Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles La misericordia que sana y alegra el corazón

La misericordia que sana y alegra el corazón
La misericordia que sana y alegra el corazón

El evangelio no se mueve con la lógica de la competición y el mercado, que puede ser útil para la asignación de determinados recursos, pero no para convertirse en la idolatría actual, sedienta de sacrificios humanos en nombre del progreso. En el evangelio, el que hace prosperar los talentos no es “premiado” por competir con los otros, sino por multiplicarlos al servicio del Reino, así como el que no produjo nada es apartado por "dejar las cosas como están".

El Espíritu de Dios es joven y su presencia es atenta y compasiva a cada humano en el tiempo: si no hay cronos, no hay Kairós. Si no hay carne no hay Encarnación y la religión se convierte en una evasiva perorata pietista, un cuento de hadas para resignarse ante la injusticia fabricante de pobres y periferias.

Vivir en este mundo y no reclamar por las injusticias, es ser cómplice de éstas, partícipes por acción u omisión de los males estructurales del mundo. Pero reclamarlas por odio es sumar más injusticia a este mundo: “nunca seguiría una ideología que, en nombre del amor a unos, exige el odio a otros” (Madeleine Delbrel).

El Martín Fierro, obra identitaria de la literatura argentina dice “y tenga mucho cuidado, aquel que en estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más advertido”. Siempre podemos caernos del caballo por más buenos jinetes que creamos ser, siempre estamos al borde del abismo, especialmente cuanto más cotizamos “nuestros méritos”

El perdón es poderoso. Tiene una doble capacidad transformadora cuando no desfallece en el largo camino que significa. Transforma a la víctima y al victimario. Construye una nueva Civilización.

El Evangelio, caracterizado por la empatía de Dios con todo lo humano, continúa siendo sin embargo una realidad siempre nueva, irreductible a culturas y religiones humanas. Es una instancia superadora que, valorando todo lo auténticamente humano, nos introduce en el campo de la Trascendencia, entendida como el Misterio del Amor de Dios, más grande de todo lo que nos podemos imaginar y hacia el cual vamos por el camino de Jesús que nos introduce en su Pueblo para protagonizar la Historia.

Todo lo bueno, bello y verdadero nos conduce a Dios, venga de donde venga. Pero la brújula de Jesús nos ayuda a no perdernos en el discernimiento, evaluando constantemente estas realidades aun cuando no pertenezcan “oficial e institucionalmente” al Pueblo de Dios en ese momento.

Así un samaritano, hereje a los ojos judíos, se convierte en el arquetipo del amor al prójimo, expresión del amor al Dios que no se ve, mientras los ministros de la religión pasan de largo ante el dolor del otro. Un centurión romano, ajeno de pleno derecho a Israel, es a quien Jesús reconoce una fe que no encontró en toda su vida siquiera en los administradores de la religión establecida. Unos que andan haciendo milagros y el bien, que no son del grupo de los discípulos, son valorados por Jesús, quien en vez de mandar a destruirlos por “competir” con ellos… en hacer el bien. Quien busca la verdad y hace el bien, no “compite” con los cristianos por la “superioridad moral o religiosa”: “no se lo impidáis, si no está contra nosotros, está con nosotros” ( Mc. 9, 38-40).

El evangelio no se mueve con la lógica de la competición y el mercado, que puede ser útil para la asignación de determinados recursos, pero no para convertirse en la idolatría actual, sedienta de sacrificios humanos en nombre del progreso. En el evangelio, el que hace prosperar los talentos no es “premiado” por competir con los otros, sino por multiplicarlos al servicio del Reino, así como el que no produjo nada es apartado por "dejar las cosas como están".

Dios nos regala a todos diversidad de talentos y dones para complementarnos solidariamente, como a los leprosos les concede la salud para volver a integrarse a la comunidad. Pero pocos son los que reconocen y agradecen. No hay nada tan realista y sano como ver y agradecer. Lo contrario es enfermarnos por quejarnos tanto y no saber aprovechar y multiplicar los regalos divinos. “¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7)

Siempre se puede amar más, siempre se puede perdonar más, etc. Porque Dios siempre es más y quienes pretendemos ir hacia Él somos incorporados a esta expansión del alma, porque “el bien tiende de suyo a expandirse”. Hoy somos, después de 2.000 años, en cierto sentido mucho más “cristianos” que entonces…y ¡lo que nos queda por crecer! ¡Y por “humanizarnos”!  

