La persona de verdad sencilla y humilde extrema la benevolencia con los desheredados de fortuna, talento y cualidades. El hombre modesto es consciente de que la ira es un recurso para colocarse por encima del prójimo o para defender el propio prestigio. Ninguna de las dos cuestiones le interesan. Ha superado por completo la pasión por el poder, el ansia de dominio. Por eso mismo es sujeto adecuado para ser investido de autoridad si posee cualidades. Mas por desgracia difícilmente llegan estas personas a tomar las riendas de la sociedad. Otros con menos luces y mayor ansia de protagonismo escalan las cimas.
No necesita defender el propio prestigio. No le hace sufrir que los demás piensen mal de él, ni le enaltece que piensen bien. Le basta la tranquilidad de conciencia, equivalente a la paz con Dios. La emulación tuvo importancia en una época de su vida. ahora la considera como una etapa transitoria. Una vez superados los años de adolescencia se desprende de estas ligaduras porque su meta no consiste en "ser otro", sin en ser "él mismo".
Aquella combatividad se su primera juventud le ha prestado un fruto: la propia superación de cada día y la admiración de la vida dinámica del prójimo. "Llegar a ser como", "colocarse por encima de" ha desaparecido del programa de su actuación. Competirá consigo mismo, no con los demás.
Reconoce el hombre humilde sus cualidades buenas; no es ciego. No se envanece en ellas. Sabe que sus posesiones no son de él mismo. No ignora que todo lo ha recibido.
Cuando penetra en lo más íntimo de su ser, advierte una enorme contradicción: su dignidad humano – cristiana y el inmenso desierto ontológico de su "yo" profundo. Ante esta perspectiva real y sincera piensa que no tiene sentido el orgullo para ningún ser humano. Mira compasivamente al soberbio ya que no consiguió descubrir la realidad honda de su persona. Observa con pena al tímido porque aprecia en demasía su dignidad. Masa no se juzga por encima de ellos, ni intenta colocarse como modelo. Mira a Dios. Se siente criatura pequeña y en total dependencia del Creador. Por un momento queda anonadado. ¡Menos mal que es mi Padre!, exclama. La reflexión prosigue: un padre mira con inmensa ternura al hijo. Siente entonces una confianza en Dios tan grande que no le ruboriza su pequeñez. ¿A un niño puede avergonzar no tener fuerzas cuando mira a su padre? sabe que le comprende y aprecia en su debilidad.
Ve la desproporción entre sus pensamientos nobles y su actuación mediocre; entre los ideales sublimes y la vida vulgar. Se siente contento por su formación; con el desarrollo de persona, con lo bueno propio. Contento, sí, pero no satisfecho. Sume su responsabilidad ante la existencia y sigue avanzando. No permanecerá estancado. Ante los demás no se acompleja: siente la igualdad fundamenta de todos los humanos. Juzga accidentales las diferencias de las personas. No camina a la caza de humillaciones: su naturaleza las detesta. Si llegan las acepta, mas no aprueba la conducta de los que abusan de los demás. En todo caso se une a Cristo doliente.
¿Qué reacción toma ante la humillación habitual? ¿Optará por defenderse ola sufrirá en silencio? Entiende que dentro de la persona existe un principio de dignidad y su es gallardía. Nadie bajo la capa de virtud ha de tolerar ciertas injurias. Supondría pusilanimidad. Jesús nos da ejemplo: "Si he obrado mal, muéstrame en qué, y si bien, por qué me hieres?" El hombre sencillo, pues, vive con honor y se defiende de la injusticia, pero no mantiene en su interior sentimientos de odio.
Yo diría que el cuerpo de la humildad es la propia naturaleza, creada inteligente, consciente de su limitación. El alma es la verdad, la realidad asumida por el sujeto virtuoso. No carecería de toda razón el viejo agustino cuando decía: "Humildes, sí; pero humillados, jamás".
No se logra la modestia recibiendo agravios. La vía de la sencillez está en la reflexión profunda del ser íntimo del hombre. La aceptación de las injurias podía ser fruto, no medio. Largo y sinuoso es el camino que emprende del seguidor del "Manso y humilde de corazón". La meta es clara, mas las pasiones se rebelan. Se siente la lucha de la carne contra el espíritu. Son frecuencia no vencen ni una ni otro. La vida es una continua lucha en la palestra interior que puede terminar en tablas
José María Lorenzo Amelibia
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