DESDE EL SILENCIO YO CONFIESO

En busca del sentido de la vida y de la historia

 En el transcurso de mi vida he dejado atrás infinidad de experiencias. Ha habido en mi vida luces y sombras, aciertos y desaciertos. Pero en todo momento he confiado en que el poder y la misericordia de Dios son más grandes que mis debilidades y limitaciones. Y esto me llena de confianza, esperanza, paz y fortaleza.

 En mi largo caminar por el mundo he conocido y convivido con hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que son hitos en la historia, hombres y mujeres comprometidos en la solidaridad y en la lucha por un mundo mejor, de los cuales he aprendido a ser más humano y más creyente. Sería interminable mencionar sus nombres.  He tenido la dicha de encontrarme con Mari Carmen, compañera de  vida, de sueños  y esperanzas.

 He sido testigo del sufrimiento de mucha gente a causa del hambre, la pobreza, la marginación, la enfermedad, la guerra, la persecución y la muerte.  He vivido de cerca el drama de los refugiados guatemaltecos, salvadoreños, palestinos, saharauis, afganos, iraquíes, sirios… Me duele el sufrimiento humano, sobre todo aquel que nace de la injusticia porque se podría evitar si hubiera más equidad, capacidad de dialogo, solidaridad y sentido de humanidad. He visto morir gente por hambre y por las balas. Y he conocido también gente egoísta, repleta de codicia, nadando en la riqueza, racista, explotadora de los pobres, indiferente ante el dolor humano. Detesto el pecado de esta gente, pero no la odio. Rezo por su conversión.

 Detesto, asimismo, la injusticia de este mundo, la acumulación de riqueza en pocas manos. Rechazo radicalmente el comercio de armas, que solo es negocio para unos y muerte para muchos. Me opongo con indignación a toda intervención militar, porque solo obedece a intereses geopolíticos, estratégicos y económicos de países poderosos y de los señores de la guerra. Cuando, en el silencio de la oración, contemplo la historia desde la dimensión de eternidad, siento que este mundo se mueve en dirección contraria a la voluntad de Dios y siento que la industria armamentista y las guerras son un absurdo y la blasfemia más grande contra el Dios de la Vida.

 Al sistema que hoy domina el mundo, el poder económico-financiero, imperio del capital convertido en un dios que se nutre con la sangre de los pobres y el saqueo irracional de los bienes de la naturaleza, lo siento cada vez más inviable, cruel, inhumano y destructor de valores éticos y espirituales.

He dedicado mi vida a la promoción y defensa de los derechos humanos, sobre todo de los más desfavorecidos en los países del sur. Como creyente visualizo los derechos humanos como derechos divinos porque cada ser humano es imagen viviente de Dios. Por esta causa he caminado en distintas ocasiones al borde de la muerte. He visto caer asesinados a amigos y compañeros, (defensores de derechos humanos, líderes campesinos, catequistas, sacerdotes y un obispo), por su compromiso con la misma causa que ha motivado mi vida.

 Sueño con la tierra prometida de un mundo distinto. Un mundo en donde nadie sea excluido de la mesa de la creación. Un mundo sin fronteras ideológicas, un mundo, abierto al diálogo intercultural e interreligioso, sin discriminaciones ni racismos. Un mundo nuevo de hermanos en donde nos aceptemos y respetemos más allá del color de la piel, nacionalidad, cultura, lengua, opción política o religiosa. Un mundo donde se cuide con ternura la tierra, nuestra casa común.

 Sueño con un mundo que no voy a ver. Pero no quiero dejar este mundo sin ofrecer mi modesto aporte para que algún día pueda ser. ¿Utopía? Sí. Si no hay utopía muere la esperanza. Soy hombre de esperanza contra toda esperanza. Ese mundo nuevo yo no lo veré, pero en mis sueños y en mi vida está presente.

 Los años me han enseñado a ser crítico para no dejarme marcar por el sistema y las mentiras de sus medios de comunicación, que lavan cerebros y condicionan la manera de pensar y de ser de las personas. Y sobre todo, los años me han enseñado a escuchar, respetar y valorar a cada  persona por encima de su condición social, cultural, ideológica o religiosa. 

 Sigo caminando. Unos nacen, otros mueren. Unos se abren a la vida, otros envejecemos. Y la historia sigue. Estamos de paso en ella. “Al andar se hace camino. Y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pasar”, decía Antonio Machado.Todo pasa. Todo queda atrás. Sólo Dios permanece porque en él vivimos y existimos. Por lo tanto, nunca muere el amor y la esperanza.

 Durante los años de vida misionera he vivido experiencias intensas y apasionantes, de muerte y de vida. He realizado largos viajes por los caminos  de América y por otras partes del mundo. He atravesado selvas y desiertos. Sin embargo, confieso que ahora, al ritmo del silencio del tiempo, comienzo el viaje más fascinante de mi vida rumbo al interior del propio corazón, a la espera del encuentro con el Misterio Trascendente, que es a su vez Inmanente, del que nada sabemos, pero lo sentimos. 

Voy bajando lentamente hasta el corazón del universo, al corazón de la tierra, al corazón  de la naturaleza, al corazón del mirlo y del ruiseñor que con sus cantos me despiertan cada mañana anunciando el nuevo día… y, sobre todo, al corazón del ser humano, allí donde todos los seres vivientes somos un sólo corazón.

 Y por ahí me muevo y camino, naciendo cada día, con la esperanza de encontrarme, en la plenitud de mis años, en un alegre y eterno amanecer con la Fuente infinita de Luz, de Vida y de Amor, el corazón del Creador, del cual formamos parte y lo sentimos en el silencio del alma.

(El Grito del silencio, pg. 196-200. F. Bermúdez, Editorial PPC, Madrid 2020)

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