Francisco da las gracias al cardenal Aveline, a Emmanuel Macron y a la sociedad marsellesa, "mosaico de esperanza" Papa: "No podemos permitir que el Mediterráneo se convierta en una tumba, o que facilite la guerra y la trata de personas"
"¡El Mediterráneo es cuna de civilización, y una cuna es para la vida! No es tolerable que se convierta en tumba"
"Las migraciones forzadas se han convertido ellas mismas en un signo de los tiempos...El signo que nos llama a todos a hacer una elección de fondo: la elección entre la indiferencia y la fraternidad"
"Hay que trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar"
"Que el Mediterráneo se convierta en un mosaico de civilización y de esperanza"
"Hay que trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar"
"Que el Mediterráneo se convierta en un mosaico de civilización y de esperanza"
En la audiencia general, el Papa Francisco centra su catequesis en explicar su reciente y exitosa visita a Marsella. Una visita que, según el propio Papa, se convirtió en un atisbo de un sueño roto: “que el Mediterráneo recupere su vocación de ser laboratorio de civilización y de paz”. Por eso, Francisco volvió a proclamar que un Mediterráneo “cuna de civilización” no es “tolerable que se convierta en tumba”.
El Papa explica que “las migraciones forzadas” con un signo de los tiempos, ante el que tenemos que optar entre “la indiferencia y la fraternidad”. Por eso, si queremos que “el Mediterráneo se convierta en un mosaico de civilización y esperanza”, hay que poner medios “a corto, a medio y a largo plazo”.
Y el Papa se pregunta: “Del evento de Marsella, ¿qué ha salido?”. Y responde: que salió de allí un cambio en la mirada hacia los emigrantes, para dedicarles una mirada más humana y más esperanzadora. Una mirada que, ahora, hay que concretar. Primero, asegurando su derecho a “emigrar o no”; segundo, su derecho a vivir en su propio país con dignidad y paz; y tercero, su derecho a emigrar con seguridad y a ser acogidos e integrados en los países de llegada. Todo un programa para los políticos, para la sociedad y para la Iglesia misma.
Por eso, por el paso dado en Marsella, Francisco da las gracias al cardenal Aveline, al presidente de la República y a todos los marselleses, llamados a seguir siendo ese “mosaico de esperanza” en el Mediterráneo.
#Catequesis#PapaFrancisco: Los #Jovenes pobres de esperanza, cerrados en lo privado, preocupados por gestionar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y al compartir? ... necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu .. pic.twitter.com/GriRNgOaGL
— Vatican News (@vaticannews_es) September 27, 2023
Catequesis del Papa
¡Queridos hermanos y hermanas!
A finales de la semana pasada fui a Marsella para participar en la conclusión de los Rencontres Méditerranéennes, que han involucrado a obispos y alcaldes de la zona mediterránea, junto con numerosos jóvenes, para que la mirada se abriera al futuro. En efecto, el evento de Marsella se titulaba “Mosaico de esperanza”. Este es el sueño, este es el desafío: que el Mediterráneo recupere su vocación de ser laboratorio de civilización y de paz.
¡El Mediterráneo es cuna de civilización, y una cuna es para la vida! No es tolerable que se convierta en tumba, y tampoco en lugar de conflicto. No. El Mar Mediterráneo es lo más opuesto que hay al enfrentamiento entre civilizaciones, a la guerra, a la trata de seres humanos. Es exactamente lo contrario: el Mediterráneo comunica África, Asia y Europa; el norte y el sur, oriente y occidente; las personas y las culturas, los pueblos y las lenguas, las filosofías y las religiones. Cierto, el mar siempre es de alguna manera un abismo que superar, e incluso puede llegar a ser peligroso. Pero sus aguas custodian tesoros de vida, sus olas y sus vientos llevan embarcaciones de todo tipo. En resumen: es lugar de encuentro y no de enfrentamiento, de vida y no de muerte.
Desde su costa oriental, hace dos mil años, partió el Evangelio de Jesucristo, para anunciar a todos los pueblos que somos hijos del único Padre que está en los cielos, y que estamos llamados a vivir como hermanos y hermanas; que el amor de Dios es más grande que nuestros egoísmos y que nuestros cierres y, con la ayuda de su misericordia, es posible una convivencia humana justa y pacífica.
Naturalmente, esto no sucede por arte de magia y no se logra de una vez por todas. Es el fruto de un camino en el que toda generación está llamada a recorrer un tramo, leyendo los signos de los tiempos en los que vive. A nosotros nos ha tocado este periodo histórico, en el que las migraciones forzadas se han convertido ellas mismas en un signo de los tiempos, es más, el signo que nos llama a todos a hacer una elección de fondo: la elección entre la indiferencia y la fraternidad.
