Un santo para cada día: 25 de septiembre S. Cristobalito. ( Relato sobrecogedor del Santo Niño de la Guardia)
| Francisca Abad Martín
En el siglo XVI se difundió la leyenda de un asesinato ritual en la persona de un niño toledano de tres años. Es dudoso que todos los pormenores del relato se ajusten al rigor histórico, en cualquier caso, el supuesto suceso, sacudió fuertemente la conciencia de los ciudadanos y contribuyó poderosamente a aumentar la animadversión contra la Comunidad judía, que acabaría siendo expulsada de España por los Reyes Católicos en 1492.
Nos encontramos a finales del siglo XV en pleno apogeo de la persecución de los judíos en Toledo y en todo el territorio cristiano de la península, culpándoles de los males que sufría la sociedad. Dentro de la región manchega se ubica un pueblo llamado La Guardia, escenario de un hecho estremecedor, que habría de ser recordado cada 25 de septiembre con gran devoción, donde no faltan la misa solemne, procesión y traslado del Santo, desde una ermita-cueva a las afueras del pueblo. A estos actos acuden gentes de las localidades limítrofes, como Quintanar de la Orden y Tembleque, pero lo curioso es que, en esta ocasión, el “santo” es una pequeña imagen, que representa a un niño de pocos años, por quien la comarca siente una gran devoción.
El relato es como sigue: Al pueblo de la Guardia había llegado con anterioridad un judío procedente de Francia, iniciado en las artes de la quiromancia, quien afirmaba que, quemando conjuntamente el corazón de un niño con una hostia consagrada, se podían obtener unas cenizas, que al ser vertidas en los manantiales podían envenenar el agua que bebían los cristianos y sobre esta base comenzaron a proyectar un plan cruel y macabro. Para conseguir la hostia sagrada disponían de un cristiano converso, llamado Juan Gómez, que al ejercer como sacristán le resultaba relativamente fácil realizar esta operación.
Más complicado era hacerse con la víctima propiciatoria, para lo cual contaban con un judío que viajaba de pueblo en pueblo vendiendo mercancías con un carro, llamado Juan Franco, el cual podía recorrer diversos lugares sin levantar sospechas y cuando se presentara la ocasión raptar al niño en cuestión, para traerle hasta La Guardia y así fue. Según los datos que nos han llegado, el niño de nombre Juan, según unos y según otros Cristóbal, o “Cristobalito”, vivía en la ciudad de Toledo hacia 1491, hijo de Alonso de Pasamonte y Juana la Guindera, que era ciega. Cierto día, cuando jugaba distraídamente junto a la Puerta del Perdón de la Catedral toledana, fue secuestrado y llevado después hasta las inmediaciones del pueblo de La Guardia, donde habría de ser objeto de un rito sacrílego por parte de un grupo de judíos y conversos, quienes después de haber asistido a un “Auto de Fe” en Toledo, planearon vengarse de los inquisidores, aplicando artes de hechicería.
El ritual fue planeado con toda meticulosidad. De lo que se trataba era de reproducir con toda fidelidad, la pasión y muerte de Cristo en el frágil cuerpecito de una criaturita de tres años. El lugar elegido para perpetrar el crimen fue a las afueras, en la parte meridional del pueblo, en una cueva ¿Por qué eligieron ese lugar para llevar a cabo su rito sacrílego? Algunos dicen que había grandes similitudes entre ese paraje a las afueras de La Guardia, con el lugar de Jerusalén donde fue crucificado Jesucristo y por ese motivo escogieron dicho lugar como el más idóneo para reproducir en el niño los tormentos que padeciera Jesús: flagelación, coronación de espinas y clavos en la cruz, tratando de rememorar la tenebrosa tarde del Gólgota. ¡Qué crueldad!
Realizado el horrible martirio procedieron a extraer el corazón aún palpitante del niño. Una vez ya en posesión de los ingredientes precisos para practicar semejante hechicería, viajaron hasta Aljama Mayor, pueblo de Zamora, donde les esperaban los rabinos de esta ciudad para asesorarles sobre el maleficio, pero cuando llegaron a Astorga se produjo un hecho insólito que trastocó sus planes y es que uno de los judíos simulando que era cristiano entró en el templo, abrió un libro de oraciones y en ese momento preciso se produjo un gran resplandor que sembró sospechas en algunos fieles allí presentes, los cuales siguieron al judío hasta la posada donde se hospedaba, siendo denunciado posteriormente a la Inquisición, que no tardó en apresarle y hacerle prisionero. Inspeccionado el libro, pudieron ver la señal del corazón desaparecido y la sagrada hostia que fue llevada en procesión hasta el convento de Sto. Tomás de Ávila.
Otra versión dice que uno de esos conversos, al ser apresado por la Inquisición y sometido a torturas, confesó los hechos, denunciando a los demás cómplices, quienes al parecer testificaron por separado sobre el suceso, ofreciendo idéntica narración y ofreciendo los mismos detalles y circunstancias con que se desarrollaron los hechos, Ello fue motivo para que, después de un largo proceso, todos los responsables murieran quemados en Ávila el 16 de noviembre de 1491. En el Monasterio de Santo Tomás de Ávila se conserva una Sagrada Forma manchada de sangre, que se cree pudo ser ésa. También se cree que dicho Monasterio de Santo Tomás fue construido en parte, gracias a los bienes incautados a esos conversos que ardieron en la hoguera.
Como no podía ser por menos, este relato ha llegado a formar parte de la tradición y algunos autores han escrito sobre el niño de La Guardia, como Lope de Vega, dejándonos: “El santo niño de la villa de La Guardia” o “El niño inocente de La Guardia”. Así mismo en la Puerta del Perdón de la Catedral de Toledo hay un relieve representando el martirio del santo niño de La Guardia.
Reflexiones desde el contexto actual:
Naturalmente a la hora de interpretar relatos como éste, valorarle y sacar las oportunas consecuencias, hoy día somos mucho más rigurosos que lo fueron los hombres del siglo XV. Cierto que en épocas cercanas se habla de que hubo otros dos niños que murieron en circunstancias semejantes, tal es el caso de Sto. Dominguito del Val en la Zaragoza del siglo XIII y el niño de Sepúlveda en 1468, pero también hay que tener en cuenta que el cadáver de Cristobalito nunca apareció y que la leyenda surge en un periodo convulso caracterizado por la animadversión contra los judíos, en los que los autos de fe estaban a la orden del día. El hecho cierto fue que este tipo de leyendas contribuyó en gran medida para alimentar un antisemitismo que, salvando las distancias, nos remite a la masacre perpetrada por el nazismo en los campos de exterminio. Sea como fuere y por muy cruel que pueda aparecer ante nuestros ojos el supuesto suceso de La Guardia, hemos de salvaguardar la imparcialidad histórica y pensar que no es licito que paguen justos por pecadores, que no es justo hacer responsable a la Comunidad Judía de un hecho del que, en el peor de los casos, solo fueron responsables unos cuantos desalmados.