El Pesebre, templo del mundo... y la Navidad domesticada
Jesús pone en crisis el sentido religioso del templo. Lo que no significa eliminarlo en su perspectiva, sino ampliar su sentido más allá de sus paredes edificadas por manos humanas y administradas por clérigos que viven de ellas y rigen su acceso...
El Pesebre es el nuevo templo de la humanidad, levantado en sus periferias, punto de encuentro donde las diferencias no son negadas dialécticamente sino valoradas en lo que tienen de bueno e integradas como lados de un magnífico poliedro. Es el lugar en que por fin entran los descartados, los vencidos, los “solos” y “nadies” que no son acogidos por los diferentes sistemas
este mundo mercadotécnico ha descubierto un método bastante eficaz para sus propósitos: conservarla, pero reducirla a una emotividad desprovista de significados profundos, en sensaciones atadas a prácticas tradicionales que no cambien nada. Otras vacaciones entretenidas y pintorescas para seguir produciendo y consumiendo hasta morir...es la navidad domesticada por “elfos” enviados por los templos del hiperconsumo que nos prometen “ilusión”, palabra que es toda una definición de intenciones.
Este nuevo templo del mundo no se constituye compitiendo sino cooperando, con lo que el paradigma tecnocrático de este mundo, queda en evidencia en su egoísmo y anti-Dios, por más green-washing o poor-washing o christmas-washing que haga para aparentar.
este mundo mercadotécnico ha descubierto un método bastante eficaz para sus propósitos: conservarla, pero reducirla a una emotividad desprovista de significados profundos, en sensaciones atadas a prácticas tradicionales que no cambien nada. Otras vacaciones entretenidas y pintorescas para seguir produciendo y consumiendo hasta morir...es la navidad domesticada por “elfos” enviados por los templos del hiperconsumo que nos prometen “ilusión”, palabra que es toda una definición de intenciones.
Este nuevo templo del mundo no se constituye compitiendo sino cooperando, con lo que el paradigma tecnocrático de este mundo, queda en evidencia en su egoísmo y anti-Dios, por más green-washing o poor-washing o christmas-washing que haga para aparentar.
El término templo (del latín templum) designa un edificio sagrado. Al principio se refería a la zona del cielo que el augur utilizaba para contemplar qué aves la atravesaban y en qué sentido, estableciendo así los augurios. Casi todas las religiones poseen edificaciones que se consideran sagradas y utilizadas como lugares de culto por sus seguidores.
Jesús pone en crisis el sentido religioso del templo. Lo que no significa eliminarlo en su perspectiva, sino ampliar su sentido más allá de sus paredes edificadas por manos humanas y administradas por clérigos que viven de ellas y rigen su acceso. Eso le costó la vida, algo así como lo que siglos después sintetizó don Quijote: “con la iglesia hemos topado”, refiriéndose a aquella apropiación idolátrica del culto a Dios, tentación tan humana en las clerecías de todos los tiempos. En las iglesias, como en la vida, hay de todo, pero Él no nos abandona y nos ha concedido en esta época, un papa Profeta, que también sufre por haberse topado con esa iglesia reacia a la conversión.
Jesús es el nuevo Templo “destruido y reconstruido en 3 días” (Jn 2,18) y “quienes acogen a uno de los más pequeños que sufren en este mundo, son los benditos del Padre que habitan en Él” (Mt 25), los bienaventurados misericordeados que encuentran una justicia y amor que este mundo es incapaz de brindar (Lc 6,20). Jesús hace posible lo que el estoico Séneca intuía: Homo sacra res homini ("el hombre es para el hombre cosa sagrada") y muchísimo más si es pobre y desvalido. Parafraseando a san Ireneo: “la Gloria de Dios es que el pobre viva”. Solo en este sentido, a partir de la presencia histórica del señor entre nosotros (Jn 1, 14), el templo es “casa de Dios y puerta del cielo” (Gn 28,16) …porque es el Hogar de los pobres y de los que luchan contra las injusticias que provocan pobrezas evitables.
