La fe es táctil e implica al ser humano en su intimidad física "La fe sin los sentidos no tiene sentido"
"Las mujeres como ella eran consideradas «impuras» y, por tanto, sufrían la exclusión social y religiosa"
"Marcos entra en la psique de la mujer, y dice que siente que está curada porque percibe que «se ha secado el manantial de su sangre»"
"La fe cura, seca las fuentes del mal y de la maldición: ataca lo que nos enferma, nos permite levantarnos y gustar -¡ah, por fin! - el alimento de la vida"
"La fe cura, seca las fuentes del mal y de la maldición: ataca lo que nos enferma, nos permite levantarnos y gustar -¡ah, por fin! - el alimento de la vida"
Un hombre se acerca a Jesús. Es una persona importante, uno de los jefes de la sinagoga. Se arroja a sus pies. El momento es dramático. Le suplica: «Mi hija se muere: ven a imponerle las manos, para que se salve y viva». Jesús le sigue. Y mucha gente le sigue, apiñándose a su alrededor, presionándole por todas partes. Esperamos el encuentro. Pero mientras tanto sucede otra cosa. Sabemos que, entre la multitud, una mujer sigue a Jesús. ¿Quién es?
Sólo sabemos de ella que estaba enferma: llevaba doce años sangrando. Marcos (Mc 5,21-43) añade que «había sufrido mucho de muchos médicos». Había gastado «todo su dinero en vano, sino que por el contrario empeoraba». Un caso de mala praxis que combina el dolor de la enfermedad con el sufrimiento del tratamiento inútil y la decepción. Y no sólo eso: las mujeres como ella eran consideradas «impuras» y, por tanto, sufrían la exclusión social y religiosa. Ella no habría podido acercarse y tocar a un Maestro como Jesús. Pero, ¿qué hace esta mujer enferma, decepcionada y rechazada? Toca, evidentemente a escondidas, el manto de Jesús.
Vemos el gesto furtivo. Y, de repente, todo queda inmóvil: la mano y el manto. Después, nada. Todo está quieto: es una instantánea. La mano se desliza invisible entre los brazos, las manos, los cuerpos que se apiñan y empujan. Jesús se da cuenta de que una «fuerza había salido de él». Se había creado una diferencia de potencial eléctrico.
Jesús se vuelve de repente y pregunta: «¿Quién me ha tocado?». La pregunta es surrealista en ese contexto, como una gota de agua en el océano que dice: ¿quién me ha bañado? Los discípulos se interrogan. Jesús escruta a la multitud. Marcos entra en la psique de la mujer, y dice que siente que está curada porque percibe que «se ha secado el manantial de su sangre». Es una percepción física, muy íntima y femenina. Marcos, sin embargo, no tiene ninguna dificultad en transmitirnos esta sensación indefinible.
Tocar implica contacto directo: evoca don o posesión. La fe es táctil e implica al ser humano en su intimidad física. La mujer de la hemorragia quiere «poseer» el poder de Jesús, pero debía desearlo con fe. Aquel toque no era mágico, sino una caricia movida por la fe. Si Tomás ante el Resucitado dice 'si no toco, no creo', esta mujer dice 'creo, por eso toco'.
Y la mujer no huye ante Jesús después de conseguir lo que quería como si fuera una ladrona. Al contrario, «temerosa y temblorosa», se lanza ante él y le dice: yo lo hice. Y Jesús le responde: «tu fe te ha salvado». La fe sin los sentidos no tiene sentido. Y Jesús reacciona como el soberano de los elementos naturales que minan el cuerpo: seca la fuente de la enfermedad y de la maldición. Justo allí donde se había instalado la muerte, Jesús la expulsa y la quita, como si fuera una espina.
Pero la historia continúa. ¿Recordamos lo que iba a hacer Jesús? Iba a imponer las manos a una muchacha moribunda. Ahora llega la noticia: ha muerto. El contraste entre la curación y la muerte nos deja perplejos. Y, sin embargo, no hay tiempo para recuperar el aliento. Jesús dice al padre: «¡No temas, ten fe!». Pero esta vez detiene a la multitud. Sólo Pedro, Santiago y Juan pueden seguirle. Dice: «La niña no está muerta, sino dormida». Es surrealista. Tomado por loco, se lleva también al padre y a la madre. Entra en la casa y coge la mano de la niña muerta. Le dice: «Niña, a ti te lo digo: ¡levántate!». La doncella se levanta y camina.
Jesús pide una cosa para ella: ahora debe comer. La fe cura, seca las fuentes del mal y de la maldición: ataca lo que nos enferma, nos permite levantarnos y gustar -¡ah, por fin! - el alimento de la vida.
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