Para promover la primavera de Francisco, tienen que cambiar el modelo teológico y volver a seducir a la gente Teólogos desde la vida y discípulos del pueblo santo de Dios
"Los teólogos tienen que imitar a Francisco y fajarse en la arena de los medios de comunicación de masas. No escapar de ellos, sino buscarlos"
"Sin revanchas, pretenden darle la vuelta a la tortilla teológica tanto tiempo dominada, sin admitir pluralismo alguno, por parte de Ratzinger y de su nutrida escuela"
"El pueblo huele autenticidad en Francisco, pero el funcionariado clerical, la casta farisaica, le impide degustar a Papadios y aspirar el perfume de la nueva primavera evangélica"
"El pueblo huele autenticidad en Francisco, pero el funcionariado clerical, la casta farisaica, le impide degustar a Papadios y aspirar el perfume de la nueva primavera evangélica"
Tuve la fortuna de compartir cuatro intensos días en Puebla (México) con 45 teólogas y teólogos de América Latina, USA, Quebec y España, reunidos en el Tercer Encuentro Iberoamericano de Teología. Una experiencia de profunda comunión, de gran profundidad intelectual y humana, en un ambiente de cordialidad y amistad, de intercambio y de unidad en la diversidad.
Un encuentro que fue posible, gracias a la generosidad de dos universidades jesuitas: El Boston College, que corrió con los gastos del viaje y la Universidad Iberoamericana de Puebla, que costeó la estancia de los participantes y puso a su disposición sus instalaciones. En un espléndido ejercicio de comunión de bienes.
Un Encuentro que hicieron posible un equipo motor, integrado por el teólogo laico venezolano, Rafael Luciani; el teólogo argentino Carlos Maria Galli, y el argentino-chileno, Carlos Schickendantz. ¡Excelente trabajo de los tres!
Este grupo iberoamericano de Teología está integrado por mujeres y hombres con mochilas cargadas de vida entregada en los surcos del pueblo. No son académicos al uso, aunque también tengan estudios, doctorados y muchos y sesudos libros publicados.
No son teólogos de gabinete ni de escritorio, sino de los que van a la reflexión desde la vida compartida con todo tipo de comunidades y, especialmente, con los más pobres. Por poner solo dos ejemplos. El jesuita Pedro Trigo lleva más de 40 años viviendo en una chacra, con su comunidad, en uno de los barrios más humildes de Caracas. O Rafael Luciani, que da clases en la Andrés Bello de Caracas y en el Boston College, pero sigue compartiendo su vida en una sencilla comunidad de base.
Desde ahí, desde las alegrías compartidas y desde las lágrimas amasadas al ritmo de los días, teorizan, pero enraizados en su medio. Laicos, como Alejandro Ortiz, de la Ibero de Puebla; consagradas como la teresiana Consuelo Vélez; curas como el quebequense Gilles Routhier o el brasileño Agenor Brighenti.
Vienen de Latinoamérica, como los chilenos Gidi o Schickendantz, el argentino Galli o el mexicano Carlos Mendoza, o de la USA hispana, como Ospina o Valiente, entre otros. El grupo cuenta, desde sus inicios, con la presencia de dos obispos, el cardenal de Caracas, Baltazar Porras, y el vicepresidente del episcopado venezolano y obispo de La Guaira, Rafael Biord.
Las sesiones, apretadas, con ponencias bien trabadas y diálogos posteriores siempre respetuosos, pero críticos e incisivos. Sin dárselas de nada, sueltan auténticas perlas teológicas y pastorales, con serenidad, apertura y hasta sentido del humor.
Casi todos han sufrido ataques, persecuciones y, sobre todo, ninguneos por parte del establishment teológico y de muchos jerarcas de la Iglesia. Han estado más o menos asfixiados durante los pontificados de Wojtyla-Ratzinger y, ahora, respiran aliviados y a pleno pulmón los vientos de aggiornamento y renovación por lo que han luchado durante toda su vida. Sin cambiar de chaqueta, sin acomodarse ni ceder al chantaje de la buena vida o del reconocimiento académico y eclesiástico.
