El “mañana” del anciano con o sin esperanza

Las personas creyentes alternan sus oraciones: unas dirigidas al pasado, su ayer; otras, al presente, el hoy; y alguna que otra al futuro, al mañana. Por su parte, el anciano tiene especiales razones especiales para mirar no solamente al pasado y al presente, sino al mañana, futuro inmediato, porque el final de su vida se acerca. Tiene muy presente cómo muchos familiares y amigos fallecieron en esta década. La muerte es ley de vida. Quien ha llegado a los ochenta ve que se acerca a la cabeza de la fila y deduce, que antes o después, le tocará su turno. Uno de los graves problemas radica en la actitud ante la-muerte y el más allá. Sobre la actitud ante la muerte tratamos en un artículo anterior. Ahora planteamos estos interrogantes: ¿se trata de un creyente pero no practicante, uno más de los indiferentes? ¿acaso pertenece al grupo de practicantes y piadosos pero con una débil esperanza? Este artículo analiza dos posibles plegarias de los ancianos: las del creyente pero poco practicante. Y las del practicante y piadoso pero de escasa esperanza. El último artículo abordará las últimas plegarias, las del creyente, practicante y coherente hasta las últimas consecuencias.

El creyente pero poco practicante.
Es de los que afirman: “yo creo pero no voy a misa ni me confieso”. Pertenece al grupo mayoritario de bautizados indiferentes, los que ocasionalmente asistieron a un culto religioso y que en alguna ocasión han rezado las oraciones tradicionales. Por ello no extraña que su escasa fe esté sometida a muchas dudas. Especialmente ante el más allá de la muerte. No rechaza el cielo y cree vagamente en un Dios remunerador. Pero tampoco le entusiasma, ni la resurrección de Cristo, ni su posible vida después de la muerte. Quizás simpatice con una actitud agnóstica que refleja esta frase: “después de le muerte, ¿qué? En los días antes de fallecer, rezará sus plegarias tradicionales como el Padre nuestro, el Credo, el Ave María y otras devociones que aprendiera de niño. Quizás del Padre nuestro repita el “perdona nuestras ofensas, ” “líbranos del mal”. Su devoción-amor a la Virgen se agudiza y por ello repite confiadamente: “ahora y en la hora de mi muerte”. Y procurará recordar de la Salve, palabras como desterrados…..suspiramos…y muéstranos tus ojos misericordiosos…Y torpemente recitará el Credo recordando, sí, la muerte de Jesucristo, pero sin especial emoción en la resurrección de la carne, y en la vida eterna”… No tendrá inconveniente en repetir jaculatorias que formulara en su vida como “Señor, ten misericordia de mí”….”Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”.
En cuanto a su fe, el creyente pero no practicante, él si cree en el cielo, en el más allá de la muerte aunque tenga dudas; no rechaza ni mucho menos la vida eterna. Cierto que sus razones para creer en el más allá cristiano son débiles, pero está convencido de que la muerte no es el final del ser humano. Y quizás, en algún momento, por efecto de su deformación religiosa, le domine el temor de la condenación eterna, de no poder encontrarse con Dios en el cielo.
Es posible que a su modo exprese su confianza en el amor misericordioso de Dios. “Quizás se acuerde de las frase de Jesús: pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos se las dará también a quienes se las pidan! (Mt 7, 11). Y surgirán gestos de humildad y confianza, el hilo que una la misericordia divina con la debilidad humana.
Es posible que en alguna etapa de su vida haya vivido la fe con ilusión creciente Ahora, le gustaría profesar esa fe como una meta clara que atrae y da sentido a sus tareas y relaciones. La fe que en muchas ocasiones fue el factor decisivo para su felicidad, la roca que dio seguridad en sus dificultades. En su actual situación, admira a las personas que le cuidan con amor y sacrificio superando los inconvenientes de su grave enfermedad. Y quizás no falta en su interior una última plegaria: “Señor, yo creo, tengo fe, pero un tanto tibia. Te ruego que enciendas esta débil llama y que la hagas crecer con tu amor misericordioso”.

