Las canonizaciones del 14 de octubre

En medio delSínodo de los jóvenesha querido el Papa Francisco elevar a los altares en calidad de santos de la Iglesia universal alPapa Pablo VI y a Mons. Oscar Arnulfo Romero. No parece una simple casualidad, sino algo nacido de un corazón agradecido y de una lección para los mayores y para los jóvenes, un clamor para que estos últimos tomen el testigo de unas vidas del todo entregadas a la causa del bien de la humanidad, producto del amor profundo al buen Jesús de Nazareth.

Pablo VI, el primer papa que pisó y besó tierra latinoamericana. A cincuenta años de aquel gesto que estuvo precedido por el llamado suyo a los episcopados no europeos a tomar y darle rostro propio, mestizo, a las conclusiones y al espíritu del Concilio Vaticano II. Medellín, sede de la reunión del episcopado latinoamericano en 1968, fue el fruto consumado, no siempre bien acogido y valorado, que abrió las puertas a una vitalidad jamás vista de la identidad católica y de su misión en un subcontinente lacerado por heridas profundas. Mons. Romero, por su parte, hombre tímido y conservador, sintió la llama de ser profeta de la justicia, en un pueblo, el suyo, sumido en el dolor de una guerra fratricida en la que ambos bandos masacraron a la población más pobre. Su causa tampoco fue sin más, comprendida y aceptada.

Papa Francisco hace justicia a dos hombres que llevaron sobre sus hombros los sufrimientos y las incomprensiones de los suyos. Y como broche de oro, la exaltación a la gloria de Bernini tiene lugar a los cuarenta años del tránsito mortal de Juan Bautista Montini, y a los treinta y ocho del asesinato de Mons. Romero, al Tabor del encuentro con el buen Dios de ambos paladines de la fe. Este acontecimiento en pleno desarrollo ha dado pie a numerosas publicaciones y encuentros que desvelan a las generaciones actuales los vericuetos y trazos torcidos con los que se teje la verdadera historia. Hay que estar atentos para hacer memoria viva, la continuidad en fidelidad a la tradición y a los tiempos que corren, pues el Papa Francisco transita la misma senda de sus predecesores para poner en alto el auténtico mensaje evangélico.

El paralelismo que imbrica las semejanzas entre Juan XXIII, Pablo VI y Francisco, es iluminador. Pareciera que los ataques, desencuentros actuales, magnificados por la prensa y redes amarillistas, llevan a pensar que nunca como ahora se ha denigrado tanto de un sucesor de Pedro. Y no es así. Juan XXIII fue elegido, el mismo lo cuenta, después de once largos escrutinios, por ser viejo, sin fama de intelectual, pensando que sería protagonista de una sucesión anodina, desde de la figura inalcanzable de Pío XII. Sin embargo, convocó el concilio ecuménico, dando vuelco a la nave de la Iglesia para que bogara con presteza en un mundo adormecido. Esto lo hizo sin consultar a los que quisieron convertirlo en algo pasajero. La popularidad acompañó al Papa Roncalli, gracias sobre todo a la gente sencilla y de a pie. A Pablo VI le tocó remar mar adentro, en medio de tormentas que lo acompañaron desde su elección hasta su muerte. La oposición hasta el llamarlo “el diablo”, no se redujo al borrascoso año 68 cuando publicó la Humanae Vitae. Francisco es heredero de esas glorias y esas espinas, timoneando la barca de Pedro, en la que carga sobre sus hombros la cruz del Gólgota, único camino cierto hacia la plenitud de la gloria.

Vivimos momentos de gracia, de kairós como reza el adagio teológico, en el que la purificación paga con creces la incomprensión de quienes, pretendiendo ser más papistas que el papa, no son sino enviados del diablo que anda como león rugiente buscando a quien devorar. Pero la nueva primavera de la alegría del evangelio capitaneada por Francisco es signo de trasparencia, verdad, valentía, y amor misericordioso que pone la conversión y el perdón por encima del castigo. Que las canonizaciones del 14 de octubre 2018 nos ayuden a crecer y madurar en la urgencia del servicio desinteresado por todos, comenzando por las periferias. Que nos acompañen la intercesión de San Pablo VI y San Romero de América.

44.- 30-9-18
Volver arriba