Epifanía
Incluso, se hacen escenificaciones de la llegada de los magos en las poblaciones e instituciones que celebran ese acontecimiento. Sin embargo, lo más importante pasa por debajo de la mesa: la revelación del Niño Dios, con su gloria y su misión, ante los pueblos paganos representados por los mencionados reyes venidos del Oriente.
El término “EPIFANIA” tiene una profundidad en cuanto a su significado. Viene de dos palabras griegas: “epi” y “phainei”. Como tal, en la antigüedad era el término que se solía emplear para presentar en público o al nuevo rey o al heredero del rey. En el fondo significa, etimológicamente, presentación de una persona con toda su majestad… es el caso del rey. La Liturgia de la Iglesia lo asume desde el principio para celebrar la presentación gloriosa del nuevo rey de Israel, ante los reyes del Oriente que vinieron a conocerlo.
Es importante ver bien el contexto y el significado del evento de los reyes. Hay tres elementos a destacar: uno primero es el de la “estrella”; el segundo, el llegar a Jerusalén, el encuentro con Herodes y el aviso de que era Belén la tierra del rey Mesías (y la reacción de Herodes); el tercer elemento es el clave: la revelación de quién era ese rey, el Dios humanado.
De acuerdo a la mentalidad bíblica (y también de los pueblos de origen semita), la “estrella no tiene nada que ver con fenómenos astronómicos ni con prácticas astrológicas. A cada persona que nacía se le consideraba poseedora de una estrella, es decir de una vida particular. Si la misión de quien nacía era importante, la estrella tenía un resplandor particular.
En el caso de Jesús, los magos vieron “su estrella”: es decir, les fue inspirado el acudir donde Jesús para conocer al “rey” con su “estrella fulgurante”. Es la estrella que determina la importancia del niño a quien van a ver.
Muy al contrario de lo que muchos opinan no se trata de un fenómeno astrológico, por el cual se le daría el nombre de “magos” a los reyes que le visitarían. Ciertamente eran estudiosos y sabios, por eso pudieron entender que se trataba de un personaje más que importante.
Era lógico que los reyes del Oriente llegaran a Jerusalén, la ciudad principal, y buscaran allí, en el palacio real, al nuevo heredero, al rey futuro de Israel. Esto hace que Herodes no sólo sospeche de algo sino que se llene de miedo y odios.
Pero, a la vez, él consulta y le es dicho que el Mesías Rey, con su “estrella” nacería en Belén. Los orienta y les pide que, al retorno, pasen para advertirles donde lo encontraron. En el fondo era para aniquilarlo, ya que no soportaba que le hubiera llegado un rey que no era de su familia y que lo podía relegar. El resto de la historia la conocemos, con la matanza de los inocentes, el regreso de los reyes por otro camino y la huida a Egipto de José con María y el Niño.
El tercer elemento es el más importante. Constituye el núcleo central del relato de los reyes del Oriente: la manifestación – revelación del Dios humanado. Es la cristofanía, que adquiere un esplendor particular. Ese esplendor es el de la “estrella” y el de la condición peculiar del niño nacido en Belén: es la presentación gloriosa del nuevo Rey.
¿Qué fueron a ver los reyes? ¿A quién encontraron? No consiguieron a un niño rico, sino a alguien que había nacido pobremente y se perfilaba como el rey supremo de la humanidad. Por eso, siguiendo el estilo bíblico, se identifica este evento como EPIFANIA. No sólo porque habla de la presentación en público a los pueblos paganos del Rey Mesías, sino porque también se comenzaba a revelar su condición: la de Dios humanado, encarnado.
Al leer la Biblia nos vamos a encontrar que el verbo “phainein” y sus derivados (entre ellos el sufijo “-fanía”) se aplican sólo a Dios. Es la manifestación de Dios; su revelación como tal, con todo su poder. Incluso en la literatura patrística sólo se aplica o emplea para hablar de la manifestación de la gloria de Dios; es decir, su divinidad.
Asimismo sucede con el concepto de “aparición”: esos verbos, que se suelen usar para hablar de este fenómeno, hacen sólo referencia a Dios, quien se da a conocer de diversos modos. Pero siempre y sólo es Dios quien se aparece. Por eso, emplear posteriormente el concepto de “aparición” y el de “-fanía” a realidades o personas que no son Dios, conlleva riesgos de imprecisiones teológicas con efectos peligrosos.
Así pues, al hablar y celebrar la EPIFANIA estamos conmemorando un hecho teológico importante e intencionalmente querido por Dios mismo: su auto-revelación como Rey, como Dios salvador, como el Mesías. Es lo esencial de la fiesta que se celebra cada 6 de enero. Los magos son unos protagonistas del relato que nos permiten adentrarnos en la razón de ser profunda del mismo: el Dios que se da a conocer ante las naciones paganas, representadas en los magos del Oriente.
Ya antes, en el portal de Belén se había producido la “teofanía” ante los pastores, iluminados por el resplandor de la gloria de Dios cantada por los ángeles. Posteriormente, la teofanía se irá presentando para que la gente comience a ver y descubrir la magnificencia del Dios encarnado: el Bautismo del Señor, la Transfiguración.
La mayor de las Epifanías, será presentada de manera contradictoria en la Cruz, el trono del Rey Mesías. Pocos la podrán descubrir… uno de ellos es el centurión cuando proclame que “verdaderamente Éste era el Hijo de Dios”.
Luego en las diversas apariciones del Resucitado se experimentará lo mismo que sintieron los reyes y tantas otras personas que experimentaron el resplandor de las diversas teofanías.
Desde la “estrella” hasta el reconocimiento y adoración de los reyes, podemos descubrir el verdadero sentido de la epifanía. La Liturgia es lo que quiere destacar. La acción evangelizadora de la Iglesia es lo que busca seguir proponiendo con su catequesis…
Lo que nos toca hacer a nosotros es, con nuestro testimonio, ayudar a que muchos re-descubran al nuevo Rey, el Dios humanado y que todos, juntos ellos y nosotros, podamos tener la misma actitud de aquellos reyes: “Hemos visto su estrella y venimos a adorarle”.