Domingo 22º del Tiempo Ordinario Invita a quienes nadie quiere invitar...
Comentario al evangelio de Lucas 14,1.7-14 para la liturgia de la UBL
| Hanzel J. Zúñiga Valerio
El texto que hemos leído nos pone frente a uno de los valores centrales del mundo antiguo: el honor. Inclusive muchas de nuestras sociedades hasta el día de hoy viven de las concepciones que se desprenden de la honorabilidad. Ser honorable o brindar honor significa exaltar tu grupo social, tu familia y tu entorno. Al mismo tiempo, significa cumplir “al pie de la letra” aquello que la sociedad, desde sus referentes y juicios previos, espera de ti. Todos aquellos individuos que no cumplan estas expectativas o las sobrepasen caen en el umbral de la vergüenza. Sin embargo, recordemos que siempre han existido hombres y mujeres que no se ajustan a los moldes, que superan los esquemas y derrotan los estereotipos. Seres humanos creativos, irreverentes e indómitos han existido siempre y parece que Jesús fue uno de ellos.
Pues bien, en este fragmento del evangelio de Lucas, Jesús come en la casa de uno de los principales fariseos de la región, no sin ser vigilado. El evangelista despierta en sus lectores la sospecha: no está en un espacio donde se le quiera realmente, sino que ha sido invitado de forma interesada. Pero a Jesús esto no le impide colocar “el dedo en la llaga”. Es lógico que en una fiesta importante hay códigos sociales, normas de comportamiento y etiqueta, pero sobre todo podemos encontrar personas que gustan de presumir, de hablar de sí mismos y de ganar “honor” a costa de otros. A estos que “escogían los primeros puestos” les habla Jesús.
A partir de la metáfora de la boda, muy empleada en el NT para describir la llegada del Reino de Dios y sus exigencias (H. Lamberty-Zielinski, 2011, p. 288), Jesús cuestiona la actitud de invitados arribistas que buscan sitios de privilegio. Dicho de otro modo, nos pone en alerta de una tentación muy humana: aparentar cosas que no somos, buscar ser más a costa de otros, subir por encima de vidas humanas sin que esto nos importe. En nuestra sociedad, la competencia es un modus vivendi, el sistema de mercado en el que vivimos nos invita a competir desde muy niños, nos pide “ganar” a toda costa, nos pone a pelear en condiciones desiguales para crear aún más desigualdad. En la lógica del Reino esto no cabe. Un discípulo de Jesús no busca la preeminencia, sino el servicio. No se trata de la humillación per se, sino de renunciar a la lucha por el poder, la imposición y la violencia. No hay mayor honor que “hacerse débil” pudiendo ser fuerte: esa es la verdadera fuerza de un cristiano (cf. 2 Co 12,10).
La lógica del Evangelio coloca el valor del honor en aquello que la sociedad jamás lo buscaría: en la sencillez, en lo pequeño, en los puestos segundos. “Humillarse” no implica acá despreciarse, sino renunciar a los exclusivismos y a las invitaciones interesadas. Jesús no llegó a la fiesta “falto de amor propio” a proponer una degradación de su misma persona, sino a señalar aquellas actitudes que enmascaran el egoísmo de los comensales. “Exaltarse” acá quiere decir “abajarse” [sic], es decir, usar el poder de no imponerse. Se trata de una inversión de valores que privilegia humildad más allá de la soberbia, la sencillez más allá del orgullo y la ternura más allá del rencor.
Se trata de ubicarnos en nuestra realidad, con nuestras virtudes y limitaciones. De la búsqueda de la verdad de cada uno/a nace la humildad. En palabras de San Agustín, "¿Por qué buscas con ansias de destacar el lugar más elevado, que podrías alcanzar sencillamente si te mantuvieses en humildad? Si te elevas, Dios te abate; si tu te abates, Dios te eleva. La afirmación es del Señor: nada se le puede añadir ni quitar" (Sermón 354,8).
En esta inversión de valores, la propuesta de Jesús da pasos hacia la “vergüenza” en su contexto, aunque camina hacia el “honor” en el Reino por él predicado. Los invitados de la fiesta no deben ser amigos, familiares y personas con recursos para poder devolver la invitación. Pueden pagar y, por lo tanto, pueden restablecer el honor de la invitación. Los invitados deben ser aquellos que la sociedad jamás invitaría: pobres, lisiados, cojos, ciegos. Es decir, personas vistas como “incompletas” por una sociedad excluyente. Son dichosos quienes inviten a personas que no pueden devolver la paga porque la acción nace del corazón y no del interés.
En una sociedad donde todo se cobra, donde todo es poseer y ni los intereses son perdonados, pensar en una invitación gratuita parece una locura. Pues bien, es la locura de Jesús y de su proyecto la que nos invita a dar sin esperar retribuciones, es decir, dar en la lógica de la gratuidad (Pagola, 2012, p. 236). El Reino de Dios es el espacio de la inclusión gratuita de aquellos que la sociedad excluye, es el espacio de la gracia. Por eso, seremos dichosos cuando invitemos a quienes nadie quiere invitar.
Bibliografía citada
Agustín de Hipona, “Sermón” 354,8: Just, A. A., La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Evangelio según san Lucas, tomo III: Nuevo Testamento, Ciudad Nueva: Madrid, 2006.
Lamberty-Zielinski, H., “Boda”: Kasper, W., Diccionario enciclopédico de exégesis y teología bíblica, Herder: Barcelona, 2011.
Pagola, J. A., El camino abierto por Jesús. Lucas, PPC: Madrid, 2012.