"El pan repartido se multiplica" "Jesús sintoniza con las corrientes de pensamientos y sentimientos sin ser nunca populista"
En aquellos días había de nuevo muchas multitudes, nos dice Marcos (8,1-10). Jesús toca a los individuos, los cura, habla cara a cara, pero también mantiene una intensa relación con las multitudes, a las que percibe como un cuerpo vivo y sensible que necesita atención. Sin embargo, sintoniza con las corrientes de pensamientos y sentimientos sin ser nunca populista. Al contrario, rechaza que la gente proyecte en él sus deseos de un líder carismático, fuerte y mundano.
Y la multitud no tenía nada que comer. No parece, sin embargo, que haya protestas ni descontento. A los discípulos de Jesús no les importa. Jesús, sin embargo, sí se da cuenta. Llama a sus discípulos y les dice: «Siento compasión por la multitud; llevan ya tres días conmigo y no han comido nada. Si los envío de vuelta a sus casas ayunando, se morirán por el camino; y algunos de ellos han venido de lejos».
Jesús se enfrenta a una multitud pagana porque estamos en territorio desértico, en la zona de la llamada «Decápolis», la de diez ciudades agrupadas por sus afinidades lingüísticas y culturales. Todas ellas eran centros de cultura griega y romana en un territorio judío. Jesús se dirige a una multitud pagana que le busca, le sigue, no le abandona.
Son gentes que ni siquiera se molestaron en tomar provisiones, como si hubieran acudido a él en el desierto sin pensar en nada. No pensaron en volver a casa, en buscar ese mínimo de consuelo que les permitiera recuperar fuerzas. «Si los mando de vuelta ayunando, pueden morir de penuria», dice Jesús. La fuerza generalmente asociada al poder de las masas se declina aquí como debilidad movida y excitada por el deseo despreocupado.
Los discípulos son pragmáticos: «¿Cómo vamos a darles de comer pan aquí, en un desierto?». No cuestionan la sensibilidad del Maestro, pero tampoco reflexionan sobre las posibilidades que ya habían experimentado en un momento anterior, cuando Jesús les había multiplicado los cinco panes. Jesús entra en diálogo con ellos. Este habría sido el momento de realizar de nuevo un milagro repentino. Y el milagro es sin cálculo: va más allá de la contabilidad porque es la infracción de lo probable, de lo mensurable. En lugar de eso, Jesús inicia un diálogo y pregunta a los suyos: «¿Cuántos panes tenéis?». Esta pregunta parece dar a entender que tenían suficiente para comer, que al menos no morirían de hambre, que habían sido previsores como la hormiga y no como la cigarra.
Los discípulos responden: «Siete».
Se acabaron los cálculos. Jesús se dirige directamente a la multitud pagana y les ordena que se sienten en el suelo. Toma los siete panes, da gracias y empieza a partirlos y a dárselos a los discípulos para que los distribuyan. Luego resulta que también tenían un compañero, «unos pececillos». Él hizo lo mismo: recitó la bendición e hizo que también se distribuyeran. Y la distribución de mano en mano no termina nunca. El pan repartido se multiplica. Todos comieron hasta saciarse y se llevaron los trozos sobrantes: hasta siete sacos. Sólo ahora nos dice Marcos cuántos eran. ¿Cuántos habíamos imaginado? Eran unos cuatro mil. Después de darles de comer, Jesús los despide.
Es la segunda multiplicación de los panes que realiza Jesús. La primera, sin embargo, había sido para una multitud de judíos. Ahora, en cambio, parte el pan para los gentiles. Jesús realiza para ellos el mismo gesto, que para Marcos alude al banquete de la Eucaristía: todos están llamados, pues, a participar en este banquete. Cambian los números (simbólicos) de los panes y de las bolsas, pero la sustancia es la misma: multiplicación, abundancia. Vemos a Jesús subir a la barca con sus discípulos y partir hacia Dalmanot, de regreso a Judea.
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