Francisco pide la liberación "inmediata de los rehenes" y garantizar ayuda humanitaria para Gaza El Papa, en el ángelus: "Hermanos, hermanas, que cese el fuego, que se detenga la guerra"
"Que se deje el espacio para garantizar la ayuda humanitaria y sean liberados de inmediato los rehenes, que ninguno abandone la posibilidad de abandonar las armas"
"Que cese el fuego, que cese el fuego, que se detenga, hermanos, hermanas, que se detenga la guerra, la guerra es una derrota siempre, siempre", fue la encendida petición que lanzó Francisco desde el balcón del palacio apostólico, refrendada por un aplauso de la multitud que le escuchaba en la plaza de San Pedro
"No dejemos de orar por Ucrania y también por la grave situación en Palestina e Israel, y por las otras regiones que están en guerra, Gaza en particular. Que se deje el espacio para garantizar la ayuda humanitaria y sean liberados de inmediato los rehenes, que ninguno abandone la posibilidad de abandonar las armas, que cese el fuego, que cese el fuego, que se detenga, hermanos, hermanas, que se detenga la guerra, la guerra es una derrota siempre, siempre". Fue la encendida petición que hizo esta mañana el Francisco, tras el rezo del ángelus, y que fue ratificado por un sonoro aplauso de la multitud que le escuchaba en la plaza de San Pedro. En ese breve saludo, el Papa quiso mostrar también su cercanía con la población de la zona de Acapulco, en México que ha sido golpeada por un huracán.
Ya en su catequesis dominical, y muy en consonancia con la homilía que había pronunciado hacía poco más de una hora en la eucaristía de clausura de la asamblea sinodal que se ha estado celebrado en el Vaticano desde el pasado 4 de octubre, Francisco volvió a incidir en la adoración a Dios y el amor y servicio a los hermanos, porque "solo encontrándolo, rindiéndonos a su amor, nos volvemos verdaderamente capaces de amar. Por eso, no resistamos: abramos nuestro corazón al Señor, cada día".
El recuerdo de la respuesta que le dio santa Teresa de Calcuta a una periodista que le preguntó si creía que estaba cambiando el mundo con lo que hacía -«¡Yo nunca pensé en cambiar el mundo! Solamente intenté ser una gota de agua limpia en la que pudiera brillar el amor de Dios», le respondió-, dio pie al Papa para recordarnos que, como esa pequeña gota, "también nosotros estamos llamados a reflejar el amor de Dios en el mundo". "¿Cómo? -se preguntó- Dando el primer paso, como Dios hace con nosotros".
En esta línea, Francisco, concluyó con una batería de preguntas, como hace siempre al final de estas catequesis: "¿Soy agradecido al Señor, que es el primero en amarme? ¿Me encuentro con Él cada día para dejar que me transforme? Y además: ¿intento reflejar su amor? Es decir, ¿me esfuerzo por amar a mis hermanos y hermanas, especialmente a los más débiles, a los que se equivocan, a los que me hacen daño?".
Las palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos habla del mayor de los mandamientos (cfr. Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley interroga Jesús sobre este tema, y Él responde con el “gran mandamiento del amor”: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [... y] a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 37.39). Amor a Dios y al prójimo, inseparables el uno del otro. Detengámonos entonces a reflexionar sobre dos aspectos de esta realidad.
El primero: el hecho que el amor al Señor viene antes que nada nos recuerda que Dios siempre nos precede, nos anticipa con su infinita ternura (cfr. Jn 4,19). Un niño aprende a amar en el regazo de la mamá y del papá, y nosotros lo hacemos en los brazos de Dios: «como un niño tranquilo en el regazo de su madre», dice el Salmo (131,2). Allí, entre sus brazos que nos levantan, absorbemos el calor y el cariño que luego aprendemos a donar; allí encontramos el amor que nos empuja a donarnos con generosidad a los hermanos. Lo recuerda San Pablo cuando dice que la caridad de Cristo tiene en sí una fuerza que nos empuja a amar (cfr. 2 Cor 5,14). Todo comienza a partir de Él. Solo encontrándolo, rindiéndonos a su amor, nos volvemos verdaderamente capaces de amar. Por eso, no resistamos: abramos nuestro corazón al Señor, cada día.
Y llegamos así a un segundo aspecto que se desprende del mandamiento del amor. Vincula el amor a Dios al amor al prójimo: significa que, amando a los hermanos, nosotros reflejamos, como espejos, el amor del Padre. Reflejar el amor de Dios, aquí está el centro de la cuestión; amarle a Él, a quien no vemos, a través del hermano, a quien vemos (cfr. 1 Jn 4,20). Un día, una periodista preguntó a santa Teresa de Calcuta si creía que estaba cambiando el mundo con lo que hacía, y ella le respondió: «¡Yo nunca pensé en cambiar el mundo! Solamente intenté ser una gota de agua limpia en la que pudiera brillar el amor de Dios» (Conferencia de prensa para la entrega del Nobel por la Paz, 1979). Así fue como ella, tan pequeña, pudo hacer tanto bien: reflejando, al igual que una gota, el amor de Dios. Y si, a veces, mirándola a ella y a otros santos, llegamos a pensar que son héroes inimitables, pensemos en esa pequeña gota y recordemos que también nosotros estamos llamados a reflejar el amor de Dios en el mundo. ¿Cómo? Dando el primer paso, como Dios hace con nosotros.
Por eso, queridos hermanos y hermanas, pensando en el amor de Dios que siempre nos precede, podemos preguntarnos: ¿soy agradecido al Señor, que es el primero en amarme? ¿Me encuentro con Él cada día para dejar que me transforme? Y además: ¿intento reflejar su amor? Es decir, ¿me esfuerzo por amar a mis hermanos y hermanas, especialmente a los más débiles, a los que se equivocan, a los que me hacen daño? ¿Quito de mi corazón, con la ayuda de Dios, las pátinas opacas del egoísmo, del resentimiento, de la rigidez, del apego a las cosas, de lo que me impide reflejar con claridad el amor del Padre?
Que la Virgen María nos ayude a vivir el gran mandamiento del amor en nuestra vida cotidiana.
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