El Pesebre es el nuevo templo de la humanidad, levantado en sus periferias, punto de encuentro donde las diferencias no son negadas dialécticamente sino valoradas en lo que tienen de bueno e integradas como lados de un magnífico poliedro. Es el lugar en que por fin entran los descartados, los vencidos, los “solos” y “nadies” que no son acogidos por los diferentes sistemas creados por los hombres: sistemas económicos, sociales, religiosos, morales… Él viene para rescatar a todos, pero comienza por aquellos a quienes nosotros solemos dejar para después, ya sea porque estamos apurados o porque no entran dentro de nuestras prioridades por ser gente “complicada” o porque en el fondo nos justificamos diciendo que “se lo tienen merecido”.
La Iglesia es instrumento y servidora del Reino de Dios, no la dueña del mismo, ni ella como institución ni sus clérigos como dirigentes autócratas. Nacida en Pentecostés por la fuerza del Espíritu de Dios, ha recibido la plenitud de medios para que fluya la Misericordia de Dios a lo largo de la historia, no un impedimento para la misma, exigida por arbitrariedades autorreferenciales en provecho propio.
Todos somos convocados para adorar al Dios hecho hombre, desde los pastores hasta los reyes. Pero para que sea un lugar habitable para todos, todos deben encontrarse a gusto, bien recibidos, sin esos acartonamientos propios de visitas a lugares ajenos llenos de protocolos vanidosos.
En Belén, aunque pequeña entre las familias de Judá, ha nacido el salvador de un pueblo fermento del Reino de Dios (Mt 2,6). Un nuevo Pueblo nacido de la Misericordia y cuyo adn es ser hacedor de comunión y paz, “señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1), no la ciudad amurallada de los que se creen perfectos y desde allí juzgan y convocan a las guerras, discriminaciones, inquisiciones y cruzadas.
Donde uno siente que tiene el más interesante de los proyectos, donde siente que pertenece, que es acogido y no solo con discursos o documentos sino con el afecto y compañía gratuita. “Donde nunca se está del todo solo”. (La Patria, Julia Prilutzky Farny). Donde la Trascendencia del Otro se percibe en los otros que me rodean y no es una ilusión narcisista o solo “buenos modos”. Donde la narrativa del Reino de los Cielos son palabras encarnadas y no bellos documentos destinados a las bibliotecas. Donde hay un propósito: ser un ámbito de sentido que acoge a todos y cura las heridas y los heridos de este mundo…un “Hospital de campaña”, como dice el Papa Francisco. El nuevo pesebre que acoge la humanidad entera.
La navidad domesticada
El impacto de la navidad ha sido muy fuerte en la historia y ha marcado el inconsciente colectivo. Deshacerse de ella y su significado no es tarea fácil. Pero este mundo mercadotécnico ha descubierto un método bastante eficaz para sus propósitos: conservarla, pero reducirla a una emotividad desprovista de significados profundos, en sensaciones atadas a prácticas tradicionales que no cambien nada. Otras vacaciones entretenidas y pintorescas para seguir produciendo y consumiendo hasta morir.
Es la navidad domesticada por “elfos” enviados por los templos del hiperconsumo que nos prometen “ilusión”, palabra que es toda una definición de intenciones. El sentido original de la Navidad se disfraza para legitimar una cultura consumista que “mata” (papa Francisco). Descafeinar la navidad es negarle su capacidad transformadora de traer a este mundo una felicidad para todos. Suavizar, hacerla anodina, privándola de sus características más fuertes: la Presencia del Dios hecho hombre que desde la humildad acoge a todos con misericordia y trae una Paz que no se conquista con armas sino dando la vida por los demás.
La Navidad implica cercanía, pero también disrupción. Disrupción con la soberbia del hombre cerrado que en su ego que quiere ser Dios, quinta esencia de todo pecado e idolatría, ontologizado en el pecado original, al Dios humilde que se hace humano para reparar este desorden profundo del corazón personal y social.
Este nuevo templo del mundo no se constituye compitiendo sino cooperando, con lo que el paradigma tecnocrático de este mundo, queda en evidencia en su egoísmo y anti-Dios, por más green-washing o poor-washing o christmas-washing que haga para aparentar.
En el cristianismo Dios no deja de ser Dios por hacerse hombre ni el hombre deja de ser humano... Al contrario, reprograma su verdadera humanidad desde una misericordia más fuerte que el ego.
Sus signos mesiánicos, credenciales de verdadero Mesianismo, no son el poder ni el tener ni el placer egoísta. Son la compasión por el que sufre y el anuncio de la buena noticia a los pobres (Lc 7,22).
guillermo Jesús Kowalski poliedroyperiferia@gmail.com