Jesús, el antisistema…
El camino revolucionario de Jesús es diferente que las revoluciones de este mundo, llevadas a cabo con odio violento y que imponen nuevos status que al poco tiempo reproducen aquello que habían quitado y deben recurrir a la fuerza y la caza de brujas permanente para poder mantenerlo.
es la redención del ser humano y de todas las estructuras humanas. Comienza en los residuos humanos que dejan los sistemas de este mundo, al cual Jesús llama los “bienaventurados”
Solo a Dios se le puede ocurrir algo así, sorprendernos con una misericordia tan grande capaz de cambiarnos de raíz, respetando cariñosamente a la vez nuestra esencia creada. Sólo a Él se le puede ocurrir asociar a tantos quijotes, fracasados y condenados por el mundo, expresamente los mártires de todos los tiempos y de todas las especies,
Solo a Dios se le puede ocurrir algo así, sorprendernos con una misericordia tan grande capaz de cambiarnos de raíz, respetando cariñosamente a la vez nuestra esencia creada. Sólo a Él se le puede ocurrir asociar a tantos quijotes, fracasados y condenados por el mundo, expresamente los mártires de todos los tiempos y de todas las especies,
De todos los sistemas que tenía Jesús como referentes de su tiempo y que de alguna manera siempre son representativos, no se identificó completamente con ninguno.
El papa Francisco analiza los 4 grupos "influyentes" en el tiempo de Jesús, que con sus sistemas querían cambiar las cosas y no hacían otra cosa que reafirmar el sistema mundo: Fariseos, saduceos, "revolucionarios" y esenios. “El primer grupo "hacía del culto de Dios, de la religión, un collar de mandamientos y de los diez que había" ellos hacían "trescientos", cargando "este peso" sobre las espaldas del pueblo. ¡Era "una reducción de la fe en el Dios Vivo a la casuística! Y existían también "contradicciones en la casuística más cruel". Eran el mejor ejemplo de clericalismo, no entraban ni dejaban entrar: “Pero, ¡ay de ustedes, escribas y Fariseos, hipócritas que cierran el reino de los cielos delante de los hombres! Porque ni entran ustedes, ni dejan entrar”. (Mateo 23:13)
“Los saduceos, en cambio, "no tenían fe, ¡habían perdido la fe! El trabajo religioso de ellos lo hacían en la calle de los acuerdos con los poderes políticos, los poderes económicos. "Eran hombres de poder". El grupo de los "revolucionarios" estaba compuesto por lo zelotes que "querían hacer la revolución para liberar el pueblo de Israel de la ocupación romana". El cuarto grupo era de "gente buena: se llamaban Esenios". Eran monjes que consagraban la propia vida a Dios. Sin embargo "ellos estaban lejos del pueblo y el pueblo no los podía seguir". (Francisco, homilía 26/06/2014). Los esenios hacen recordar a la propuesta de “la opción benedictina” de Dreher, cristianos escondidos de la maldad de este mundo, como si escondiéndome y sintiéndome espiritualmente superior a los otros, me salvo de las tendencias al egoísmo y maldad que existen en cada ser humano.
Mi Reino no es de este mundo
El camino revolucionario de Jesús es diferente que las revoluciones de este mundo, llevadas a cabo con odio violento y que imponen nuevos status que al poco tiempo reproducen aquello que habían quitado y deben recurrir a la fuerza y la caza de brujas permanente para poder mantenerlo.
El Reino de Dios es la redención del ser humano y de todas las estructuras humanas. Comienza en los residuos humanos que dejan los sistemas de este mundo, al cual Jesús llama los “bienaventurados”. Es una opción fundamental y un camino de transformación a lo largo del tiempo que se lleva a cabo en un pueblo original: el Pueblo de Dios.
Para comenzarlo, Jesús no abjuró de sus raíces judías, ni vino a abolirlas, sino que las llevó a su plenitud (Mat 5, 17). Él valora lo bueno que ya hay en el mundo anunciado por el profeta “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo humeante” (Isaías 42:3). No es el fácil borrón y cuenta nueva que puede acabar atropelladamente con todo lo que ya es expresión del orden de amor divino. Al asumir la condición humana, Jesús muestra la ternura de la valoración de la Creación paterna comenzando por sus expresiones más lastimadas, aquellas llamadas periféricas: nació, creció, predicó y murió como pobre y víctima de las legalidades políticas, económicas, sociales y religiosas injustas. A partir de allí comenzó a curar la herida antihumana del pecado y a sobre-elevarnos misericordiosamente a una situación disruptivamente mejor.
