Iglesia, ¿servidora de los pobres?

Con un cierto retraso, la Conferencia Episcopal Española pone su reloj en hora con Francisco. Han sido casi tres años de evitar tomar las indicaciones que el nuevo pontificado estaba dando con toda claridad sobre la dimensión social de la Iglesia. Hemos podido ver, con dolor, cómo 'la Iglesia que peregrina en España' daba la espalda al sufrimiento de tantos millones de hombres y mujeres que han sufrido las consecuencias de la mal llamada crisis económica. La era Rouco, que tan mal epílogo ha tenido, no dejaba de emponzoñar la visión de la jerarquía patria sobre la situación social, económica y política, manteniendo las amarras con las políticas y los políticos responsables de esta catastrófica situación, que tiene tanto de inmoral como de injusta.

El documento que firma la Conferencia Episcopal, "Iglesia, servidora de los pobres", tiene la virtud de recoger los análisis sobre la crisis económica de Evagelii Gaudium y entonar un mea culpa, como vemos en el número 56 del documento:

“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas”, dijo el Señor a Moisés (Ex 3,7). También nosotros Pastores del Pueblo de Dios hemos contemplado cómo el sufrimiento se ha cebado en los más débiles de nuestra sociedad. Pedimos perdón por los momentos en que no hemos sabido responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y necesitados.

Efectivamente, la jearquía de la Iglesia, que no la Iglesia, no ha sabido responder al clamor de los excluidos. La Iglesia, por medio de Cáritas y sus Informes, sí ha sabido mantener con firmeza la crítica profética que mana del Evangelio, pero la jerarquía no ha estado donde debía, haciendo, quizás, real politik o encerrándose en una perspectiva individualista y reduccionista de la fe, lo cual no hace sino matar la fe y acabar con la posibilidad de llevar a cabo la tarea fundamental de la Iglesia, que no es otra que el Reino de Dios.


Muchos, al oír esta expresión, Reino de Dios, tuercen el gesto, recelando que quien lo expresa está marcado por el reduccionismo sociologista, como tantas veces se ha insinuado desde cierta perspectiva magisterial. Pero, si la Iglesia renuncia a construir el Reino de Dios aquí y ahora, ¿qué papel debe jugar la Iglesia? ¿Acaso la Iglesia debe limitarse al anuncio de un supuesto Reino ultramundano o meramente moral, espiritual en el sentido de la antigua fuga mundi? No. El Reino de Dios debe ser liberado de las concepciones gnósticas, docéticas y puritanas que durante muchos siglos se le han adherido en la Iglesia. Con las investigaciones sobre el Jesús histórico, especialmente con la Third Quest, podemos y debemos liberar la concepción original que leemos en los Evangelios. Como bien lo expresa Warren Carter, en el contexto del Imperio romano, el Imperio de Dios (traducción más exacta que Reino de Dios), se opone al Imperio romano, a cualquier Imperio. Por tanto, se trata de una realidad social, económica, política y, por supuesto, religiosa, irreductible a dimensiones meramente espiritualistas o a categorías morales. Se trata de un todo que no puede ser escindido sin destruirlo; es una realidad global que busca crear las condiciones de fraternidad, solidaridad y justicia social. Así lo entiende Francisco en el número 180 de Evangelii Gaudium:


Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales.

El Reino de Dios se construye en el mundo mediante el compromiso con las realidades políticas, sociales, económicas, morales y espirituales que ponen las bases para un mundo verdaderamente humano. Por eso, Francisco insiste en la necesidad de una economía basada en el servicio a la humanidad, no en el lucro, pues esta última, la economía capitalista, es la responsables del sufrimiento en el mundo. El neoliberalismo capitalista es el pecado estructural que se ha generado como exacerbación de los pecados personales y si no cambiamos ese sistema social por otro basado en una economía social y de comunión, como propone el documento episcopal, o una economía del Bien común, como propone en general la Doctrina Social de la Iglesia, será imposible que el Reino de Dios sea una realidad.

