Comentario al Evangelio del 3 de diciembre "En la gran noche, nuestra tarea es ser los guardianes del mundo, vigilando y manteniendo la luz encendida"
La rutina, la cronología no importan. Cuando el tiempo no lo marcan las manecillas, sino la presencia de una persona -ya sea la llegada o el regreso-, entonces fluye de otra manera
La espera llena el tiempo de una carga eléctrica. No lo distorsiona, ni lo anula. La vida no es una sala de espera. Para esperar al amo, los criados no están llamados en absoluto a la inmovilidad. Al contrario: son activos y tienen que ocuparse
Un hombre parte. Jesús, cuando habla a sus discípulos, habla a veces de hombres que emprenden un viaje a destinos lejanos, normalmente personas que tienen sirvientes. El misterio envuelve su destino. Cuando sale de casa, por supuesto, la deja en manos de aquellos en quienes confía. De hecho, un hombre que viaja no puede preocuparse personalmente de sus posesiones ni de su entorno vital. Este hombre, nos dice Marcos (13:33-37), ha "dado poder a sus siervos, a cada uno su tarea". Es, por tanto, una persona bien organizada, que sabe cuáles son las capacidades de sus siervos, y a cada uno le encomienda una tarea para que todo esté bien coordinado. Sobre todo, es un hombre que sabe otorgar el poder que tiene. En particular, hay una función que este hombre cuida, la del portero encargado de vigilar.
¿Cuándo volverá el amo de la casa? No se sabe. Carecemos de la hora exacta: no es posible planificar, programar. De hecho, podría volver "al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la mañana", nos dice Jesús. La predicción es imposible. Sabemos bien cómo organizar el calendario de nuestra vida según el curso del sol, somos conscientes de cómo gestionar nuestro tiempo según el horario. Y, sin embargo, lo que importa en este relato no es en absoluto el paso de las horas y el curso del sol, sino el hecho de que el maestro podría regresar en cualquier momento. Y esto tanto más cuanto que no hay ninguna información sobre la llegada y sus posibles señales.
Para el relato de Jesús no es el reloj lo que cuenta, sino el regreso del maestro. Todo gira en torno a él, y no a la esfera de un reloj. Lo mismo ocurre cuando esperamos a un ser querido o una llamada importante: el tiempo en sí no cuenta y se convierte en espera. La rutina, la cronología no importan. Cuando el tiempo no lo marcan las manecillas, sino la presencia de una persona -ya sea la llegada o el regreso-, entonces fluye de otra manera.
"Tened cuidado, vigilad, porque no sabéis cuándo es la hora", amonesta Jesús. El consejo consiste en asegurarse de que, al llegar de repente, el maestro no encuentre a los empleados dormidos. El sueño es la condición del olvido. Si todos duermen y los criados no se turnan para que uno esté despierto, para que uno esté preparado, significa que la tensión se desvanece, que la espera sigue los ritmos del sueño y la vigilia, de la luz y la oscuridad. La espera llena el tiempo de una carga eléctrica. No lo distorsiona, ni lo anula. La vida no es una sala de espera. Para esperar al amo, los criados no están llamados en absoluto a la inmovilidad. Al contrario: son activos y tienen que ocuparse. No se pasan el tiempo pegados al cristal de una ventana esperando. La suya debe ser una preparación activa y laboriosa. Cambia el sentido de estar vivo, activo día a día, de mantener los ojos abiertos.
Este relato de Jesús excluye tanto el fanatismo apocalíptico de quienes almanaquean en el calendario del mundo prediciendo su fin como la narcosis mundana e ilusa, el sopor de quienes viven el tiempo como un flujo indistinto e interminable, sin compromiso y sin plan. En la gran noche, nuestra tarea es ser los guardianes del mundo, vigilando y manteniendo la luz encendida.
Y entonces llega el maestro, sí, pero "de repente": rompe y trastoca las expectativas. No entra en la lógica de las predicciones del tiempo que pasa o huye. No está sujeto a la jaula de nuestras agendas, ni se anuncia. Está listo quien se libera de la rigidez de sus propios plazos.