Que no se entere la abuela
Pero una cosa es lo que decides y otra lo que sientes y se me ha hecho evidente en mi reacción ante un suceso imprevisto: un percance serio de comportamiento de dos adolescentes desencadenó el protocolo de emergencia (intervención de los educadores, diálogo con los niños y con sus padres, aplicación de sanciones…), y de todo eso me enteré bastantes horas después.
La explicación era convincente: habían querido ahorrarme un mal rato. Una parte de mí agradecía haberme quedado fuera del conflicto porque soy de natural pacífico; pero, a la vez, sentí el sobresalto de encontrarme en una situación que me pillaba desprevenida: había entrado en la categoría de “abuela-a-la-que-hay-que-ahorrarle-disgustos”.
La verdad es que me gustó poquísimo aunque no dije ni mu, fiel a mi decisión de evitar ser una vieja gruñona y quisquillosa.
Pasado el tiempo y como sigo empeñada en entrar con buen pie en esta nueva etapa vital, ahí van estos pareados un tanto ramplones que dedico a mis colegas de la generación senior, por si se encuentran en situaciones parecidas:
No te quejes al menguar y aprende pronto a soltar.
Humor y cierta elegancia dan a la vejez su gracia.
Ni figurar ni mandar: ¡qué buen vino el del final!