas del Verbo esparcidas por todo lo bueno, verdadero y bello de los humanos.
El sentido de la Iglesia es que sea católica: “un lugar para todos”, un reservorio de amor donde nunca se está solo, donde los descartados por fin encuentran su patria, donde se preserva y continua la memoria del sacrificio misericordioso de Cristo que une a todos los hombres en el servicio y la cooperación.
Jesús no anuncia solo una ética o religión, sino una nueva imagen de Dios. Y esta imagen de Dios conduce a una nueva imagen de sí mismo, de la sociedad y a una nueva manera de comportarse.
El sentido de la Iglesia es que sea católica: “un lugar para todos”, un reservorio de amor donde nunca se está solo, donde los descartados por fin encuentran su patria, donde se preserva y continua la memoria del sacrificio misericordioso de Cristo que une a todos los hombres en el servicio y la cooperación.
Jesús no anuncia solo una ética o religión, sino una nueva imagen de Dios. Y esta imagen de Dios conduce a una nueva imagen de sí mismo, de la sociedad y a una nueva manera de comportarse.
Jesús: la paz que incluye y no destruye al enemigo y al descartado
La religión o lo que entendemos por religión puede hacernos especialistas en la última aparición de la Virgen que esté de moda, en devotos repetidores de oraciones y devociones piadosas, en sumisos seguidores de gurúes y clérigos manipuladores de conciencia, etc. Pero Jesús nos dice que es el prójimo sufriente con el que nos topamos en este mundo, el criterio último de la verdadera relación con el Padre nuestro que está en los cielos. En torno a los descartados de la tierra, a quienes llama “bienaventurados”, el Hijo de Dios reconstruye los cielos y tierra nueva del Reino de Dios.
Hay multitudes sedientas del Señor en este mundo de apostasía aparente. Pero para los dueños de la religión, el clericalismo en todas sus formas, el único cristianismo que le interesa, es el que pueden controlar. No están dispuestos a arrodillarse ante los lados del poliedro divino que son las semillas del Verbo esparcidas por todo lo bueno, verdadero y bello de los humanos.
Jesús se pasó su vida tratando de ampliar el amor de Dios para que alcance a todos, a los enfermos, a los extranjeros, a los pobres, a los pecadores, etc., pero muere asesinado por la instigación organizada de los dueños de la religión de su tiempo: “Imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas. Al contrario, todo lo que hacen es para que la gente los vea. Ensanchan sus filacterias y extienden los flecos de sus mantos, y les encanta ocupar los mejores asientos en las cenas y sentarse en las primeras sillas de las sinagogas” (Mt 23)
La opción fundamental por Dios pasa sí o sí por el prójimo, que como Jesús le explica al fariseo, es el herido del camino de la vida. Santificar su Nombre es hacer que el pobre viva. Que venga su Reino es reconocer que la construcción de esta Civilización del Amor es fruto de asociarnos con Él…por eso termina la Biblia con estas 3 palabras: “Ven Señor Jesús”.
No sé cuánto hay de cierto, pero según varios estudios sociológicos “ser religioso o ateo no hace más buenas a las personas, pero sí que parece condicionar la forma de entender la generosidad y el altruismo hacia desconocidos. Y las personas menos religiosas tienen una tendencia más espontánea a ayudar al prójimo, según los últimos estudios “(El País, 6 nov. 2015). No me extraña cuando veo que muchas veces las personas “religiosas” usan la religión para legitimar su conducta y tranquilizar sus conciencias, sin necesidad de comprometerse realmente con el dolor ajeno.
Ser samaritano es hacerse prójimo, aún contra la corriente.
En la parábola del buen samaritano, quien se sensibiliza y actúa humanamente, no son los “religiosos oficiales del Pueblo de Dios” como eran el sacerdote y el levita, que pasan a lado del herido sin inmutarse porque “su” religión y la observancia de sus ritos, los justifica sin necesidad de amar realmente, en la carne, al prójimo. No hay nada peor que la “tranquilidad de conciencia” obtenida con ritualismos y pietismos a la manera del fariseo que va a orar en el primer banco del templo. Y esto que decimos de este tipo de religión puede aplicarse a cualquier ideología que pretenda que por profesar la adhesión a una serie de ideas más o menos altruistas, no hace falta amar a todos los prójimos, ni hace falta cambiar el corazón, ni revisar los sesgos cognitivos.
