María, amor libre en el seguimiento de su Hijo María, mujer  femenina y reivindicativa. Ternura de Dios para el mundo.

Alfredo Quintero Campoy-Alejandro Fdez. Barrajón

Hay un empeño redoblado en la vida de la Iglesia de hoy por volver al Maestro, por mirarle a los ojos, por sentirlo clave y bóveda  de nuestra vida. Y lo vamos a conseguir poco a poco. Es cuestión de tiempo y de concienciación. Nos encaminamos hacia Él. Estamos haciendo desplazamientos muy significativos en los últimos tiempos por descubrir el protagonismo de la Palabra, por valorar la comunidad como ámbito donde se puede encontrar a Jesús, por volver a los pobres como rostro de Cristo encarnado para que nuestra fraternidad no sea una farsa ni nuestra justicia una hermosa teoría. De la mano de María, la mujer, podemos acercarnos a Cristo de una manera privilegiada.

Cuando nos encontramos con el pasaje del evangelio de Mt 10,37: “El que ama a su padre o a su Madre más que a mí no es digno de mi y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mi. Salta a nuestro pensamiento la situación de compromiso matrimonial que la virgen María tenía con José antes del anuncio del Ángel Gabriel y, al llegar las palabras del Ángel Gabriel a la virgen María y ver su respuesta, nos revela que el amor que le debemos a Dios por encima de cualquier compromiso o vínculo humano natural o de amor que podamos tener con alguna persona y que nos une a ella, debe ser un amor superior a Dios que nos hace actuar en plena libertad, aunque nos ponga en crisis, es decir en dificultad con las personas en cuanto a nuestra prioridad de amor. Que María haya dicho sí a Dios a través del Ángel Gabriel no significaba que María dejaba de amar a José, Ella amaba a José y, por eso, estaba comprometida con él pero el corazón de María era también un corazón abierto al misterio de amor de Dios y que se sentía totalmente libre en ese amor para trascender desde una relación de fe a un Dios que se le revela y le pide ser la Madre del hijo único: Jesucristo. En esta verdad, María no deja de amar a José y de formar un hogar y una familia con él.

   Por eso queremos acercarnos  a María como mujer que hace posible la vida de su Hijo y la otra vida de su Hijo en nosotros, que es la fe. Jesús aprendió en la escuela de una mujer, de María de Nazaret.

 La psicología femenina de María hace posible en el Evangelio un encuentro permanente de los pobres con Cristo. Recordad aquella escena de las bodas de Caná. Sólo ella, una mujer, se da cuenta de que no tienen vino, y gracias a ella, una mujer, Jesús realiza su primer milagro signo del Reino que llega.

 Y lo mismo en Belén con su ternura de madre y de mujer, el niño puede abrirse paso a la vida. Y en la huida a Egipto con sus brazos protectores. Y en la visita a su prima Isabel se abre paso la presencia de Dios y la alabanza espontánea de María. Y sobre todo, junto a la cruz, María aparece como una mujer fuerte, probada en la fe y firme en su deseo de seguir a su Hijo en la oscura noche oscura, más allá de la muerte.

Los cristianos estamos descubriendo la alegría de ser casa de Betania y amigos de Jesús y no deseamos volver de nuevo a la seguridad del Templo. Estamos oyendo, como Marta, palabras de reproche que nos han tocado el corazón: “Andas desperdigada en mil cosas. Una sola es necesaria. María ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará”

La vida cristiana, como María, la discípula fiel, tiene rostro de mujer: La otra María, la de Betania, estaba sentada a los pies de Jesús y escuchaba su palabra.

Estamos oyendo con nitidez la invitación de Jesús: “Vete y haz tú lo mismo”. Una invitación a abandonar las teorías –tenemos muchas y muy hermosas- y a ponernos a caminar en una dirección concreta: Haz de tu vida un gesto de servicio desde el amor al Maestro.

   En nuestro vivir cotidiano vamos teniendo la impresión de que la mujer es la que sostiene y alienta la vida. Ella concibe, ella da a luz con dolor, ella cría y educa, y, sobre todo, ella ama sin condiciones. La vida no sería posible sin la ternura de la mujer. Y, junto a esto, la mujer es la maltratada, la abandonada, la olvidada. Tal vez los varones no nos sintamos del todo reconocidos en la figura de esta mujer que quiere ser imagen de la fe pero hemos de reconocer que le debemos a la mujer lo mejor de lo que somos.

En lo dicho anteriormente  podemos ver que el Amor auténtico y verdadero en mirada de fe hacia Dios nos debe impulsar a actuar en total libertad. Un amor en libertad que pone en crisis nuestras relaciones humanas porque hay un amor superior que nos pide entrega total y confiada: ¿Cómo podrá ser esto puesto que no conozco varón? (Lc 1,34) Le contestará la Virgen al Ángel Gabriel. El mismo Ángel explica a María cómo será la acción de Dios y esa explicación la deja entendida y acepta esa forma. La complicación que después le viene a María con José que ya quería despedirla, dejarla sola, es una situación de crisis en la que también Dios interviene para que José acepte y asuma esto, que es extraordinaria, desde el mismo Amor de fe a Dios y su mismo amor humano a María.