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Creo que el famoso “pecado contra el Espíritu Santo que no será perdonado” que menciona Jesús, tiene que ver con esto. Con la incapacidad de ver la acción providente de Jesús en la historia y en todos los hombres, creyentes y no creyentes (como si fuera tan claro distinguirlos, ya sea cuando vamos a la iglesia o cuando salimos de ella), de fosilizar la Iglesia en un solo momento de ella que conviene a intereses clericales que se creen dueños de Dios, de dejar de crecer y expandir la misericordia reparadora del Señor en toda la Creación. El Espíritu de Dios es joven y su presencia es atenta y compasiva a cada humano en el tiempo: si no hay cronos, no hay Kairós. Si no hay carne no hay Encarnación y la religión se convierte en una evasiva perorata pietista, un cuento de hadas para resignarse ante la injusticia de este mundo, fábrica de pobres y periferias existenciales.

Hemos ido descubriendo las consecuencias del Evangelio en las estructuras del tiempo, nos escandalizan pecados y atropellos de los cuales hace siglos no nos dábamos cuenta, porque nacimos empecatados de ego y soberbia, llenos de sesgos que perduran y sólo con la gracia, la libertad, el tiempo, las críticas, etc. nos hacen dar cuenta, a veces con mucho dolor y vergüenza, del camino a la verdad, el bien y el arrepentimiento.

Si buscamos justicia no es para destruir al que nos hace daño, sino para reparar las heridas. Vivir en este mundo y no reclamar por las injusticias, es ser cómplice de éstas, partícipes por acción u omisión de los males estructurales del mundo. Pero reclamarlas por odio es sumar más injusticia a este mundo: “nunca seguiría una ideología que, en nombre del amor a unos, exige el odio a otros” (Madeleine Delbrel). El amor de Dios nos mueve a luchar contra las injusticias y solidarizarnos con los perjudicados y víctimas, pero desde la compasión por todos y la búsqueda de la unidad…como Jesús.

El amor de Dios nos hace reconocer nuestras fallas, a comprender que aquello de lo cual acusamos al prójimo, lo llevamos dentro nuestro en alguna medida y no lo vamos a exorcizar destruyendo al hermano. “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”, todos somos de algún modo, la adúltera o podríamos caer en ello antes de que cante el gallo.

El Martín Fierro, obra identitaria de la literatura argentina dice “y tenga mucho cuidado, aquel que en estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más advertido”. Siempre podemos caernos del caballo por más buenos jinetes que creamos ser, siempre estamos al borde del abismo, especialmente cuanto más cotizamos “nuestros méritos” en el primer banco de la iglesia.

Tampoco el victimismo ayuda, porque condena a cadena perpetua y sin posibilidad de perdón al agresor. El victimismo ha reemplazado al opresor, para reproducirlo. No cura, ni tiene ánimo de hacerlo, sino que agrava la herida inicial. Nos coloca en un podio moral inaccesible, nos convierte en un semidiós intocable de los nuevos tiempos, con capacidad de pontificar sobre lo que sea y con un prestigio que nadie se anima a menoscabar so pena de cancelación y escarnio social. El victimismo es una manipulación del dolor recibido para extorsionar a perpetuidad al que lo ha producido y mantenerse en el trono de juez. Es la imposibilidad de la Misericordia de Jesús que desde la cruz perdona y transforma al agresor en un reparador amante.

Debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que nos une: la competencia, el odio, el resentimiento... o la compasión?

El perdón es poderoso y nace de un corazón agradecido por el Perdón. Tiene una doble capacidad transformadora cuando no desfallece en el largo camino que significa. Transforma a la víctima y al victimario. Construye una nueva Civilización.

Guillermo Jesús Kowalski          poliedroyperiferia@gmail.com

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