La sotana blanca manchada de rojo y de negro El "santo subito" tiene que esperar
(José Manuel Vidal).-El proyecto de convertir a Juan Pablo II en el «santo subito» se ralentiza. Mientras hay dudas sobre el primer milagro, la curación de una monja francesa, Ratzinger reinterpreta el tercer secreto de Fátima para incorporar la pederastia eclesial. A las pastoras se les anunció el atentado contra el Papa y una mancha en la Iglesia.
El 13 de mayo, la Virgen María
Bajó de los cielos a Cova de Iría.
Si el mundo quisieran
de guerras librar,
Haced penitencia por tanto pecar.
El Ave María de Fátima quiere resumir una historia de secretos y terribles profecías, que parecía cerrada, pero que Benedicto XVI ha vuelto a reabrir. Allí mismo, en la explanada del santuario abarrotada por 500.000 almas, el día 13, 93 años después de las apariciones, el Papa de Roma aseguraba que "el ciclo de terror y muerte" de los mensajes de Fátima no ha concluido.
"Se equivocaría quien pensase que la misión profética de Fátima ha terminado", dijo el Sumo Pontífice con voz trémula. Y añadía: "La Humanidad ha logrado desencadenar un ciclo de muerte y terror, pero no llevarlo a su fin", porque "la familia humana está preparada para sacrificar sus relaciones más santas sobre el altar de los mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo e individuo". Las palabras del Papa dieron la vuelta al mundo de inmediato y, en plena crisis económica global, abrían sombrías perspectivas.
El terrible misterio de Fátima continúa extendiendo su negro manto de sombras apocalípticas sobre el mundo. Un misterio nunca del todo descifrado que comenzó el 13 de mayo de 1917. La Virgen se aparecía entonces a Lucía, Francisco y Jacinta, tres pastorcillos de Cova de Iría (Fátima) y les revelaba tres secretos que iban a sacudir los cimientos del mundo y de la Iglesia y a hacer temblar a los mismísimos Papas de Roma, vicarios de Cristo en la tierra. Desde Juan XXIII a Pablo VI, pasando por Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Los últimos Papas de la era moderna tuvieron en sus manos los tres secretos de Fátima, escritos por Lucía con su caligrafía infantil y nerviosa. El primero vaticinaba la muerte prematura de los dos hermanos, Jacinta y Francisco. El segundo revelaba una visión aterradora del infierno, el final de la Primera Guerra mundial y el estallido de la Segunda, asi como la conversión de Rusia y el fin del comunismo.
Los dos primeros secretos se cumplieron a rajatabla. Francisco y Jacinta murieron al poco tiempo, estalló la II Guerra mundial y, más tarde, se produjo la caída del muro de Berlín. Estos dos primeros secretos de Fátima se publicaron en 1941. ¿Y el tercero? Escrito en 1944 por Lucía, lo conservó en un sobre cerrado y lacrado el obispo de Leiría, hasta que, en 1957, lo envió al Vaticano.
Pío XII, el Papa Angélico, que estaba ya en las postrimerías de su pontificado, no le concedió mayor relevancia y, posiblemente, muriese sin abrirlo. Fue Juan XXIII, el primero en leer el tercer secreto de Fátima. Era el verano de 1959. Dicen que el Papa Bueno quedó tan impresionado que decidió mantenerlo en secreto hasta que alguno de sus sucesores decidiese publicarlo.
Lo mismo hicieron Pablo VI, que ya apuntó a que "el humo de Satanás" se había infiltrado en la Iglesia de Roma, y Juan Pablo I. Finalmente, el 13 de mayo de 2000, Juan Pablo II aprovechaba la beatificación de Francisco y Jacinta en Fátima, para desvelar el tercer secreto. Y el mundo entero contenía el aliento.
En Fátima, ante 700.000 personas venidas de todo el mundo, el entonces Secretario de Estado, Angelo Sodano, desvelaba un secreto cuyo núcleo rezaba así:
"Vimos a un obispo vestido de blanco. Hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre. También a otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque, con la corteza. El Santo Padre, antes de llegar a ella, atravesó una gran ciudad medio en ruinas, y medio tembloroso, con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, rezando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino. Llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones".
El cardenal Sodano personalizó el mensaje del tercer secreto en el Papa Wojtyla, que, el 13 de mayo de 1981, sufría, en la Plaza de san Pedro, un atentado, a manos del turco Ali Agca, que estuvo a punto de costarle la vida. El "obispo vestido de blanco" pasaba a ser Juan pablo II, sin tener en cuenta que, en la profecía, el Papa es martirizado y, en cambio, Juan Pablo II se salvó.
