“Lanzándonos hacia lo que está por delante” Los consagrados somos mediación

Cada día creo menos en experiencias místicas arrobadoras

 Somos todos los consagrados de hoy mediaciones de la llamada de Dios para nuestros hermanos y para los jóvenes. Y si no lo somos nosotros, nadie lo será. Los consagrados de hoy estamos descuidando esta capacidad impresionante que tenemos de ser signos, mediaciones, referencia, arrinconados por esta mentalidad social y laicista que nos mira con indiferencia y no nos entiende ni siquiera cuando les servimos; incapacitados para entender la gratuidad. Pero la gratuidad existe, es profundamente evangélica, y la Vida Consagrada se apoya en ella para ser instrumento de Dios en medio de la humanidad. Si dejamos de ser gratuitos, dejamos de ser consagrados.

Tenemos la pretensión, en nuestras programaciones y Capítulos, de querer llegar a todos y no acabamos de llegar a nadie en concreto. No necesitamos programaciones ambiciosas sino actitudes cercanas, afectivas y gratuitas para regalar a los más cercanos todos los días. ¿De qué nos sirve una programación vocacional de especialistas si luego no somos capaces de perder un poco el tiempo con aquellos tres o cuatro jóvenes que viven más cerca de nosotros y con los que nos cruzamos en la puerta de casa o a la hora de coger el autobús?

La Vida Consagrada es una experiencia de impactos. El primer impacto, y el más valioso, es el encuentro con Jesucristo. Pero Jesucristo nunca utiliza el impacto para encontrarse sino más bien mediaciones humildes y sencillas, inesperadas frecuentemente, para hacerse el encontradizo y poder seducirnos con su amor apasionado. No suele estar en el fuego, en el terremoto o en el huracán, sino en la brisa suave, en lo cotidiano, en lo elemental. Toma forma de mirada, de anécdota, de mano estrechada, de escucha, de gratuidad. Yo cada día creo menos –no sé si me salvaré– en experiencias místicas arrobadoras, en visiones divinas, en apariciones extraordinarias en las que Dios se hace presente. Cada día creo más en lo natural y cotidiano, en la vida con sandalias, y en la experiencia personal que se contagia. En el camino de fe que van recorriendo muchos hombres y mujeres de bien, sin dejarse enjaular por estructuras y templos, por leyes y ortodoxias, que normalmente conducen a la excomunión.

Aquellos seminaristas a los que acompañé durante doce años como formador, y que necesitaban agua bendita para todo, se han quedado la mayoría en el camino porque no consiguieron superar la cáscara de la espiritualidad y se perdieron lo mejor de la vida, el grano, lo humano, lo natural. Y aquellos jóvenes normales, inquietos y rebeldes, con dificultades a veces para sacar sus estudios, son hoy estupendos religiosos con los que da gusto convivir y trabajar. Prefiero jóvenes normales y humanos que excesivamente espirituales.

Otros impactos que acompañan la llamada a la consagración, a modo de mediaciones improvisadas a veces, son los acontecimientos y personas que van caminando con nosotros por las calles de la vida: un religioso, una religiosa, algún sacerdote diocesano excepcional, y sobre todo la fraternidad de la vida cuando realmente existe. Los jóvenes son extremadamente sensibles para percibir cuándo hay y cuándo no hay un ambiente natural y hogareño en una comunidad religiosa. Después vendrá la misión específica y el estilo de trabajo de los consagrados, y todo lo demás. Pero antes de nada y como invitación espontánea y natural necesitamos vivir esta sensación de hogar y de libertad que ellos tanto valoran. Eso significa superar viejas costumbres constitucionales y tradicionales que pertenecen a otra época ya superada. Porque hay en nuestras comunidades excesivos controles económicos y de horarios para sentirnos relajados y serenos. Vamos a ser cada día más democráticos, más participativos, más corresponsables, más abiertos y cercanos a nuestro entorno, por nosotros y por los jóvenes que nos rodean. Y vamos a dejar de escandalizarnos por todo y a cada momento, de pelos largos y coletas, de piercing y ombligos al aire, de pendientes y vaqueros rotos por el trasero. Porque estamos en el tiempo que estamos y nuestra misión es vivir muy cerca de nuestro pueblo. No vamos a conseguir nada santiguándonos a cada paso de las cosas que se ven por la calle. Disfrutemos de la espontaneidad que nos ofrece la vida y demos gracias a Dios por la libertad con que se mueven nuestros jóvenes delante de nuestras narices. Sobre todo vamos a ver si no desentonamos mucho en la calle, a no ser por nuestra coherencia, nuestra espontaneidad y nuestra alegría.

En la Sagrada Escritura todos los llamados se han sentido impactados a través de curiosas mediaciones: una zarza, una brisa, un acontecimiento doloroso, una mirada, una invitación, una situación de opresión… Y hoy Dios actúa de la misma manera porque sabe que es eficaz. El reto que tenemos por delante los consagrados es conseguir ser impacto sin dar excesivamente la nota. Impactar desde lo natural, desde lo cercano, desde nuestra apuesta por la ecología y la paz, por la defensa de nuestro barrio y nuestros compromisos militantes con los proyectos de desarrollo. Allí donde hay un consagrado normal, que se codea con la gente de la calle sin aspavientos, se produce un impacto y la gente se interpela, se pregunta y se alegra de que los frailes y las monjas no seamos de otra galaxia, sino del común de los mortales. Es decir que sacamos la basura a la calle todos los días y saludamos al cartero a voces cuando nos lo encontramos por la calle.

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