No podemos jugar a dos barajas, no podemos ser ingenuos, no podemos ser tibios: el capitalismo es el mal moral mayor de nuestra sociedad, y, aunque no será suficiente con cambiar el modelo social, sí será condición necesaria para esa transformación. Como recuerda el documento episcopal, siguiendo a Francisco, detrás de la crisis económica hay una grave crisis moral y espiritual, pero esto no debería querer decir que todos somos culpables de lo que sucede y que, por tanto,bastaría con un cambio moral individual. Este fue el error de Caritas in Veritate a la hora de proponer soluciones, error subsanado por Evangelii Gaudium. Necesitamos reformas estructurales de gran calado, acompañadas de transformaciones personales. Ahora bien, es imposible una cosa sin la otra. Sólo personas renovadas pueden construir una sociedad nueva. El Reino de Dios se construye con el hombre nuevo para una sociedad nueva.

El documento episcopal nos da unas pistas de trabajo para eliminar las causas estructurales de la pobreza, con lo que ha asumido el discurso de Francisco y el de Cáritas. En el número 49 se relacionan estas medidas integrales:

Los objetivos han de ser:
 Crear empleo. Las empresas han de ser apoyadas para que cumplan una de sus finalidades más valiosas: la creación y el mantenimiento del empleo. En los tiempos difíciles y duros para todos —como son los de las crisis económicas— no se puede abandonar a su suerte a los trabajadores pues sólo tienen sus brazos para mantenerse.
 Que las Administraciones públicas, en cuanto garantes de los derechos, asuman su responsabilidad de mantener el estado social de bienestar, dotándolo de recursos suficientes.
 Que la sociedad civil juegue un papel activo y comprometido en la consecución y defensa del bien común.
 Que se llegue a un Pacto Social contra la pobreza aunando los esfuerzos de los poderes públicos y de la sociedad civil.
 Que el mercado cumpla con su responsabilidad social a favor del bien común y no pretenda sólo sacar provecho de esta situación.
 Que las personas orientemos nuestras vidas hacia actitudes de vida más austeras y modelos de consumo más sostenibles.
 Que, en la medida de nuestras posibilidades, nos impliquemos también en la promoción de los más pobres y desarrollemos, en coherencia con nuestros valores, iniciativas conjuntas, trabajando en “red”, con las empresas y otras instituciones; apoyando, también con los recursos eclesiales, las finanzas éticas, microcréditos y empresas de economía social.

Pues bien, acto seguido, para que no haya equívocos, el documento debería indicar qué políticas han sido responsables de esta situación, para que los católicos orienten su voto en las elecciones, no sólo por cuestiones morales, sino por cuestiones también políticas y económicas. En la base del análisis está que las políticas aplicadas en España desde 1993 son las causantes de la burbuja de 1999 a 2008 y de la posterior crisis. Esas mismas políticas, diseñadas para enriquecer a una minoría, son las que ahora empobrecen a las mayorías a costa de seguir enriqueciendo, más aún, a la minoría. Estas políticas criminales no pueden ser apoyadas con su voto por los católicos. Esto le falta decir a la Conferencia Episcopal. Al no decirlo, elimina la base del análisis y lo hace superfluo. Como Juan Bautista, hay que llamar al corrupto por su nombre, hay que denunciar las políticas y los políticos que aplican la injusticia, hay que hacer pública la oposición, aunque esto cueste la cabeza de quien lo hace. Cáritas lo hizo y el ministro del ramo pidió su cabeza. No lo consiguió, pero dejó en evidencia a quien no denuncia la injusticia contra los pobres.

El documento de la Conferencia Episcopal Española está en la línea correcta. En la línea del Evangelio, en la línea de Francisco, en la línea de los pobres. Pero, es necesario ser más precisos y contundentes con la crítica profética y la denuncia. Hay que ser coherentes con la propia fe y con la tradición. Espero que el próximo documento sea así.
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