Ya un mes más tarde, el cardenal Ratzinger, entonces prefecto del dicasterio para la Doctrina de la Fe, se encargó de hacer una lectura más teológica del secreto. Se trataba, a su juicio, de un "llamamiento a la conversión y a la penitencia".
El pasado martes, en el avión que lo conducía a Fátima, Benedicto XVI seguía despersonalizando el tercer secreto y ampliando su alcance. O quizás habría que hablar de un cuarto secreto que, hasta ahora, se habría mantenido oculto. Antonio Socci, experto en los misterios de Fátima, postula la existencia de un cuarto secreto con dos partes. Una, sobre la suciedad en la Iglesia, el tsunami de la pederastia. Y otra, más terrible todavía, que apuntaría al final de la Iglesia de Roma.
¿El obispo vestido de blanco no era Juan Pablo II o no solo Juan Pablo II? ¿Hay un Papa mártir en el horizonte cercano de la Iglesia? En Fátima, Benedicto XVI no dijo nada al respecto, pero rubricó la primera parte del cuarto secreto: "Las mayores persecuciones contra la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que están dentro de la propia Iglesia", en clara alusión al escándalo de la pederastia que el Sumo Pontífice no dudó en calificar de "realmente aterrador".
Está claro que la sotana blanca del Papa Wojtyla se tiñó con el rojo de la sangre. ¿Se manchó también con el negro de la pederastia? Cada vez son más y más los datos que apuntan a los más cercanos colaboradores del Papa Wojtyla como los "grandes encubridores". Y las acusaciones, con nombres y apellidos, provienen del propio colegio cardenalicio.
El cardenal de Viena, Christoph Schönborn, acaba de denunciar directamente al todopoderoso Secretario de Estado de Juan Pablo II, Angelo Sodano, por impedir que el entonces cardenal Ratzinger actuase contra el pederasta cardenal Groer, arzobispo de Viena. Fuego cruzado púrpura.
Informes documentados de Jasón Barry en el National Catholic Reporter, revista católica americana, acusan de sobornos y complicidad máxima con Marcial Maciel, el degenerado fundador de los Legionarios de Cristo, al propio Sodano, al cardenal español, Martínez Somalo, y al entonces plenipotenciario secretario personal del Papa y hoy cardenal de Cracovia, Stanislaw Dziwisz.
La revista católica francesa Golias desvela, asimismo, que otro miembro de la vieja guardia curial, el cardenal colombiano Darío Castrillón, envió una carta a un obispo francés felicitándolo por no haber denunciado a la justicia civil a un cura pederasta. Para defenderse, el purpurado latinoamericano aseguró, en un congreso en honor de Juan Pablo II celebrado en Murcia, que la carta se la había entregado al Papa, que no sólo la "bendijo", sino que le pidió que se la mandase a todos los obispos del mundo, para que siguiesen ese mismo proceder.
Más aún, el Papa Wojtyla llamó a Maciel "guía de la juventud" y proliferan las fotos en las que bendice al fundador de los Legionarios de Cristo con sus mano ya temblorosa por el parkinson.
En estos momentos, la beatificación de Juan Pablo II podría peligrar. Primero, por el escándalo de Maciel y de la pederastia y, segundo, por la falta de milagros solventes.
La salud de Marie-Simon-Pierre, de 49 años, tiene en ascuas al Vaticano. Es la "miracolata" seleccionada para promover la beatificación de Juan Pablo II, aunque la prensa polaca, que en absoluto puede considerarse beligerante con el patriarca Wojtyla, ha aireado ciertos obstáculos acerca de la intermediación sobrenatural que sanó a la monja francesa.
El primero consiste en que el tribunal médico encargado de examinarla podría haber encontrado razones convencionales para explicar su recuperación parcial del Parkinson. El segundo radica en que Marie-Simon-Pierre ha tenido recientes y severas complicaciones de salud, aunque la diócesis de quien depende, ubicada en Aix-en-Provence (sureste de Francia), desmiente que la hermana haya recaído o atraviese por un periodo delicado.
Es una evidencia, en cambio, que se ha complicado el estudio del caso y que va a demorarse la beatificación del pontífice. Se trata del escalón previo e indispensable a la ulterior santificación, pero los vaivenes del "archivo Simon-Pierre" sobrentienden que no podrá complacerse el clamor del "santo súbito" a través del un "turboproceso".