El encuentro de Marsella viene después de otros similares que tuvieron lugar en Bari en 2020 y en Florencia el año pasado. No ha sido un evento aislado, sino el paso adelante de un itinerario, que tuvo sus inicios en los “Coloquios Mediterráneos” organizados por el alcalde Giorgio La Pira, en Florencia, a finales de los ’50 del siglo pasado. Un paso adelante para responder, hoy, al llamamiento lanzado por san Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, a promover «un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros» (n. 44).
Del evento de Marsella, ¿qué ha salido? Ha salido una mirada al Mediterráneo que definiría simplemente humano, no ideológico, no estratégico, no políticamente correcto ni instrumental, no, humano, es decir capaz de referirlo todo al valor primario de la persona humana y de su inviolable dignidad. Y al mismo tiempo salió una mirada de esperanza. Esto siempre es sorprendente: cuando escuchas testimonios que han atravesado situaciones deshumanas o que las han compartido, y precisamente de ellos recibes una “profesión de esperanza”, entonces te encuentras frente a la obra de Dios. Y te das cuenta que esta obra pasa siempre a través de la fraternidad: a través de los ojos, las manos, los pies, los corazones de hombres y mujeres que, en los respectivos roles de responsabilidad eclesial y civil, tratan de construir relaciones fraternas y de amistad social.
Hermanos y hermanas, esta esperanza no puede y no debe “volatizarse”, no, al contrario, debe organizarse, concretizarse en acciones a largo, medio y corto plazo. ¿Qué significa esto? Significa trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar. Es el tema de la Jornada del Migrante y del Refugiado que acabamos de celebrar. En primer lugar, debemos comprometernos todos para que cada uno pueda vivir en paz, seguridad y prosperidad en el propio país de origen. Esto requiere conversión personal, solidaridad social y compromisos concretos por parte de los Gobiernos a nivel local e internacional. En segundo lugar, para los que no pueden permanecer en la patria, se trata de predisponer estructuras para que se les asegure la seguridad durante el viaje y sean acogidos e integrados allí donde llegan.
Pero hay otro aspecto complementario: es necesario volver a dar esperanza a nuestras sociedades europeas, especialmente a las nuevas generaciones. De hecho, ¿cómo podemos acoger a los otros, si no tenemos nosotros antes un horizonte abierto al futuro? Los jóvenes pobres de esperanza, cerrados en lo privado, preocupados por gestionar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y al compartir? Nuestras sociedades enfermas de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu, y entonces podrán leer la crisis como oportunidad y afrontarla de forma positiva. Pensemos, por ejemplo, en el invierno demográfico que afecta a algunas sociedades europeas: esto no se superará con un “traslado” de inmigrantes, sino cuando nuestros hijos vuelvan a encontrar esperanza en el futuro y sean capaces de verla reflejada en los rostros de los hermanos venidos de lejos.
Europa necesita volver a encontrar pasión y entusiasmo, y en Marsella puedo decir que los he encontrado: en su pastor, el cardenal Aveline, en los sacerdotes y en los consagrados, en los fieles laicos comprometidos en la caridad, en la educación, en el pueblo de Dios que ha demostrado gran calor en la misa en el Estadio Vélodrome. Doy las gracias a todos ellos y al presidente de la República, que con su presencia ha testimoniado la atención de toda Francia en el evento de Marsella. Pueda la Virgen, que los marselleses veneran como Notre Dame de la Garde, acompañar el camino de los pueblos del Mediterráneo, para que esta región se convierta en lo que desde siempre ha estado llamada a ser: un mosaico de civilización y de esperanza.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas:
La semana pasada estuve en Marsella, donde participé en la conclusión de los “Encuentros del Mediterráneo”. El sueño y el desafío compartido es que el Mediterráneo recupere su vocación de cuna de civilización, de vida y de paz. No podemos permitir que se convierta en una tumba, o que facilite la guerra y la trata de personas. Hace dos mil años, de su costa oriental partió el Evangelio de Jesucristo, para que todos los pueblos conocieran el amor del Padre, que nos llama a vivir en fraternidad.
Queridos amigos, necesitamos una mirada sobre el Mediterráneo que nos ayude a infundir esperanza en nuestra sociedad, y especialmente a las nuevas generaciones. El evento de Marsella nos ha planteado una mirada humana y esperanzada. Una mirada humana, es decir, capaz de referirlo todo al valor primario de la persona humana y de su dignidad inviolable. Y una mirada de esperanza, con experiencias y rostros concretos, que nos impulsen a construir relaciones fraternas y de amistad social.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María, Consuelo de los Migrantes, que acompañe el camino de los pueblos del Mediterráneo, para que entre todos construyamos un mosaico de esperanza y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
Saludo en polaco
"Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. El domingo pasado fue el Día Mundial del Migrante y del Refugiado, cuyo lema era: "Libres para elegir emigrar o quedarse". Acordaos de vuestros hermanos y hermanas de Ucrania, obligados a abandonar su patria devastada por la guerra, que buscan ayuda, refugio y buena voluntad en vuestro país. Dadles la bienvenida del Evangelio. Que Dios os bendiga".
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