REFLEXIÓN ANTE EL CRUCIFICADO

El Crucificado-Resucitado desde lo alto de la cruz clama: Tengo sed, sed  de justicia, sed de amor, sed de una nueva humanidad. 

Al pie del crucifijo, en el silencio del viernes santo, traté de penetrar en el corazón de Cristo Jesús. ¿Por qué está clavado en la cruz? ¿Cuál fue su delito? Murió por proclamar el reinado de Dios y ser fiel a la misión que su Padre le encomendó. Los poderosos de Israel lo mataron porque defendía a los pobres y marginados, sanaba a los enfermos y denunciaba las injusticias e hipocresía de las autoridades.


Jesús murió para que en este mundo reine la paz y el amor. Dijo:
        "Mi paz os doy, no como la da el mundo". "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. En               esto el mundo conocerá que vosotros sois mis discípulos" (Jn 12).


Descalificó a los poderosos y a los imperios, diciendo:
        "Como vosotros sabéis, los que son considerados jefes de las naciones las gobiernan como si fueran               sus dueños; y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre vosotros no ha de ser así. Al                     contrario, el que quiera ser el más importante que se haga servidor de todos..." (Mc 10,42-44).


Rechazó la violencia y al uso de las armas. Por eso, cuando en Getsemaní, lo detuvieron, uno de sus discípulos sacó la espada e hirió al sirviente del jefe de los sacerdotes, cortándole una oreja. Entonces Jesús le dijo:
       "Vuelve la espada a su sitio, pues quien usa la espada, perecerá también por la espada" (Mt 26,51-52).


Salió al encuentro de la gente que sufre, pobres, enfermos, abandonados, pecadores.... Y se enfrentó a los dirigentes religiosos de su tiempo porque no tenían compasión de la gente pobre. Por eso les dijo:
        "¡Ay de vosotros, maestros de la Ley!, que cargáis pesos insoportables sobre la gente, mientras que             vosotros mismos ni siquiera movéis un dedo para ayudar a llevarlos" (Lc 11, 46).
        ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas! Sois semejantes a sepulcros blanqueados              que tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre.          Aparecéis exteriormente como hombres religiosos, pero en vuestro interior estáis llenos de hipocresía          y de maldad... ¡Serpientes, raza de víboras!...Sobre vosotros recae toda sangre inocente que ha sido            derramada en la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías al que matasteis en el                altar del Templo" (Mt 23, 25-35).


Se opuso a la utilización de la religión para ganar dinero. Por eso se enfrentó a los negociantes del templo, expulsándolos enérgicamente, diciendo:
      "Sacad todo eso de aquí y no hagáis de la Casa de mi Padre un lugar de negocio. Habéis convertido el           templo en una cueva de ladrones" (Jn 2, 13-16).


Centró su predicación en la proclamación del Reino de Dios, que es un reino de amor y servicio, justicia y de fraternidad universal:
     "Ha llegado el tiempo. El Reino de Dios se acerca. Cambiad de camino y creed en la Buena Noticia del            Evangelio" (Mc 1,15). "Es preciso que yo anuncie el Reino de Dios en otras ciudades, porque para eso          he sido enviado" (Lc 4,43).


Rechazó la venganza y el odio a los adversarios. Y proclamó el perdón.
     "Yo os digo: amad a vuestros enemigos... Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?, ¿no          actúan así también los pecadores? (Mt 5,43-45). Y en la cruz rogó a Dios que perdone a los que lo                estaban crucificando: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).


Contemplando a Jesús crucificado, clavado en el madero, escucho el grito que arranca desde lo más profundo de su alma: "¡Tengo sed!". No es solo sed física, que la tenía por la sangre perdida. Es también sed de un mundo nuevo, sed del reinado de Dios. Las injusticias de este mundo, la violencia, el odio, la discriminación, la falta de amor, le hacen gritar: ¡Tengo sed de amor! Es un grito que atraviesa los hilos de la historia hasta el día de hoy.
Por eso las guerras, el enfrentamiento de unos contra otros y el armamentismo son una ofensa a Cristo Jesús. El proyecto del Reino que proclamó consiste en que los seres humanos vivamos como hermanos, no como enemigos. Lo cual requiere que compartamos los bienes de la creación entre todos y que nadie acapare las riquezas de la tierra. Y que el dinero que se invierte en armamento (tanques, fusiles, bombas, barcos y aviones de combate...), se destine para combatir el hambre y promover el desarrollo de los pueblos, viviendas dignas, educación, sanidad y demás servicios sociales, de manera que todos los hombres y mujeres del planeta vivan con dignidad.
A Jesús le duele que este mundo viva de espaldas a la voluntad de Dios. Las naciones aumentan el presupuesto en "defensa", es decir, en armamento bélico que solo sirve para matar, mientras 60.000 personas mueren diariamente de hambre.
El Crucificado quiere un cambio profundo de este mundo. Por eso no podemos quedarnos solo en rezos sin hacer nada más. Sí, hay que rezar para que el Espíritu de Dios nos de fuerzas para trabajar, en la medida de nuestras posibilidades, por un mundo más justo, humano y fraterno, comenzando en el ambiente donde vivimos o trabajamos.

Volver arriba