Un Papa desconcertante
No ha pasado un año, y la revista TIME (11.XII.2013) ha proclamado al papa Francisco hombre del año en el mundo. ¿Motivo? Según la citada revista, “lo que le hace tan importante es la rapidez con la que ha capturado la esperanza de los millones de personas que habían abandonado toda esperanza en la Iglesia”.
¿Qué ha hecho el papa Francisco para dar tanta esperanza a tantos millones de seres humanos en tan poco tiempo? Muy sencillo. Ha tomado en serio el Evangelio. Tan en serio que, en unos meses, ha desconcertado a casi todo el mudo. Por su humanidad, su cercanía a los que sufren, su bondad, y también por su firmeza ante los corruptos. Todo eso, con una sencillez humilde que huye de la ostentación que lleva consigo el poder, sobre todo el poder religioso. Francisco ha desplazado el centro de la Iglesia: del poder a la bondad. Consecuencia: un papa desconcertante.
Exactamente como fue Jesús. Lo sabemos por los evangelios. Jesús fue un hombre que vivió y habló de tal manera que resultó desconcertante para cuantos le conocieron y se acercaron a él. Aquello fue el desconcierto que produce la bondad. Jesús desconcertó a Juan Bautista que esperaba un mesías amenazante y castigador de los pecados y pecadores (Mt 3, 1-12; Lc 3, 1-18), pero se enteró de que Jesús se dedicaba a remediar el sufrimiento de los marginados y a hacerse amigo de publicanos y gente de mala vida (Mc 2, 14-17; Mt 9, 10-13; Lc 5, 29-32; 15, 1-2 ss), luchando contra el dolor humano. De ahí, la pregunta que Juan le envió a Jesús: “¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?” (Mt 11, 2-6; Lc 7, 18 ss). Jesús desconcertó a su familia que lo tomó por loco (Mc 3, 21); o lo despreció y se negó a creer en él (Mc 6, 1-6; Jn 7, 5). Jesús desconcertó a sus discípulos que vieron en él a un fantasma (Mc 4, 35-41; Mt 8, 23-28; Lc 8, 22-25) y, aunque le “siguieron” (Mt 19, 27 par), la pura verdad es que nunca acabaron de creer en él (Mt 17, 17. 20: Lc 24, 11. 34; Lc 8, 25) porque su fe era tan escasa que prácticamente fue como nada (ni como un grano de mostaza) (Mt 8, 26; 14, 31; 16, 8; Lc 12, 28) o sea, nunca se fiaron plenamente de él. Jesús desconcertó sobre todo al apóstol Pedro, al que designó como “roca” fundamental de la Iglesia (Mt 16, 18) y, a renglón seguido, el mismo Jesús le echó en cara que era el “Satanás” que se tenía que “quitar de en medio” (Mt 16, 23). Jesús desconcertó a quienes lo acusaron de “blasfemo” (Mc 2, 7 par; Mt 26, 65 par; Jn 5, 18; 10, 33), de “Beelzebul” (jefe de los demonios) (Mt 10, 25; 12, 24 par) , de “escandaloso” (Mt 11, 6; 13, 57; 26, 31. 33 par). Jesús desconcertó a todo el mundo, hasta el final de su vida, que fue lo más desconcertante de todo.
Jesús hizo tanto bien porque fue mucho lo que desconcertó. En una sociedad corrupta y deformada, una persona que se ajusta a lo que se viene haciendo y, por tanto, no desconcierta a nadie, es una persona que pasa por la vida sin pena ni gloria, que se lo pasa bien, y lo deja todo como estaba.
El papa Francisco no ha hecho nada más que empezar. Todavía nos tiene que desconcertar mucho más. Una Iglesia, que ha llegado casi hasta el fondo de su descomposición, necesita mucho desconcierto para salir del pozo en el que se ha metido. Francisco tiene que desconcertar aún más a progresistas y conservadores, a los de izquierdas y a los de derechas. No le va a temblar el pulso. Este obispo de Roma tiene todavía que romper muchos esquemas, acabar con muchas normas, abrir nuevos caminos, que aún no imaginamos. Ésta es la hora en que todavía no nos desconcierta suficientemente el Evangelio. Por eso este papa nos ha sorprendido mucho. Pero no hemos llegado al fondo del desconcierto que produjo Jesús colgado en la cruz. Ni hemos seguido la forma de vida que llevó a Jesús a terminar así. Para poder secar tantas lágrimas en este mundo y devolver la esperanza a los que la han perdido. Pero eso se conseguirá a costa de mucho desconcierto.