El profeta del Sur: Bergoglio.

"La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis". Evangelii Gaudium 202.

Cuando Kierkegaard escribió "La enfermedad mortal" no estaba pensando, precisamente, en las circunstancias que hoy tenemos en el mundo globalizado, pero, sí que acertó en el diagnóstico de la enfermedad que nos aqueja hoy: es una enfermedad espiritual. Las causas de los males que nos aquejan no hay que buscarlas primeramente en la economía, en la política, en la ecología o en cualesquiera otras. No, la causa fontal es espiritual. El hombre de la globalización posmoderna está enfermo por haber confundido el fin con los medios, por haber puesto su felicidad allí donde solo puede ser un paseo efímero por las emociones y sensaciones pasajeras. La verdadera causa de todo es la muerte espiritual del hombre actual.

Para sanar a la humanidad de esta enfermedad no bastan programas políticos y planes económicos, hace falta una transformación interior del hombre que lo asiente en los elementos fundantes de lo humano: el reconocimiento del ser como un don, la misericordia hacia todo lo creado y la solidaridad como acción primera en su existencia. Desde estos mimbres sí es posible crear una sociedad verdaderamente humana donde todos podamos satisfacer las necesidades biológicas y cultivar las espirituales. Estas últimas se asientan en aquellas y las justifican y explican. Una humanidad así vivirá integrada en su medio natural y cohesionada en torno a los valores centrales de la humanidad: solidaridad, entrega a lo común, respeto por los demás y austeridad.

Por eso mismo, el centro de toda la preocupación hoy debe ser resolver las causas estructurales de la pobreza, por que de esta manera se resolverá, a la vez, la causa estructural de la destrucción del medio natural. La búsqueda de riqueza y su acumulación es la responsable de la generación de pobreza y de la destrucción de la naturaleza. El leitmotiv del capitalismo, la búsqueda de lucro a toda costa, es el causante de tanto sufrimiento y del riesgo de perder el hábitat que nos ha permitido ser la especie natural que ha accedido a la realidad espiritual plena. El capitalismo es el mal estructural en esencia y por eso no podrá haber ningún cambio real de las circunstancias mientras no abordemos su demolición, controlada, pero demolición al fin, y la sustitución de este sistema socio-económico por otro basado en el don recíproco entre los hombres y los pueblos. De no llevar a cabo esto, estamos abocados a nuevas crisis, cada vez más intensas, hasta que el planeta mismo no pueda soportar tal nivel de destrucción e injusticia. La enfermedad mortal, la espiritual, puede llevarnos al fin de nuestro mundo y al fin del mundo como tal. Y lo que es peor, nos amenaza con privarnos de toda posibilidad. El mundo puede llegar a no ser posible, pero estamos a tiempo, como nos ha dicho el Profeta del Sur, Bergoglio.
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