Un santo para cada día: 25 de octubre S. Frutos de Segovia (El santo Pajarero)
En tiempos de Leovigildo todos los pueblos de España habían podido vivir en paz bajo unas mismas leyes y una misma religión, donde se trabajaba y florecía la cultura, pero tantas facilidades en todo y para todo hizo que las gentes se volvieran despreocupadas, los obispos tomaran el gusto a los lujos y los magnates pensaran en su propia seguridad
En tiempos de Leovigildo todos los pueblos de España habían podido vivir en paz bajo unas mismas leyes y una misma religión, donde se trabajaba y florecía la cultura, pero tantas facilidades en todo y para todo hizo que las gentes se volvieran despreocupadas, los obispos tomaran el gusto a los lujos y los magnates pensaran en su propia seguridad. Habían pasado los tiempos del entusiasmo religioso y según el decir de quien sería S. Ildefonso, había aparecido la malicia de los tiempos. La clase aristocrática oprimía al pueblo que trabajaba para costear sus lujos, las epidemias diezmaban la población, la inmoralidad y el desenfreno se adueñaban de la sociedad y negros nubarrones se vislumbraban en el horizonte. En este mundo en decadencia, a finales del periodo visigodo, hace su aparición Frutos de Segovia, en un momento en que se escuchaban voces llamando a la gente a la conversión y penitencia.
Frutos habría nacido, según la tradición, en Segovia hacia el 642, siendo miembro de una familia ilustre bien situada, emparentada con los patricios romanos, además de él había otros dos hermanos Valentín y Engracia. Una vez que faltaron sus padres e insatisfechos con la forma de vida presidida por la molicie y la banalidad a que la gente se había entregado, decidieron deshacerse de todos sus bienes, los repartieron entre los pobres y se fueron a vivir lejos del mundanal ruido. Atrás dejaron el acueducto romano y se internaron por parajes agrestes a cinco leguas de Segovia. Allí a orillas del río Duratón, afluente del Duero, prepararon tres grutas, una para cada cual, asumiendo un mismo programa de vida, consistente fundamentalmente en llevar una vida de soledad y recogimiento, dedicándose a la oración y penitencia, durmiendo y comiendo poco y mal, todo ello como reparación por los pecados de los hombres. Los primeros días fueron duros, pero a todo llegan a acostumbrarse los que quieren servir a Dios con sincero corazón.
Cuando habían encontrado esa paz y sosiego que buscaban se ven sorprendidos por una muchedumbre que busca refugio en esas humildes grutas. Eran gentes asustadas que venían huyendo del peligro. Tarik había derrotado a D. Rodrigo y los bereberes avanzaban implacables aproximándose a tierras castellanas sembrando el pavor. La situación era insostenible y la furia morisca infundía terror. Un testigo de la época la describe así: “Cuelga en el patíbulo a los nobles varones, despuebla a las ciudades con la espada y la cautividad, incendia los palacios y alcázares, crucifica a los ancianos a los poderosos, hace esclavos a los jóvenes y apaga la vida de los niños en los pechos de su madre y aquellos que para evitar se esconden en el seno de las montañas, mueren en ellas de hambre y de miseria.” Un día los perseguidores, en busca de los que huyen, llegan hasta donde se encontraba Frutos con los suyos. Y éste se les enfrenta. Con la firme decisión que da la fuerza sobrenatural, traza con su bastón una raya, abriéndose la roca en dos, hecho prodigioso que se conoce como la cuchillada de S. Frutos, que sirvió para evitar una masacre.
Allí continuaría el resto de sus días el esforzado anacoreta, hasta cumplidos los 73 años en que llegaría el merecido el descanso. Dios le llamó junto a Él para disfrutar de la felicidad eterna. Sus otros dos hermanos le dieron cristiana sepultura en la ermita, llamada ahora de “San Frutos”, donde acuden sus fieles devotos para rendirle tributo, aunque sus restos se encuentran en la catedral de Segovia, en el trascoro.
Reflexión desde el contexto actual:
La memoria de S. Frutos “el Santo pajarero” como le llaman por esas tierras, por su amor a los pájaros, después de 14 siglos sigue viva en la mente de los segovianos y las segovianas. Con seguridad que seguirá siendo centro de atracción para las generaciones venideras, porque si a algo no está dispuesta a renunciar la buena gente de Segovia es a estas santas tradiciones que han ido pasando de padres a hijos