Se puede pertenecer “canónicamente” a la iglesia, y estar fuera del Reino de los Cielos (“tuve hambre y no me disteis de comer”, Mt 25) o viceversa (“no se lo impidáis a los otros que hacen milagros; porque el que no está contra vosotros, está con vosotros, Lc 9,50). Jesús critica que la relación con Dios y el prójimo sea reducida a una institución por sí sola, “propiedad” de sus privilegiadas jerarquías, que confunden el Reino de Dios con el Reino de los clérigos y son capaces de condenar al Hijo de Dios a la cruz una y otra vez como en la novela deNikos Kazantzakis: “Cristo de nuevo crucificado”.
El correctivo contra esta deformación tiene un amplio campo también en el antiguo Testamento: la ley no sirve si no es actualizada por los profetas: “Porque quiero misericordia, y no sacrificio” (Os 6) y Desde el Paraíso, Abraham sentencia a Epulón que está en el infierno: tienen a Moisés (la ley) y a los profetas (Lc 16) para darse cuenta del camino que conduce a la Vida eterna. “La letra mata, pero el Espíritu es el que da vida” (2 Cor 3,6). La diatriba de San Pablo entre la ley y la novedad salvífica de la Gracia, va en esta línea.
San Pablo, interpretando la misericordia de Jesús por abrazar a todos, decía: “Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9), se las ingenia para predicar al Señor en el Areópago a partir de lo bueno que valora en sus oyentes: “Pues al Dios desconocido, que ustedes adoran sin conocerlo, a ese les vengo a anunciar” (Hechos 17), convoca el Concilio de Jerusalén para que el cristianismo no sea una secta judía más. Pablo creía que la liberación final de Dios incluiría a toda la humanidad y no sólo a Israel, de manera que se cumpliría la antigua promesa a Abraham de que en él todas las naciones de la tierra serían bendecidas: “Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. (Gal 3,28). Y en 1 Cor 13 sintetiza la razón de esta lógica: “Puedo entregar mi cuerpo a las llamas, pero si no tengo amor, no soy nada”.
El sentido de la Iglesia es que sea católica: “un lugar para todos”, un reservorio de amor donde nunca se está solo, donde los descartados por fin encuentran su patria, donde se preserva y continua la memoria del sacrificio misericordioso de Cristo que une a todos los hombres en el servicio y la cooperación. Donde arde la llama del Espíritu que incendia el alma de los creyentes para ser luz del mundo. Un instrumento de su Paz que no busque tanto ser comprendida como comprender, ser amada como amar…
Tengamos en cuenta que el buen samaritano contraría la moral de su cultura, porque ayuda a un “enemigo” y no a uno de los “suyos”. Es una decisión que contraría su estructura social fundada en una solidaridad particularista y cerrada. Un rebelde que no se deja guiar en automático, sino que discierne una jerarquía de verdades. El amor cristiano es difusivo, su lógica es una interminable ampliación en intensidad y extensión. Se ensancha permanentemente hasta las periferias de los descartados y enemigos, sino no es verdadero: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman…sino ¿qué merito tendréis?” (Lc 6). Un amor cerrado en un grupo, se convierte en una asociación ilícita, como las sectas, las mafias, los nacionalismos cerrados y las iglesias clericales y autorreferenciales. En Fratelli Tutti, Francisco hace referencia 13 veces a estos grupos cerrados como falsas fraternidades que pretenden engañarnos.
No son ejemplos al azar que pone Jesús, los personajes evocados están estratégicamente escogidos para representar el drama de entonces y de siempre. El Evangelio no solo nos habla de hechos del pasado, sino que nos ayuda a decodificar la realidad y sus protagonistas entonces y ahora. Jesús no anuncia solo una ética o religión, sino una nueva imagen de Dios. Y esta imagen de Dios conduce a una nueva imagen de sí mismo, de la sociedad y a una nueva manera de comportarse.
No alcanza con trabajar por la paz y generar fraternidad en un pequeño círculo. La paz cristiana anhela extenderse por toda la tierra, incluye descartados y enemigos. No debemos suscitar la paz sólo entre unas pocas personas o una pocas culturas, sino actuar de tal modo que la paz pueda propagarse cada vez más en el mundo entero e irrumpir novedosamente en todos los conflictos.
Guillermo Jesús Kowalski poliedroyperiferia@gmail.com