Un santo para cada día: 30 de octubre Serapión de Antioquía ( Elogiado por los padres de la Iglesia)

Serapión de Antioquía ( Maestro considerado Columna de la verdad )
Serapión de Antioquía ( Maestro considerado Columna de la verdad )

Serapión es uno de tantos personajes que es necesario reivindicar porque la historia no le ha hecho justicia.  Ha permanecido olvidado para muchos, siendo así que, junto con Atanasio y a través de sus escritos jugó un papel importante en la política orientada a poner en práctica en todo Egipto las conclusiones del Concilio de Alejandría; fue un colaborador eficaz, por lo que se refiere al control sobre los monjes y prelados, lo que le convierte en un servidor leal de la Iglesia y en un obispo guardián de la fe, celoso evangelizador y luchador infatigable. “Columna de la verdad” le considera Basilio, “Santa llama de los egipcios” es para Atanasio, “Maestro espiritual” es tenido por Dídimo el ciego, como “Ángel de la iglesia de Thmuis” es saludado por Evagrio y Jerónimo alaba su inteligencia y su vasta cultura.    

Serapión debió nacer en el siglo II  y desde niño dio muestras de estar superdotado. Desde muy temprano mostró su afición por la soledad y el estudio de las Sagradas Escrituras, lo que hace suponer que se crio en un ambiente familiar piadoso. Llegada la juventud abandonó su hogar para irse a vivir al Carmelo con los hijos de S. Elías donde, en un ambiente de paz y de silencio, pudo profundizar en el conocimiento de las sagradas verdades, viviendo una vida humilde y sencilla, sin alardear delante de los demás de sus extraordinarias dotes intelectuales. Escondido en este refugio, pasaría un largo periodo de tiempo, hasta que la Providencia dispuso de él para llevar a cabo una elevada misión.

Serapión asciende al obispado de Thmuis en la primera mitad del siglo III. Siendo amigo personal  de S. Antonio Abad. Pronto habría de distinguirse por su santidad en el ejercicio de su ministerio episcopal, pero sobre todo se iba a dar a conocer como defensor de la ortodoxia, lo que le obligó a salir al paso y enfrentarse a ciertos errores que circulaban por ahí y que ponían en peligro la fe de los fieles a él encomendados. Tal es el caso del montanismo, sostenido por Montano, Maximila y Priscila, los cuales defendían en una especie de profetismo, que el fin de los tiempos se acercaba y que la venida de Cristo a la tierra era inminente, proponiendo una moralidad rigorista. Eusebio alude a una carta que Serapión escribió a los obispos y abades condenando dicha doctrina. Algo parecido sucedió con el docetismo, doctrina que defendía que la encarnación de Jesucristo solo era aparente.

Este Santo Varón, no obstante, se distinguiría sobre todo por su oposición al llamado  “Evangelio de S. Pedro”. Se trata de un texto antiguo que comenzó a circular con visos de autenticidad, llegando a leerse en algunas iglesias. En un primer momento Serapión se mostró permisivo, autorizando su lectura sin saber muy bien de qué iba la cosa, hasta que leyó el texto detenidamente y entonces cambió de opinión, prohibiendo su lectura en los templos, no solamente esto, sino que escribió una carta a los Fieles de Rhosos en estos términos: “En cuanto a nosotros, hermanos, recibimos a Pedro y a los demás apóstoles como a Cristo. Pero rechazamos los escritos que circulan falsamente bajo su nombre, como hombres experimentados que sabemos que tales escritos no nos han sido transmitidos por tradición”. Este asunto quedó zanjado con una disposición, ordenando que se borrara el nombre de S. Pedro que figuraba como autor de dicho escrito.

Debió morir  en el transcurso el siglo III.

Reflexión desde el contexto actual: No cabe duda de que después de tantos siglos de magisterio de la Iglesia y de desarrollos teológicos y exegéticos, hoy existe una conciencia mucho más clara sobre los misterios de la fe que la que hubo en el pasado, como por ejemplo en los tiempos de Serapión. Ciertamente los defensores de la fe que nos precedieron, tuvieron una idea más limitada e imprecisa de la que podemos tener hoy día, pero hemos de ser justos y reconocer que, sin sus servicios y aportaciones, seguramente no podríamos disponer de lo que hoy tenemos.

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