"De dentro, en efecto, es decir, del corazón de los hombres, salen las 'malas intenciones'" "La impureza no es como los excrementos. Es mucho más sofisticada, espiritual"

Corazón
Corazón

"No hay nada impuro en el mundo que nos llega. La realidad que nos rodea no es fuente de contaminación: no es fea, sucia y mala"

"¿No decía la ley de Moisés que hay alimentos puros y alimentos impuros? Lo que dice Jesús trastoca esta distinción: es una subversión de sus convicciones. Por eso le interrogan y le piden explicaciones"

"El Maestro pide mucho a los suyos. Y les reprende por no sobrepasar el listón. Son lentos. No están mal: son lentos"

"Seis vicios en plural y seis en singular. Doce en total: los primeros son acciones, los segundos actitudes. Y todos salen de nosotros"

Jesús llama a la multitud. Ansía hablar, enseñar. «¡Escuchadme todos y entended bien!», amonesta. No quiere hablar a un pequeño grupo de discípulos, sino al pueblo, a todos. Los llama oyentes. Es evidente que piensa que lo que va a decir es importante, tal vez decisivo. ¿Y qué dice? ¿Cuál es su discurso? «No hay nada fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro. Pero son las cosas que salen del hombre las que lo hacen impuro». Punto y aparte. Eso es todo. Nada más: dos frases.

Parece que Jesús llama a tanta gente sólo para decir una cosa y marcharse: ¡ni siquiera tiempo para abrir bien los oídos! No, no debió de ser así, pero a Marcos (7,14-23) le encanta la síntesis, el hueso, y reduce el discurso de Jesús a lo esencial. Es tan preciso que ni siquiera podemos imaginar lo que podría haber dicho además.

En resumen, Jesús dice que estamos atravesados por un flujo de cosas: unas entran en nosotros y otras salen. ¿Qué es lo que entra? Lo que pasa a través de nuestros sentidos, que son puertas abiertas al mundo, a nuestro mundo cotidiano: el aire, el agua, la luz, las imágenes, los olores, los alimentos. No hay nada impuro en el mundo que nos llega. La realidad que nos rodea no es fuente de contaminación: no es fea, sucia y mala.

Cruz
Cruz

Marcos es muy rápido en sus pasajes. No hemos tenido tiempo de imaginar a Jesús entre la gente como para encontrarlo delante de una casa en la que está a punto de entrar. El espacio abierto se cierra en la intimidad doméstica. Jesús está con sus discípulos, por fin «lejos de la multitud». Los suyos ahora se sienten libres para hacerle preguntas, lejos de oídos indiscretos, porque no entienden, quizá no aceptan sus palabras. Y deben decírselo. ¿Pero cómo? ¿No decía la ley de Moisés que hay alimentos puros y alimentos impuros? Lo que dice Jesús trastoca esta distinción: es una subversión de sus convicciones. Por eso le interrogan y le piden explicaciones.

Jesús reacciona con sequedad, como si esperara más inteligencia de sus palabras: «¿Así que ni siquiera vosotros sois capaces de entender? ¿No lo entendéis?», les dice. El Maestro pide mucho a los suyos. Y les reprende por no sobrepasar el listón. Son lentos. No están mal: son lentos. Y les explica: «todo lo que entra en el hombre desde fuera no puede hacerlo impuro, porque no entra en su corazón, sino en su vientre, y se va a la cloaca».

Jesús habla de heces. Es la manera más sencilla y clara de explicar las cosas sin dar vueltas en círculo. A la multitud le había hablado de las «cosas que salen» del hombre. Aquí, con sus discípulos lentos, va al grano y es muy visual: se come y se evacua. No es impuro lo que comes, y no puede ser impuro porque antes de salir de ti no pasa por tu corazón, sino por tu estómago y luego va a la alcantarilla. La impureza no es como los excrementos. Es mucho más sofisticada, espiritual: para serlo, debe pasar por el corazón, debe implicar una digestión diferente, mucho más elaborada por el espíritu humano, sus sentimientos, su inteligencia, su voluntad.

De dentro, en efecto, es decir, del corazón de los hombres, salen las «malas intenciones». Queda, en el fondo, el paralelismo con los excrementos, que es la imagen clave del relato, pero sólo como metáfora. Y Jesús, con precisión, proporciona el catálogo de las malas intenciones, de los vicios que no difieren entonces de los de la tradición pagana: «impureza, robo, asesinato, adulterio, avaricia, maldad, engaño, libertinaje, envidia, calumnia, soberbia, necedad. Todas estas cosas malas vienen de dentro y hacen impuro al hombre».

Seis vicios en plural y seis en singular. Doce en total: los primeros son acciones, los segundos actitudes. Y todos salen de nosotros.

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