Satisfacción y miedos en el HOY del anciano
La oración del anciano en el “hoy” de sus ochenta, está marcada por una ligera satisfacción, unida a un temor permanente y a la súplica humilde para vivir con paz ante los muchos riesgos que aumentarán en los próximos meses. Efectivamente. A la oración a Dios por el “ayer” que pasó, (plegaria de la gratitud y del arrepentimiento), sucede otra que corresponde al “hoy”, al comienzo de la octava década. Quien ha cumplido los ochenta, y aunque los amigos le digan que aparenta 70, siente en algunos momentos cierta satisfacción por haber llegado a una meta sorprendente a la que no esperaba llegar. Pero la actitud más permanente, sobre todo cuando falta la esperanza cristiana, es de temor al contemplar el número de medicinas, “pastillas” diarias y necesarias, y de miedo ante las visitas médicas y los análisis urgentes pendientes. En ocasiones, se contempla como si estuviera bajo la espada de Damocles. ¿Y si me fallan las pastillas? ¿Y si me enfermo y muero como sucedió a tantos amigos y familiares que no “pasaron” de los 81 años? ¿Cuándo tendré que usar la silla de rueda? El anciano necesita paz, aceptación y potenciar la esperanza cristiana en sus oraciones.
Época de más gratitud y amor
Los ochenta son como una meta en la vida que suscita gratitud hacia Dios, Señor y Padre, por haber llegado al otoño de la vida como decía Cicerón y recuerda san Juan Pablo II en su carta a los ancianos (X-1999).
Al llegar a esta meta, la persona mayor, hasta puede aplicarse el salmo 92 (91) “el justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano; [...] En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para proclamar que el Señor es justo ” (13, 15-16).
En esta etapa de la vida, y con más razón que en los años anteriores, el anciano creyente, puede hacer suyas estas plegarias del salmista: «hazme sentir tu amor cada mañana, que yo confío en ti... todo mi ser te añora» (Sal 143,8); «Yo confío en tu amor, mi corazón se alegrará por tu salvación (Sal 13,6). «Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida» (Sal 23,6); «Prolonga tu amor con los que te conocen, y fu fidelidad con los de limpio corazón» (Sal 36,11).
Entre la satisfacción y el miedo
En esta época, los 80 cumplidos, se alternan los momentos de satisfacción, con los días de sufrimiento. En plan dramático, una autora describe la situación del anciano: “Señor me van faltando las fuerzas. Mis ojos ya no tienen la agudeza de antes, mis oídos lo mismo que mis manos se van haciendo cada día más torpes. Mis pies, lentos y cansados, me recuerdan a cada paso que ya he pasado por muchos calendarios. Debo reconocer que quienes tienen menos años que yo hacen las cosas de mejor modo “(Andrea Ramírez, Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios). E situación dramática sintoniza con los salmos: «mas yo soy un gusano, no un hombre, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo» (Sal 22,7); «Señor, te estoy llamando, date prisa» (Sal 141,1); «¡Piedad, Señor, que la angustia me ahoga!» (Sal 31,10); «Aleja la angustia de mi corazón y borra mis pecados» (Sal 25,17-18); «¡Sálvame, oh Dios, que estoy con el agua al cuello!» (Sal 69,2).
Con más optimismo y desde una perspectiva de fe cristiana, una persona anciana y santa, Juan Pablo II, enumeró los rasgos de la situación en los últimos años de vida y que ahora resumo: son muy precarias las condiciones (del anciano) por la salud pero Dios permite el sufrimiento. Es Dios quien concede su gracia para que podamos unirnos al sacrificio de Cristo y así participar en su proyecto salvífico, sea cual fuere la situación: bien la persona sola como viuda, bien el religioso fiel a la causa del Reino de Dios, bien los sacerdotes que abandonaron la responsabilidad directa en el ministerio pastoral. La Iglesia sigue necesitando de todos y cuenta con su oración, consejos y testimonio evangélico. Todos tienen de común las pérdidas de seres queridos; a todos se acerca inexorablemente el límite entre la vida y la muerte. “La ancianidad es el tiempo en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad”.
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La reacción: aceptación, paz, serenidad y paciencia
Múltiples son las respuestas que las personas mayores dan a su situación. No falta quien adopta el camino a seguir: una respuesta que incluye la aceptación pacífica, la serenidad y paciencia ante los sufrimientos y limitaciones. En la comunicación con Dios son frecuentes estas peticiones:
Aceptar mis límites y posibilidades
En esta etapa de mi vida necesito como nunca, Señor, saber aceptar los límites ante mis escasas tareas y las pocas relaciones dada mi edad y posibilidades. Me cuesta cumplir tu voluntad. Comprendo que no debo ni desear más de lo que pueden mis fuerzas ni menos de lo que me exige mi razonable responsabilidad. ¡Cuánto me cuesta la moderación a la hora de alimentarme y de relacionarme con el prójimo! A veces me paso y otras, no llego. Y con frecuencia, recuerdo la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30). Te agradezco una vez más los factores positivos –talentos- que poseo. Tengo la tentación de enterrarlos o de usarlos para mi provecho. Dentro de mis límites, Señor, que sea responsable y que todo lo ponga a tu servicio, en la colaboración de tu Reino y para el bienestar de mis hermanos.
