“… mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos” (Is 56,7) Un acercamiento en clave intercultural
El tercer Isaías abre sus oráculos reflexionando sobre la salvación. Parece ser que la consciencia del pueblo hebreo camina, después del exilio, en la vía de la clarificación sobre la no exclusividad: no son unos cuantos los que tienen acceso a YHWH, sino todos tendrán la posibilidad de adorarle, todos, sin ventajas de ninguna forma.
Una argumentación de este tipo en la historia de un pueblo que siempre se ha entendido en función de la “elección” es fuerte en cualquier momento. El mismo Isaías, un poco más adelante (60,1s.), expresará que cuando el Señor establece la Alianza con su pueblo lo crea (Ramis 2008, p. 293), es decir, plasma la idea en una nación para hacerla su propiedad. No vamos a obviar que el elemento de “ser mejores” sigue presente en la epistemología subyacente, sin embargo, lo que nos interesa destacar es que han dado el paso para reconocer que debemos mirar al otro como “otro” pero en condiciones de igualdad-reflejo.
Debemos darnos cuenta del “otro” como diverso, como plural, cada uno en su particularidad, pero también como “igual” pues la categoría personal nos asocia en la dimensión fraterna de humanidad, nos reflejamos como un espejo en el rostro del otro (Levinas 2002, p. 209). Isaías en su reflexión expresa como la salvación que ha vivido el pueblo hebreo no ha sido una liberación aislada sino, al contrario, comprometida. Los “extranjeros” ya no lo son más; los que antes eran “ellos”-“esos” son ahora “tú” en pro del “nosotros” porque “a los ya reunidos todavía añadiré otros” (56,8). Se trata de “otros” en el sentido que hemos venido exponiendo, son “otros” diversos, pero no inferiores, nunca menos, sino con la misma dignidad y con una cultura tan rica como la nuestra.
El lenguaje juega un papel esencial y simbólico en esta inter-transmisión de nosotros mismos. La Biblia es un claro ejemplo del encuentro. El hombre es homo loquens porque la palabra permite al ser humano comunicarse con su alrededor, con los otros. El ser humano, por la virtud del habla, se convierte en un homo socialis (Mannucci 1997, p. 22). Hablar es reconocer la existencia de otro. Más aún, hablar como amigo revela que ese otro ya no es tan “otro” sino que es parte de mi mundo: “Dos cosas son necesarias en este mundo: la vida y la amistad. Dios ha creado al hombre para que exista y viva: en eso consiste la vida. Mas para que el hombre no esté solo, la amistad es también una exigencia de la vida” (San Agustín, Sermón 16,1). Además, “cualquier amigo verdadero quiere para su amigo: 1° que exista y viva; 2° todos los bienes; 3° el hacerle el bien; 4° el deleitarse con su convivencia; y finalmente, el compartir con él sus alegrías y tristezas, viviendo con él en un solo corazón” (Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II, q. 25, a. 7). La amistad entablada en el diálogo sincero y fraterno es aquella que la Biblia denomina “alianza” donde Dios “habla”, “vuelve su mirada”, es decir, se “desnuda” para conversar en total libertad con su creación que responde también desde su total libertad. Se trata, entonces, de un diálogo desde lo diverso, desde la sinceridad y el deseo de crecer, un diálogo que en la Biblia se manifiesta.
La Sagrada Escritura es, en sí misma, el resultado de un encuentro intercultural. Israel del Antiguo Testamento no sería tal si no fuese por el encuentro constante de los pueblos circunvecinos. Pareciera necedad afirmarlo pero: “los mercaderes, los mensajeros, los soldados, no vehiculaban solamente mercancías, medicinas y armas. También eran portadores de elementos culturales que se amalgamaban entre sí” (Lusseau 1981, p. 581). La riqueza obtenida por todos los pueblos que participaron –y lo siguen haciendo– del encuentro fue originada en el diálogo. El intercambio, no bilateral, sino poli-lateral generó la única realidad posible: el enriquecimiento mutuo. ¿Será que cuando nos sentamos a conversar con alguien, en especial si este alguien piensa diferente en algo y tenemos un pre-juicio, pensamos que ambos podemos salir beneficiados de dicho encuentro? No estoy seguro de que poseamos esa apertura, menos aún en temas religiosos. Este es el intento que proponemos con una lectura de la Biblia desde el paradigma intercultural.
