"Los espíritus inmundos hundiéndose" "Sólo veían en Jesús al responsable de la pérdida de una gran piara de cerdos"

El endemoniado de Gerasa
El endemoniado de Gerasa

"El endemoniado ve a Jesús desde lejos. Lo reconoce. Corre hacia él. Ya estamos alarmados. La tensión aumenta. En cuanto está cerca, se arroja a sus pies. El tiempo se detiene. Nosotros y los discípulos dejamos de respirar"

" La imagen de dos mil cerdos despeñándose por un acantilado es impactante, de película. Los espíritus inmundos hundiéndose"

"Finalmente, la gente comienza a decirle a Jesús que debe abandonar su territorio. Sólo veían en él al responsable de la pérdida de una gran piara de cerdos: una gran pérdida económica"

Jesús amenazó a los vientos y al mar. Les impuso silencio. Así liberó a los suyos del miedo, pero no sin señalar su falta de fe. Así que llegan a la otra orilla ciertamente agitados, turbados por el poder de Jesús de hacerse obedecer por el aire y el agua. Llegan a la tierra de los gerasenos, un territorio pagano. Vemos a Jesús poniendo los pies en la playa. Un hombre sale a su encuentro. Marcos (5, 1-20) nos lo dice enseguida: está poseído por un espíritu inmundo. La narración hace una pausa porque Marcos quiere decirnos algo sobre él, para que lo conozcamos mejor.

Su casa estaba entre los sepulcros, nos dice. Estamos en medio del horror, del más clásico. Tenía una fuerza extraordinaria: nadie podía mantenerlo atado, ni siquiera con cadenas. Sabemos, en efecto, que varias veces había sido atado con grilletes y cadenas, y también nos preguntamos quién tuvo el valor de acercarse a él. Sin embargo, había roto las cadenas y destrozado los grilletes. Nadie podía domarlo. Marcos nos lo muestra siempre despierto, de noche y de día, vagando constantemente entre las tumbas y por los montes. Y gritaba y se golpeaba con piedras.

Pero ahora recordamos que se acerca a Jesús. ¿Qué está a punto de suceder? El suspense aumenta. Marcos retoma el relato, pero cambia la perspectiva. Ahora nos da una visión subjetiva desde el lado del endemoniado. Ve a Jesús desde lejos. Lo reconoce. Corre hacia él. Ya estamos alarmados. La tensión aumenta. En cuanto está cerca, se arroja a sus pies. El tiempo se detiene. Nosotros y los discípulos dejamos de respirar. Es un momento dramático, insoportable. La espera se rompe por un grito monstruoso que se articula en palabras: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te lo ruego, en nombre de Dios, ¡no me atormentes!".

Sólo ahora nos dice Marcos que Jesús ya había empezado a hablarle y a decirle: "¡Sal, espíritu inmundo, de este hombre!". ¡El endemoniado le pedía a Jesús que no lo atormentara! Al contrario, le suplicó insistentemente, admitiendo que no era un solo espíritu inmundo, sino muchos. Ante la inflexibilidad de Jesús, entran en una súplica diplomática. Le ruegan: 'Envíanos a esos cerdos, para que entremos en ellos'. Jesús no tiene nada en contra. Y los espíritus inmundos, habiendo salido del hombre, entran en los cerdos y la piara se precipita inmediatamente por el acantilado al mar; eran unos dos mil y todos se ahogaron. La imagen de dos mil cerdos despeñándose por un acantilado es impactante, de película. Los espíritus inmundos hundiéndose.

Los pastores de cerdos se sobresaltan y corren a llevar la noticia a la ciudad y al campo. La gente corre a ver qué ha pasado. Y ven al hombre poseído sentado, vestido y cuerdo. Todo estaba en calma. ¿Y ellos? Tienen miedo, nos informa Marco. Finalmente, la gente comienza a decirle a Jesús que debe abandonar su territorio. Sólo veían en él al responsable de la pérdida de una gran piara de cerdos: una gran pérdida económica. Mantener a Jesús en el camino no valía la pena. Así que vuelve a subir a la barca para marcharse. En silencio.

Pero el hombre curado empieza a rogarle que se quede con él. Se miran durante un largo momento. Jesús le dice que no. Pero le pide que se vaya a su tierra y cuente allí lo que le ha pasado. No sabemos cuáles son ahora los sentimientos de este hombre, pero el relato se cierra viéndole de espaldas, convertido en punto mientras sigue su camino con una tarea: hablar de sí mismo, de las cosas que le habían sucedido y de aquel hombre al que obedecen el mar, el viento y los espíritus inmundos.

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