Paz y serenidad. Tú sabes, Señor que no vivo en paz, tranquilo-a, que me falta serenidad y que me perturbo con facilidad. En ocasiones, porque pretendo metas y respuestas que superan mis posibilidades. Necesito, Señor, ver con claridad cual sea tu voluntad, lo que tú esperas de mí. Fortalece mi libertad y también mi sensibilidad para que camine con paso sereno, seguro, de quien se siente acompañado por Ti, de quien sigue el ritmo de tu marcha que es, en definitiva, el camino de tu voluntad.
Tener paciencia. Señor y Dios mío: al examinar mi vida recuerdo tus reproches:”¡eres un impaciente! Te pido con humildad la constancia de subir peldaño tras peldaño hasta la meta que tú me propones para este día concreto.
Fortaleza en las tentaciones. En el “hoy” de mis ochenta, tengo que pedirte, Señor, saber cómo superar las tentaciones porque tú bien sabes mi fragilidad ante mis enfermedades, los ataques del mundo, del demonio y de la carne. Tengo presente la petición del Padre nuestro: no nos dejes caer en tentación. Y debiera tener presente también a tu Hijo y Maestro que me indica (en Mt 4 y Lc 4) cómo prepararme con penitencia y oración. Él, Jesús, nos enseña también que en las tentaciones hay que responder rápidamente con los reflejos de quien te tiene, Dios mío, como gran amor y como quien se siente ofendido con cualquier tipo de respuesta contraria a tu voluntad. Enséñame, Señor a considerar la tentación como la ocasión, sobe todo, para manifestar mi fidelidad a tu amor que no admite rivales de ninguna clase.
Ánimo para caminar. Confieso con humildad que me faltan fuerzas para vivir según tu voluntad. Hoy te pido ánimo para seguir caminando. Mucho me motivan las palabras que dijiste al Pablo muy atribulado,”Pablo, animo estoy contigo” Me parece que ahora me las estás repitiendo a mí que vengo con los ánimos por los suelos. Pero te oigo espiritualmente y mis pilas se van recargando. Siento cómo el trato contigo me cambia. Me haces ver la escasa importancia de mis grandes problemas y lo mucho de positivo que puedo realizar. ¡Tú me necesitas! Gracias, Señor, porque siento en mí cómo crece la convicción de Pablo: “todo lo puedo en Aquél que me conforta” (Flp 4,13).
Época de más gratitud y amor
Los ochenta son como una meta en la vida que suscita gratitud hacia Dios, Señor y Padre, por haber llegado al otoño de la vida como decía Cicerón y recuerda san Juan Pablo II en su carta a los ancianos (X-1999).
Al llegar a esta meta, la persona mayor, hasta puede aplicarse el salmo 92 (91) “el justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano; [...] En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para proclamar que el Señor es justo ” (13, 15-16).
En esta etapa de la vida, y con más razón que en los años anteriores, el anciano creyente, puede hacer suyas estas plegarias del salmista: «hazme sentir tu amor cada mañana, que yo confío en ti... todo mi ser te añora» (Sal 143,8); «Yo confío en tu amor, mi corazón se alegrará por tu salvación (Sal 13,6). «Tu amor y tu bondad me acompañan todos los días de mi vida» (Sal 23,6); «Prolonga tu amor con los que te conocen, y fu fidelidad con los de limpio corazón» (Sal 36,11).
Entre la satisfacción y el miedo
En esta época, los 80 cumplidos, se alternan los momentos de satisfacción, con los días de sufrimiento. En plan dramático, una autora describe la situación del anciano: “Señor me van faltando las fuerzas. Mis ojos ya no tienen la agudeza de antes, mis oídos lo mismo que mis manos se van haciendo cada día más torpes. Mis pies, lentos y cansados, me recuerdan a cada paso que ya he pasado por muchos calendarios. Debo reconocer que quienes tienen menos años que yo hacen las cosas de mejor modo “(Andrea Ramírez, Oremos viviendo el amor y la misericordia de Dios). E situación dramática sintoniza con los salmos: «mas yo soy un gusano, no un hombre, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo» (Sal 22,7); «Señor, te estoy llamando, date prisa» (Sal 141,1); «¡Piedad, Señor, que la angustia me ahoga!» (Sal 31,10); «Aleja la angustia de mi corazón y borra mis pecados» (Sal 25,17-18); «¡Sálvame, oh Dios, que estoy con el agua al cuello!» (Sal 69,2).
