Castrillón "salva" a Benedicto XVI y "condena" a Juan Pablo II

Primero fue el valiente cardenal de Viena, Schonborn, el que apuntó directamente a la Curia, para descargar a su amigo, el Papa Ratzinger. Según el purpurado austríaco, el entonces cardenal Ratzinger no pudo llevar a cabo la necesaria limpieza en la Iglesia (sobre todo, a partir del 2001), porque el nucleo duro de la Curia se lo impedía. Sin citar nombres, todas las miradas se dirigieron hacia la vieja guardia curial, con Sodano, Castrillón y Dsiwisz al frente. El triunviraro, con enorme poder en el Vaticano sobre todo en la última etapa del pontificado de Juan Pablo II, servía así de chivo expiatorio que descargaba de culpas al Papa actual y de parapeto ante su predecesor.

Pero el cardenal Castrillón no quiso cargar con las culpas. Castrillón siempre pensó que los abusos sexuales eran fruto de la histeria mediática anticatólica, que la "tolerancia cero" promovida desde Doctrina de la Fe era una reacción excesiva, que remover a los curas sin proceso era atentar contra el Código de Derecho canónico y, por supuesto, que denunciarlos a la justicia civil era alta traición.

Por eso, una vez descubierta su carta de felicitación al obispo francés por no denunciar a un cura abusador, se defendió. Y precisamente en Murcia y aplaudido por unos cuantos obispos (¡habría que investigar quiénes fueron con nombres y apellidos!), rompió el dique de contención y señaló directamente a Juan Pablo II. El Papa Wojtyla -dijo- estaba al corriente de la carta, la avaló y hasta hizo que se enviase a todos los demás obispos del mundo. Esa era la forma en que había que actuar en esos casos, pues, avalada por la suma autoridad de la Iglesia.

Con su gesto, indirectamente y quizás sin quererlo, Castrillón salva al Papa Ratzinger y limpia su imagen de responsabilidad en el caso de las sotanas sucias. Pero, al mismo tiempo, dispara una carga de profundidad contra el proceso de beatificación de Juan Pablo II. Parece lógico pensar que, si es cierto lo que dice Castrillón, el Papa Wojtyla no puede ni debe subir a los altares. Por muchos milagros que haga y por muchas otras virtudes que atesore.

Parece, pues, que se van disipando las dudas sobre la actuación del Papa Ratzinger, que, hasta ahora, venía cargando con unas culpas que no le correspondían. O que no le correspondían totalmente.

Sólo queda por despejar una duda: Si el entonces cardenal Ratzinger no pudo limpiar la Iglesia, porque no le dejaron, ¿por qué no lo denunció publicamente? ¡Eso es pedir demasiado! Quizás. ¿Por qué, al menos no presentó su dimisión irrevocable para no hacerse cómplice del encubrimiento? ¿La presentó y el Papa lo obligó a seguir, en contra de su conciencia y por el mayor bien de la Iglesia?

Dudas pendientes que tendrían que resolverse, para que la Iglesia católica pueda salir, de una vez por todas, del tsunami de las sotanas sucias. Y tras la catarsis, recuperar la credibilidad social y la autoridad moral. Se lo juega todo.

José Manuel Vidal
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