Proponemos leer la Biblia como ella comenzó a ser escrita: dialogando. Con la lectura no individualizada de un texto tenemos el camino abierto para conocer y decirle ¡bienvenido! a alguien que no piensa como nosotros, pero que sí tiene nuestra misma intención: aprender y opinar, nunca adoctrinar ni imponer. Nuestra perspectiva del mundo no es única, leemos la Biblia con un espíritu ecuménico e interreligioso pues lo que nosotros creemos “real” para otros no lo es. Aquel viejo adagio “dos cabezas piensan mejor que una” calza a la perfección, aunque no son solo dos cabezas, sino infinidad de ellas. En la hermenéutica intercultural debemos dejar de lado el prejuicio que nos hace creer en la univocidad de la cultura occidental, tanto porque las escrituras judeocristianas nacen en oriente platicando con occidente, tanto porque nuestra historia no necesariamente es “la historia”:
… es imprescindible superar el paradigma de la historia afirmando las variantes temporales que nos ofrecen las culturas ligadas a sus memorias y tradiciones, con conciencia además de que esas variantes no son ni “excepciones” ni “desviaciones” del camino real de la historia, sino otros caminos en el tiempo y del tiempo (Fornet-Betancourt 2008, p. 20).
Leer la Biblia en clave de interculturalidad es atreverse a dar el paso que dio Isaías –el paso que muchos de nosotros no hemos dado– hacia una transparente apertura: hablar eliminando prejuicios y dejando de lado nuestros miedos para que, al fin, compartiendo con quienes sabemos diferentes, más nunca ajenos, podamos no solo “dia-logar” sino más bien “poli-logar”.
Isaías comprendió, después de un sufrimiento marcado por el exilio, que la salvación es para todos, no para unos pocos. A tanto llegó su convicción que, en el texto con que iniciamos, la “casa de Dios”, el Templo, es la meta de la peregrinación, el punto culminante donde la luz salvífica se manifiesta para todos, una luz que exige el compromiso de cada ser humano porque el “culto” debe reflejar la justicia: “No hay salvación si el culto está reservado a unos cuantos, pues significa que no se respeta la justicia” (Valverde 2007, p. 46).
El compromiso para nosotros hoy es leer la Biblia en una de sus múltiples dimensiones: el espíritu de fraternidad; leer la Biblia en la forma en que la leyó Jesús: como encuentro. Cualquier propuesta excluyente o discriminante no compagina con el proyecto cristiano de fraternidad.
Bibliografía citada
FORNET-BETANCOURT, R., “Teoría y praxis de la filosofía intercultural”: SIWÔ 1/1 (Heredia 2008: Universidad Nacional de Costa Rica) 9-42.
LEVINAS, E., Totalidad e infinito (Salamanca 2002: Sígueme).
LUSSEAU, H., “Los otros hagiógrafos”: H. CAZELLES (dir.), Introducción crítica al Antiguo Testamento (Barcelona 1981: Herder).
MANNUCCI, V., La Biblia como Palabra de Dios (Bilbao 1997: Desclée De Brouwer).
RAMIS, F., Isaías 40-66 (Bilbao 2008: Desclée De Brouwer).
SAN AGUSTÍN, Sermón 16,1: PL 46, 870.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma de Teología II-II, q. 25, a. 7 (Madrid 2004: Biblioteca de Autores Cristianos).
VALVERDE, J. C., La universalidad de la salvación. El texto de Is 56,1-8 y su posteridad bíblica (Heredia 2007: Universidad Nacional de Costa Rica).