Mujer de inmensa fe

Muy al contrario de lo acontecido con Pedro y sus discípulos cuando se les apareció caminando por las aguas, una mujer cananea, ni siquiera israelita o creyente en Yahvé, se le acerca a Jesús reconociendo en Él su poder divino. Mientras Pedro duda y se comienza a hundir por miedo a las aguas turbulentas, la mujer cananea se acerca a Jesús con plena confianza de que curará a su hija. Jesús le señala que ella no es israelita. Pero, sin timidez y con decisión, se atreve a pedir aunque sean migajas de la mesa de su Señor. Por eso, sabiendo que Él podía, le ruega la curación de su hija. El Señor le concede la gracia solicitada, pero, a la vez, deja una enseñanza: “Mujer ¡qué grande es tu fe!”

No pertenecía al grupo de discípulos, quizás ni lo había visto antes… pero lo conocía por la fama que se había corrido por el territorio. No le importó su creencia, pues le interesaba más la salud de su hija. Se arriesgó y creyó. Quien aparentemente no podía tener fe en el Dios de la vida, sin embargo demuestra que no tiene la poquedad de fe de Pedro, sino la gran fe de quien se atreve a confiar en Jesús. Es un ejemplo contrastante y que nos puede iluminar.

¡Cuántas veces nos conseguimos con gente sencilla, aparentemente alejada de Dios, pero que se atreve a seguir a Jesús! Sobre todo contrasta con quienes se consideran que están cerca de Jesús, por sus actitudes pietistas o porque “cumplen” con algunas normas de la Iglesia y de la liturgia. ¡Cuántas veces nos conseguimos con aquellos conocidos hombres con “fe de carbonero” pero que profesan una extrema confianza en Dios! Muy al contrario de quienes piensan que por dar limosnas o ser amigos de eclesiásticos ya están salvados.

Frente a ellos, quienes se consideran seguros y salvos, nos conseguimos con tantas personas como la cananea, osada al manifestar su fe. Y lo hacen cumpliendo lo enseñado por la Escritura Santa: “velan por los derechos de los demás, practican la justicia”, es decir hacen el bien para apoyar con sus obras la fe en Dios. No se limitan a lo mínimo, sino que dan lo mejor de sí mismos.

Diversamente de quienes aparentan estar muy unidos a Dios pero son hombres o mujeres de poca fe. Son los que le piden a la Iglesia, a los que trabajan apostólicamente, a quienes ejercen ministerios… que recen, que hagan, que construyan la paz. Pero ellos ni mueven un dedo para hacer nada. Son los expectantes de milagritos y favores… pero se hunden en las aguas turbulentas que les rodean.

El ejemplo de la mujer cananea es muy diciente, porque con ella podemos darnos cuenta de lo que de verdad se requiere para tener fe y conseguir la salvación. Se requiere sencillez, humildad, confianza plena en Dios y decisión para actuar en su nombre.

La mujer cananea no hizo como Pedro quien retó a Jesús, cuando le dijo “Si de verdad eres tú, haz que yo camine”. Ella, reconociendo su condición se atrevió a pedir que, al menos pudiera comer de las migajas que caían de la mesa… entonces Jesús premió la fe humilde, pero segura y decidida de la mujer. No sólo le concedió lo que le pedía, sino que también le recompensó con la curación de su hija. ¿De qué lado estamos nosotros? ¿De la poquedad o de la grandeza de la fe?
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