  La iglesia de hoy es en gran parte una iglesia femenina, donde las mujeres además de ser mayoría aportan mucho y bueno a la vida de los creyentes, aun que la iglesia no haya tratado a la mujer con la altura de miras que merece,

Que María, la madre y mujer, nos anime a ser como ella ternura de Dios para el mundo. Sobran jueces y condenas, falta misericordia y humanidad y María puede regalárnosla.  Ella es la aurora y Cristo el sol que amanece en nuestras vidas.

María no deja de ser libre: hágase en mi según tu palabra (Lc 1,38) Y, por otro lado, el evangelio nos recuerda de José:“Desde aquel momento la recibió en su casa” (Mt 1,24) Ese amor plenamente libre abierto a la voluntad de Dios y que vemos manifiesto tanto en la vida de José y María, es el amor libre que Dios nos pide vivir abiertos siempre a su voluntad.

 En nuestro vivir cotidiano vamos teniendo la impresión de que la mujer es la que sostiene y alienta la vida. Ella concibe, ella da a luz con dolor, ella cría y educa, y, sobre todo, ella ama sin condiciones. La vida no sería posible sin la ternura de la mujer. Y junto a esto la mujer es la maltratada, la abandonada, la olvidada. Tal vez los varones no nos sintamos del todo reconocidos en la figura de esta mujer que quiere ser imagen de la fe pero hemos de reconocer que le debemos a la mujer lo mejor de lo que somos.

Nos ayuda también el caso del apóstol Pedro, hombre casado, que fue llamado por Jesús a seguirlo y no solo deja redes y barca sino también a su esposa para aventurarse en el seguimiento de Jesús hasta dar su vida por él muriendo mártir en Roma. San Pedro vivió también ese amor libre para colaborar como discípulo a quien se le daban las llaves de la iglesia y piedra de la misma en su construcción. Dios sabe a quién escoge, porque por encima de cualquier vínculo humano, sabe que el amor libre y pleno de María, José y Pedro sabrán decir sí al proyecto de Dios y lo haránposible. Son personas que no dejan de pasar por situaciones críticas pero desde la fe saben superarlas y, por eso, son un gran ejemplo para nosotros.

  Cuando hemos  visto en África a las mujeres, cargadas de sus hijos, en su pecho o en su espalda, en actitud de amamantar o proteger, mientras ellas se agachan a la tierra para sacar adelante sus cultivos y recoger las pobres cosechas, un estremecimiento me ha llenado por dentro. Una mujer trabajando con su criatura a cuestas es una imagen preciosa para entender la vida cristiana, agachada en actitud de servicio para alentar y acompañar la vida. Una mujer agachada para besar los pies de Jesús en actitud permanente de servicio y de ternura, como hizo la mujer pecadora. Una mujer doblegada por el peso de la vida y de la historia, cargada de tantas injusticias, que se resiste a dejar de caminar y a derrumbarse por tanto dolor. Porque eso mismo quiere ser la vida cristiana una mujer dispuesta a dar a luz, a parir para que la vida siga adelante, a inclinarse para que se abra paso la esperanza que tanto escasea en los surcos de la historia. Mientras haya mujeres, habrá vida y esperanza. No es extraño que el primer grito de esperanza, la mañana de la resurrección, venga de la garganta de una mujer: ¡Raboni! No es extraño. Los hijos no seríamos nada sin nuestras madres.

Podemos, por lo tanto, decir que el Amor que debe corresponder a Dios debe ser un amor que nos haga actuar con plena libertad: Amarás a Dios sobre todas las cosas

  La Iglesia, como una mujer, con María,  está llamada a ungir los pies de su Señor. Lo hace cada vez que lava los pies de la humanidad; cada vez que acompaña la enfermedad y pone un toque de ternura en la muerte; cada vez que exige los derechos humanos y los conserva en el sagrario de sus convicciones más profundas. Lo ha hecho en la caricia y la bendición  de los capellanes a los enfermos de COBI-19  a punto de morir en las UCIS. Lo hace cuando no se calla ante la injusticia, ante el lujo desordenado, ante el abuso de la autoridad. Lo hace cuando se arrodilla y contempla y cuando protesta y se manifiesta por los que no tienen voz. La vida cristiana, como María, es una mujer que sabe estar en su sitio, de pie junto a la cruz y con actitud festiva en el cenáculo de Jerusalén. Es una mujer hecha y derecha que nunca ha hecho nada pensando en sí misma pero nunca ha dejado de hacer algo por los demás.

Estamos oyendo con nitidez la invitación de Jesús: “Vete y haz tú lo mismo”. Una invitación a abandonar las teorías –tenemos muchas y muy hermosas- y a ponernos a caminar en una dirección concreta: Haz de tu vida un gesto de servicio desde el amor al Maestro.

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