"Siempre estuvo cercano a Religion Digital, a pesar de que algunos de sus compañeros se lo reprochaban" Amigo, el cardenal del corazón grande, la sonrisa franca y el don del equilibrio
"Su eterna y franca sonrisa era su pasaporte para entrar en las fronteras del corazón y del alma de la gente. Tenía ese don. Le salía espontáneo, sin forzarlo. Exhalaba cordialidad y sabía encandilar a cualquiera, porque miraba a los ojos y volcaba en su mirada toda la empatía de la que era capaz"
"se comportaba siempre como un caballero, pero, a la vez, humilde (quizás por franciscano) y valiente, por el mismo carisma mamado del santo de Asís"
"Nunca tuvo pelos en la lengua. Hablaba siempre alto y claro. Con transparencia, incluso sobre los temas más delicados. Sabía estar"
"Tenía el don, también natural, del equilibrio mental, personal y eclesial. Todo un señor de corazón enorme y generoso"
"Nunca tuvo pelos en la lengua. Hablaba siempre alto y claro. Con transparencia, incluso sobre los temas más delicados. Sabía estar"
"Tenía el don, también natural, del equilibrio mental, personal y eclesial. Todo un señor de corazón enorme y generoso"
Dicen que no hay nada más parecido a un obispo que otro obispo. Pero, tras muchos años tratándo de cerca y de lejos al colectivo episcopal, mi experiencia me susurra que 'hay obispos y obispos'. Desde los malqueridos hasta los desconocidos, los que pasan sin pena ni gloria o los adorados. Y, para muestra el botón de mi querido monseñor Amigo, de cuya amistad me enorgullezco. Sobre todo, teniendo en cuenta lo complicado que es conectar a nivel de corazón con un prelado. Por la coraza con la que se revisten, quizás para tapar sus ansias de querer, sin poder ser personas normales.
Esa dificultad desaparecía en la relación con Carlos Amigo Vallejo, porque él no sólo era pontífice (puente), sino hermano menor al servicio de todos. Y llevaba el corazón en la mano. Quizás por eso, tuvo tantos amigos en vida. Y los pocos enemigos se deshacían como un azucarillo ante él, porque los trataba como amigos. Y, de hecho, a la hora de su muerte, hasta los rigoristas le alaban.
Su eterna y franca sonrisa era su pasaporte para entrar en las fronteras del corazón y del alma de la gente. Tenía ese don. Le salía espontáneo, sin forzarlo. Exhalaba cordialidad y sabía encandilar a cualquiera, porque miraba a los ojos y volcaba en su mirada toda la empatía de la que era capaz. Y era mucha.
Como mucha era su elegancia y su porte natural. Nació guapo y siempre lo fue, pero sin creérselo. Al contrario se comportaba siempre como un caballero, pero, a la vez, humilde (quizás por franciscano) y valiente, por el mismo carisma mamado del santo de Asís.
La verdad es que nunca tuvo pelos en la lengua. Hablaba siempre alto y claro. Con transparencia, incluso sobre los temas más delicados. Sabía estar. Y prueba de ello era su comportamiento con la prensa. No se escabullía, no escapaba (como otros muchos de sus colegas, algunos incluso físicamente). Nos veía de lejos a los periodistas y ya nos saludaba, respondía a todo con sencillez y claridad y se despedía siempre con una franca sonrisa y un consejo amistoso: “Sed buenos”. Y, cuando no podía o no debía contestar, tiraba de su fino sentido del humor.
Recuerdo, por ejemplo, una vez en Roma, a la salida de una de las últimas reuniones del precónclave que terminó eligiendo (¡bendita hora!) al cardenal Bergoglio como Papa Francisco. Me vio de lejos y me vino a saludar. Aproveché para intentar 'sonsacarle' algo:
-¿Qué ambiente se respira ahí dentro, Don Carlos?
-Excelente; el de las grandes ocasiones, pero muy sereno.
-¿Se perfilan candidatos?
-Espero que sí. ¿Y vosotros, los periodistas, por quién apostáis?
-Ya sabe, hay muchas quinielas, pero, como siempre, andamos muy perdidos. En mi última crónica aposté por el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio.
Se me quedó mirando fijamente y nunca supe si su mirada era de sorpresa por lo inédito de mi apuesta o porque también él había pensado en votar al arzobispo argentino. Me sonrió y me dijo:
-¿Sabes, Vidal? La gran ventaja que tenemos nosotros es que contamos con una baza espectacular: la inspiración del Espíritu Santo. Y ésa siempre funciona, nunca falla.
Si uno es de donde nace, de donde se forma y de donde vive, Carlos Amigo tuvo cuatro amores: Medina de Rioseco, la emblemática villa vallisoletana que le vio nacer; Santiago de Compostela, en cuyo convento entró de aprendiz de hermano menor y llegó a ser el máximo responsable; Tánger, donde aprendió a ser obispo y a tender puentes con otras religiones, algo que nunca perdería; y Sevilla, su amor de madurez.
A Sevilla se entregó, por Sevilla lo dio todo y, a cambio, los sevillanos lo adoptaron como uno de los suyos y lo quisieron a rabiar. Y presumían de él como el gran orador y predicador que era, con su porte señorial y su voz de tronío.
Estaban tan orgullosos de él que, en varias ocasiones, pude ver comisiones de sevillanos ilustres que se presentaban en las aperturas de las Plenarias de la Conferencia episcopal, para pedir el cardenalato para su arzobispo. Cuando le concedieron la birreta, Sevilla lo festejó, como sólo por allí se festeja, y lo entronizó como el cardenal del pueblo, el que mejor supo conectar con el alma cofrade y semanasantera de la tierra andaluza. Y junto al respeto de la gente, que siempre tuvo, se ganó el cariño de sus diocesanos. Algo de lo que pocos obispos pueden presumir y que debería ser la vara de medir sus pontificados.
Y, cuando le llegó la hora del adiós y a pesar de que la gente le pedía que no se fuese y que se quedase en Sevilla, quiso dejarle el mayor espacio posible a su sucesor, monseñor Asenjo, y se trasladó a Madrid. Pero seguía disponible para todo y para todos: ejercicios espirituales, novenas, pregones, entregas de premios. Le seguían invitando a todo y a él se le daba todo bien.
Entre la jerarquía española gozaba de prestigio y consideración, pero nunca pudo llegar a la cúpula de la CEE, quizás por su carácter abierto y dialogante. Y porque pintaban los bastos de la involución. O dicho de otra forma, porque ya era de Francisco antes de Francisco. Y ya entonces apostaba por una Iglesia en salida, samaritana, servicial y acogedora, cuando lo que se vendía desde Añastro y desde Roma era una Iglesia-roca-asediada-y-perseguida.
En esos tiempos de hierros eclesiales, siempre estuvo cercano a Religion Digital, a pesar de que algunos de sus compañeros se lo reprochaban abiertamente. Siempre nos quiso, nos cuidó, nos mimó e hizo todo lo que pudo por nosotros. Asistía a todos los eventos a los que le invitábamos y nos hacía sentir Iglesia, aunque fuese sólo en la periferia. Y, cuando no podía, se disculpaba en persona o a través de su eterno secretario, el hermano Pablo, de la Cruz Blanca.
Eso sí, sin renunciar a sus principios, sin dejar de ser un arzobispo-cardenal. Porque tenía el don, también natural, del equilibrio mental, personal y eclesial. Todo un señor de corazón enorme y generoso, que se hacía querer. Los sevillanos le lloran y nosotros nos unimos a su llanto, siempre bañado con la sonrisa de saberlo entre los bienaventurados del Señor.
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