El creyente, practicante, confiado y piadoso pero de escasa esperanza
La segunda plegaria pertenece al anciano, a un ochentón que cultivó su fe con muchas prácticas de culto-piedad y las manifestó con una gran confianza en Dios cuando le acosaban las necesidades de la vida temporal. Ahora bien, por la formación deficiente o por algún conflicto religioso, perdió la fe en la resurrección de Cristo (y las razones que prueban la existencia del cielo) y en la posibilidad de un trato con Dios después de la muerte. Es un creyente sin esperanza. Perfecto como practicante y como bautizado que siempre confió en la providencia divina. Inquebrantable su fe en Dios y en su providencia, siempre fiel a los mandamientos divinos y a los de la Iglesia, pero “suspendido” en la virtud teologal de la esperanza. Imita en su vida a tantos creyentes, cristianos o no, que admiten el trato con Dios solamente para la vida temporal
A este anciano, ahora creyente y sin esperanza, le gustará rezar salmos de gratitud, alabanza y entrega. En su entusiasmo religioso, fascinado, pedirá un aplauso universal para Dios a quien agradece su amor y por quien desea vivir:
-Señor, de todo corazón quiero proclamar todas tus maravillas (Sal 9,2);
-¡cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios. ¡Cuántos proyectos para nosotros!
-No hay nadie como tú! (Sal 46.6); pueblos todos, aplaudid; aclamad a Dios con voces de júbilo (Sal 47,2; alabadlo todos sus ángeles, alabadlo todos sus ejércitos! Que todos alaben el nombre del Señor» (Sal 148.1-5; cf. Sal 150,1-3.6;
-¡Tú eres mi Dios, yo te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor! (Sal 118,28-29); Yo viviré para el Señor (Sal 22,30).
¿Añadirá la confianza en Dios este anciano tan religioso? Sí, mucha confianza en el Señor, pero solamente para la vida temporal. Por ello y con mucho entusiasmo se identificará con estos versículos de los salmos:
-«dichoso el que se apoya en el Dios de Jacob y pone su esperanza en el Señor, su Dios» (Sal 146,5);
-«Señor, mi roca y fortaleza, mi libertador. Dios mío, mi peña, mi refugio, mi escudo» (Sal 18,3);
«Dios es mi roca, salvación, fuerza, ¡jamás vacilaré!» (Sal 62,7);
-«el Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza ¿quién me hará temblar?» (Sal 27,1); «En Dios confío y no temo ¿qué podrá hacerme el hombre? En ti está la única esperanza» (Sal 39,8).
En sus últimos años, el anciano seguirá enamorado de Dios, amando su voluntad y feliz cumpliendo sus mandatos. El estar con el Señor es la gran motivación para obrar con rectitud. Si personalmente no puede pedirá que le reciten algunos versículos de los salmos. Por ejemplo:
-dichosos los que proceden sin tacha y siguen la ley del Señor, los que guardan sus preceptos y lo buscan de corazón (Sal 118,1-2);
-dentro del corazón guardo tu promesa para no pecar contra ti (Sal 119,11). Sondéame, Señor y ponme a prueba, examina mis entrañas y mi corazón, pues tengo siempre presente tu amor y procedo conforme a tu verdad (26,2-3).
-Señor, ¿quién será huésped de tu tienda? El que procede con rectitud y se comporta honradamente; el que es sincero en su interior y no calumnia con su boca; el que no hace daño a su prójimo, ni agravia a su vecino (Sal 15,1-3).
En su religiosidad “temporal”, no faltarán impulsos místicos. Con alegría reconocerá que el estar con el Señor ha sido la gran motivación para obrar con rectitud.
-dentro del corazón guardo tu promesa para no pecar contra ti (Sal 119,11). Sondéame, Señor y ponme a prueba, examina mis entrañas y mi corazón, pues tengo siempre presente tu amor y procedo conforme a tu verdad (26,2-3).

Más radicales serán las plegarias del anciano, cristiano coherente
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