"Nuestro desconcierto seduce a Dios. Infaliblemente" Antonio Spadaro: "Los apóstoles no son estrellas de gira, ni hábiles vendedores ambulantes de ideas"
"El creyente es siempre un narrador. Y la oración es siempre un contador de historias"
"La misión de Jesús requiere el descanso que reconcilia a uno consigo mismo, desbloquea el sentido y hace comprender"
"Hay, en efecto, algo que interfiere directamente en los planes de Dios. Hay un sentimiento que supera el deseo de Jesús de encontrar un tiempo de descanso: la compasión por un rebaño disperso"
"Hay, en efecto, algo que interfiere directamente en los planes de Dios. Hay un sentimiento que supera el deseo de Jesús de encontrar un tiempo de descanso: la compasión por un rebaño disperso"
Primera escena: hay gran movimiento (Mc 6,30-34). Los apóstoles regresan después de haber sido enviados por Jesús. Ahora se reúnen en torno a él para escucharle y contarle «todo lo que habían hecho y todo lo que habían enseñado». Es una escena cálida, íntima, pero también llena de entusiasmo, y quizá de exaltación. Jesús imagina lo que habían hecho: enfrentarse al mal, curar, consolar.
Ésa era su misión: no propagar una idea, sino curar, sanar, dejar sin efecto el mal. Y es bueno contarse las cosas. Si no se contaran, ¿qué sería de la vida? ¿Y la fe? Sería atenerse a las reglas de un manual. Contar historias y contarse a uno mismo, en cambio, siempre rompe las reglas porque contiene las manchas de la vida: los excesos y las depresiones, las frustraciones y los deseos. El creyente es siempre un narrador. Y la oración es siempre un contador de historias.
Segunda escena: hay mucha confusión alrededor. En efecto, son muchos los que van y vienen. Los apóstoles ni siquiera tuvieron tiempo de comer. Son imágenes del éxito del compromiso: hay mucha gente buscando al grupo. Sus acciones son famosas. Las imágenes ahora son borrosas, difuminadas. El Maestro está tranquilo, les escucha y luego dice lo que piensa. Pero no replica elogiando o dando consejos para el futuro como si fuera un buen entrenador. Al contrario, simplemente dice: «Venid aparte, vosotros solos, a un lugar desierto, y descansad un rato.
Es necesario acallar las palabras y apartarse a descansar. A Jesús no le gusta la eficacia. Los apóstoles no son estrellas de gira, ni hábiles vendedores ambulantes de ideas. Descansar es dejar que ese relato de acciones y enseñanzas entre profundamente en la vida de quienes las vivieron. Nuestra vida es a veces una toma de imágenes fotográficas que luego quedan en negro porque están sin revelar. Entrar en un «retiro» es entrar en el cuarto oscuro para ver los colores y los contornos de la vida.
Cuando uno percibe que «no tiene tiempo» -como les ocurre ahora a los apóstoles-, entonces hay que detenerse para evaluar dónde se está y qué se está haciendo. Hay que volver a centrarse. La misión de Jesús requiere el descanso que reconcilia a uno consigo mismo, desbloquea el sentido y hace comprender. «Luego se fueron con la barca a un lugar desierto, muy lejos». ¿Acaba aquí la historia? No.
Tercera escena: muchos ven los movimientos de Jesús y los suyos, y comprenden cuál es su destino. Se ponen en marcha y van delante de ellos. Salen en su persecución, en definitiva. La barca que surca las aguas no vence el deseo que se comunica a los pies de los que pretenden seguir al Maestro. La gente tiene sed. Por eso Jesús, bajando de la barca, «ve una gran multitud, se compadece de ellos porque son como ovejas que no tienen pastor». Marcos ve a Jesús que, al ver a la multitud, se detiene con ellos para hablar, enseñando. Marcos señala los ojos de Jesús y capta la mirada del pastor. Y lee sus sentimientos.
Hay, en efecto, algo que interfiere directamente en los planes de Dios. Hay un sentimiento que supera el deseo de Jesús de encontrar un tiempo de descanso: la compasión por un rebaño disperso. Esta es la imagen que le conmueve visceralmente: la dispersión, el caos, la falta de orientación, el desconcierto. La «compasión» de Jesús es en realidad -según el término griego- un estremecimiento emocional ante un pueblo desorganizado, como un rebaño sin pastor. No es un sentimiento, sino un instinto. Es el instinto divino que «activa» a Dios y le mueve a ser lo que es: un pastor que cuida de un rebaño disperso. Nuestro desconcierto seduce a Dios. Infaliblemente.
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