Espoleados por los nuevos vientos de la primavera de Francisco, quieren echarle su cuarto a espadas y contribuir a su florecimiento. Sin revanchas, pretenden darle la vuelta a la tortilla teológica tanto tiempo dominada, sin admitir pluralismo alguno, por parte de Ratzinger y de su nutrida escuela.
Pertenecen a la misma galaxia comprometida o progresista, pero militan en diferentes modelos teológicos. Desde la Teología de la Liberación a la Teología del Pueblo, pasando por la Teología hispana estadounidense, la Teología feminista o la Teología de la Liberación de tercera generación.
Francisco quiere cambiar la Iglesia, única manera de hacerla creíble, y para eso necesita desmontar la doctrina farisaica que agarrota a la institución. Cambiar el catecismo y el derecho canónico por el Evangelio.
Más aún, necesita que ese cristianismo revivificado cale en las élites teológicas y clericales y empape a las bases creyentes.
El pueblo huele autenticidad en Francisco, pero el funcionariado clerical, la casta farisaica, le impide degustar a Papadios y aspirar el perfume de la nueva primavera evangélica. Por eso, los teólogos de Francisco tienen, a mi juicio, dos tareas urgentes y casi sobrehumanas. La primera es en su propia casa, para ganarle la partida a la élite teológica que ha reinado desde el final de Pablo VI hasta la llegada de Francisco. Lo coparon todo, lo controlaron todo y hasta consiguieron congelar el Concilio.
La doctrina sin corazón reina en el Catecismo y en el Código y, desde esas tablas de la ley permea toda el andamiaje clerical, que formatea la mente de los curas y de los seminaristas (y del pueblo) en la religión de la culpa, del pecado y del poder sobre las conciencias.
Y una institución tan clericalizada como la Iglesia no puede cambiar, si no cambia su clero o si el pueblo no da la espalda a los clérigos de la ley para volver a los ministerios del servicio a la comunidad.
La partida se juega, pues, en las élites y en las bases.
¿Serán capaces los teólogos del pueblo, alentados por Francisco, de imponer a sus colegas conservadores, que tienen su referente en el Papa emérito, la nueva visión teológica?
Para que tenga éxito esta campaña evangélica, la lucha hacia adentro debe extenderse a otro frente: el pueblo. La nieve tiene que bajar de la montaña y derretirse en el valle. Los creyentes deben saber qué es lo que está pasando y que partida de ajedrez se está jugando en las élites eclesiales. Para eso, los teólogos y los clérigos comprometidos con el nuevo modelo eclesial tienen que llegar con sus nuevos mensajes a la gente. El Papa, por muy Papa que sea, no puede hacerlo todo solo. El rey necesita peones, torres, caballos y alfiles.
Los cuadros comprometidos tienen que salir del jardín de la sacristía. Tienen que dejar de pescar en pecera y de convencer a los convencidos. Harta de la doctrina de bronce, la gente se ha ido de la Iglesia, sin dar portazos, hacia la indiferencia: el cisma silencioso. Solo está esperando que alguien les comunique la buena nueva de Jesús, que puede seguir dando sentido a sus vidas, como la dio a tantos miles de millones a lo largo de la Historia.
Para conectar de nuevo con la gente, teólogos y clérigos tienen que imitar a Francisco y fajarse en la arena de los medios de comunicación de masas. No escapar de los medios, sino buscarlos. De buena fe, sin hacer trampas, respetando sus leyes y su dinámica interna, ocupando espacios mediáticos. Como lo han hecho todas las demás élites: políticas, judiciales, económicas, culturales, filosóficas...
Los teólogos están preparados, saben comunicar, son expertos en retórica, tienen un caudal de argumentos acumulados durante siglos y, lo más importante, no van de farol, no buscan sus intereses, no venden mercancía averiada, sino el mensaje de Jesús, que los siglos han probado que es uno de los caminos de sentido.
Solo así, urgiendo a los medios de Iglesia que les hagan hueco y se dediquen a defender la primavera de Francisco (y no a la derecha neoliberal), y fajándose en los ajenos, podrán llegar a la gente y volver a seducirla. Marcar agenda. ¿Marketing? No. Misión. Id por todo el mundo...