Su reino no es de este mundo: “si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Jn 18,36. Por eso su moral es también antistémica: “Habéis oído que antes se dijo: 'Ojo por ojo y diente por diente. ' Pero yo os digo: No resistáis a quien os haga algún daño. Al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. (MT 5,3). Él es un perdonador serial que vence al mundo.
El sistema mundo
Nadie como Maquiavelo para expresar de modo “realista” cómo es este mundo: la única finalidad del gobernante es conquistar el poder, mantenerlo y recuperarlo si lo pierde. (El príncipe, cap III). No hay consideraciones éticas superiores a esta finalidad, son distracciones.
Ése es el realismo que Jesús pone patas para arriba, el de la torre de Babel construida por la soberbia de los poderosos. Ya no se trata que el hombre busque ser virtuoso para construir el bien común social, sino que vale todo y es cristalizado por sistemas legales que penalizan y estigmatizan al que se oponga.
La transcripción de la lógica maquiavélica al campo económico, que es el nuevo Príncipe, la racionalizó magistralmente sin el menor remordimiento, el nóbel de economía Milton Friedman y es el paradigma tecnocrático que rige actualmente. Él enseñaba que la única finalidad de la empresa y la economía es el beneficio propio, sin ninguna otra consideración ética superior que interfiera. Sólo admite que la empresa haga alguna beneficencia -si no queda más remedio- como medida de márketing para lograr mayores beneficios. Son todas enunciaciones cínicas del egoísmo humano, admitidas por la mayoría como algo “normal” y que cualquier cambio sería utópico e irrealizable. Si a uno no le ha tocado los beneficios de esta situación, algo que le ocurre a una gran parte de la humanidad, es simplemente “porque no se esfuerza” (falsa meritocracia) o porque ha tenido “mala suerte” (determinismo geográfico, racial, de clase, etc.).
La Doctrina Social de la Iglesia, preocupada por la redención personal y social del ser humano, porque no hay una sin la otra, viene denunciando desde siempre estas estructuras de pecado que producen la destrucción del hombre y su ambiente: “el actual sistema económico no sólo es"injusto en su raíz". También "mata" porque predomina la ley del más fuerte, la exclusión y la desigualdad”. ('Evangelii Gaudium', Papa Francisco).
Una cultura en la que no sólo "se tira la comida cuando hay gente que pasa hambre" sino que "considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar". "Ya no se trata simplemente del fenómeno de los excluidos o explotados, sino de considerarlos como desechos, sobrantes", dice el Papa. Este desequilibrio social "proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera".
Una espiritualidad cristiana, es decir “tocada” por la misericordia del Señor, no puede permanecer indiferente e inactiva frente a los dramas del mundo y a los sistemas que los reproducen. No puede ser cómplice, con su pensamiento y hábitos, de este sistema que mata y pasa al lado del herido del camino como si no fuera su “responsabilidad”, sino que está llamado a ser buen samaritano todo el tiempo y con todos los heridos, suplicando como Desmond Dodd “Señor, ayúdame a salvar uno más”. Ese soldado lleno de fe, tan consecuentemente antibélico y objetor de conciencia, que movido por un amor sobreabundante y más allá del mero cumplimiento de cualquier ley humana, fue a la segunda guerra sin un arma, a salvar como enfermero a decenas de heridos de ambos bandos.
Solo a Dios se le puede ocurrir algo así, sorprendernos con una misericordia tan grande capaz de cambiarnos de raíz, respetando cariñosamente a la vez nuestra esencia creada. Sólo a Él se le puede ocurrir asociar a tantos quijotes, fracasados y condenados por el mundo, expresamente los mártires de todos los tiempos y de todas las especies, colaboradores del plan divino dando su vida, no quitándola. (El siglo de los mártires: Los cristianos en el siglo XX, A. Riccardi).
El Reino de Dios nos interpela para construir una civilización nueva, donde las nuevas estructuras justas y solidarias no se impongan por la fuerza sino desde un agradecimiento y amor más grande. Son hacedoras de paz. No son una utopía, porque las utopías no están en ningún lugar y son una aspiración idealista e incierta. El reino de Dios es esperanza de plenitud de lo que ya ha empezado Jesús con su vida, muerte y Resurrección y que los santos, dentro y fuera de la Iglesia institucional, ya están tejiendo, dando la vida por los demás. Porque el Dios de Jesús es el Dios de la Vida, no un idolátrico sistema que mata.
Guillermo Jesús Kowalski poliedroyperiferia@gmail.com