Con más optimismo y desde una perspectiva de fe cristiana, una persona anciana y santa, Juan Pablo II, enumeró los rasgos de la situación en los últimos años de vida y que ahora resumo: son muy precarias las condiciones (del anciano) por la salud pero Dios permite el sufrimiento. Es Dios quien concede su gracia para que podamos unirnos al sacrificio de Cristo y así participar en su proyecto salvífico, sea cual fuere la situación: bien la persona sola como viuda, bien el religioso fiel a la causa del Reino de Dios, bien los sacerdotes que abandonaron la responsabilidad directa en el ministerio pastoral. La Iglesia sigue necesitando de todos y cuenta con su oración, consejos y testimonio evangélico. Todos tienen de común las pérdidas de seres queridos; a todos se acerca inexorablemente el límite entre la vida y la muerte. “La ancianidad es el tiempo en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad”.
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La reacción: aceptación, paz, serenidad y paciencia
Múltiples son las respuestas que las personas mayores dan a su situación. No falta quien adopta el camino a seguir: una respuesta que incluye la aceptación pacífica, la serenidad y paciencia ante los sufrimientos y limitaciones. En la comunicación con Dios son frecuentes estas peticiones:
Aceptar mis límites y posibilidades
En esta etapa de mi vida necesito como nunca, Señor, saber aceptar los límites ante mis escasas tareas y las pocas relaciones dada mi edad y posibilidades. Me cuesta cumplir tu voluntad. Comprendo que no debo ni desear más de lo que pueden mis fuerzas ni menos de lo que me exige mi razonable responsabilidad. ¡Cuánto me cuesta la moderación a la hora de alimentarme y de relacionarme con el prójimo! A veces me paso y otras, no llego. Y con frecuencia, recuerdo la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30). Te agradezco una vez más los factores positivos –talentos- que poseo. Tengo la tentación de enterrarlos o de usarlos para mi provecho. Dentro de mis límites, Señor, que sea responsable y que todo lo ponga a tu servicio, en la colaboración de tu Reino y para el bienestar de mis hermanos.
Paz y serenidad. Tú sabes, Señor que no vivo en paz, tranquilo-a, que me falta serenidad y que me perturbo con facilidad. En ocasiones, porque pretendo metas y respuestas que superan mis posibilidades. Necesito, Señor, ver con claridad cual sea tu voluntad, lo que tú esperas de mí. Fortalece mi libertad y también mi sensibilidad para que camine con paso sereno, seguro, de quien se siente acompañado por Ti, de quien sigue el ritmo de tu marcha que es, en definitiva, el camino de tu voluntad.
Tener paciencia. Señor y Dios mío: al examinar mi vida recuerdo tus reproches:”¡eres un impaciente! Te pido con humildad la constancia de subir peldaño tras peldaño hasta la meta que tú me propones para este día concreto.
Fortaleza en las tentaciones. En el “hoy” de mis ochenta, tengo que pedirte, Señor, saber cómo superar las tentaciones porque tú bien sabes mi fragilidad ante mis enfermedades, los ataques del mundo, del demonio y de la carne. Tengo presente la petición del Padre nuestro: no nos dejes caer en tentación. Y debiera tener presente también a tu Hijo y Maestro que me indica (en Mt 4 y Lc 4) cómo prepararme con penitencia y oración. Él, Jesús, nos enseña también que en las tentaciones hay que responder rápidamente con los reflejos de quien te tiene, Dios mío, como gran amor y como quien se siente ofendido con cualquier tipo de respuesta contraria a tu voluntad. Enséñame, Señor a considerar la tentación como la ocasión, sobe todo, para manifestar mi fidelidad a tu amor que no admite rivales de ninguna clase.
Ánimo para caminar. Confieso con humildad que me faltan fuerzas para vivir según tu voluntad. Hoy te pido ánimo para seguir caminando. Mucho me motivan las palabras que dijiste al Pablo muy atribulado,”Pablo, animo estoy contigo” Me parece que ahora me las estás repitiendo a mí que vengo con los ánimos por los suelos. Pero te oigo espiritualmente y mis pilas se van recargando. Siento cómo el trato contigo me cambia. Me haces ver la escasa importancia de mis grandes problemas y lo mucho de positivo que puedo realizar. ¡Tú me necesitas! Gracias, Señor, porque siento en mí cómo crece la convicción de Pablo: “todo lo puedo en Aquél que me conforta” (Flp 4,13).