La prueba está en que el Vaticano ya ha descartado proclamar la beatificación el próximo octubre. Se había manejado la fecha en cuestión para recordar el mes en que Karol Wojtyla se convirtió en Juan Pablo II. Ahora, en cambio, adquiere peso la hipótesis de abril de 2011. Exactamente un lustro después de haberse producido el acontecimiento de su muerte. O, incluso, posponerla sine die. Será la prueba del algodón de que el pontificado ratzingeriano pudo sobrevivir a los ataques de los "jabalís de la viña del Señor". Sólo, entonces, podrá empezar la reforma benedictina.
"La instrucción es muy complicada y debe hacerse con escrúpulo y rigor", puntualizaba monseñor Amato en nombre de la Congregación vaticana competente. "Hace falta reunir el parecer de los médicos, las pericias de los expertos, la opinión de los teólogos. También se requiere una reunión de los obispos y cardenales, aunque la última palabra corresponde a Benedicto XVI. No hay motivos para impacientarse ni para apresurarse".
No será por milagros. Si fallase el milagro de la monja francesa, no le faltarían recursos al Vaticano para reemprender la causa de la beatificación por otros caminos. De hecho, el cajón de los casos milagrosos alcanza la cifra de 251, pero es cierto que la designación de un nuevo milagro requeriría iniciar el proceso de nuevo e introducir una demora que aún llevaría más lejos el día de la beatificación wojtyliana.
Uno de los cardenales que mejor conoce el dossier de los milagros del Papa Wojtyla es el presidente emérito de la "fábrica de los santos", el portugués Saraiva Martins, que no duda en mojarse incluso respecto al número: "Existe una docena de curaciones milagrosas". Con casos procedentes de todo el mundo, pero especialmente de Polonia y de México. Algunos de ellos ya se han verificado en primera instancia en sus respectivas diócesis. ¿Por cuál se decantará el Vaticano? En Roma no se dejan cabos sueltos y se están activando varios posibles milagros a la vez.
En la carrera de "milagrados" en busca del honor de elevar a los altares al Papa Magno, que desde su mismo lecho de muerte la gente quiere "santo subito", no podía faltar un español. Se trata de Chema, un niño de cinco años, aquejado de hidrocefalia y con síndrome de Rassmussen. La enfermedad, de tipo autoinmune, provocaba que su propio cuerpo no reconociese a su cerebro y empezase a atacarlo. El hemisferio derecho de su cerebro se inflamó y comenzó a paralizarse el lado izquierdo del cuerpo.
A pesar de los cuidados médicos, el niño seguía empeorando y sus padres, Concepción e Ignacio, lo encomendaron al Papa Wojtyla. Mientras, los médicos les ofrecían la única solución que se conoce para atajar el síndrome de Rassmussen: extirpar parte de la mitad dañada del cerebro, es decir las zonas que controlan el aparato motor.
La operación ya estaba fijada, pero no hizo falta intervenirle. Un día después de que sus padres lo encomendasen al Papa, Chema comenzó a mover los brazos, después las piernas y, finalmente, se levantó. Los médicos del hospital del Niño Jesús de Madrid no daban crédito: la enfermedad había desaparecido. Su inexplicable curación podría ser la clave para beatificar a Juan Pablo II, el Papa enamorado de España, de la Virgen del Pilar y del Camino de Santiago.
Pero la elevación del Papa polaco a los altares no depende sólo de los milagros, sino también de su largo pontificado. De hecho, en torno a su eventual beatificación se está desarrollando en la Curia romana una lucha sin cuartel. Entre dos concepciones estratégicas de Iglesia. La vieja guardia curial pretende echar tierra encima a la suciedad eclesial de la época wojtyliana. Aducen que la Iglesia participaba, entonces, de la mentalidad general de la época y que, en cualquier caso, "una madre no está obligada a denunciar ni a testificar contra sus hijos, por muy malvados que sean" (Castrillón dixit).
Una mentalidad encubridora que explica pormenorizadamente a Il Foglio (un periódico italiano) un obispo que, según el rotativo, jugó un papel importante en el pontificado del Papa Wojtyla.
"Tiene razón Castrillón. En la Curia, todos estaban convencidos y, a mi juicio, lo siguen estando, de que la discreción es la mejor arma para afrontar los casos delicados. La justicia de la Iglesia se mueve en otro nivel diferente a la de la justicia ordinaria. Y no siempre se pueden compatibilizar los dos niveles. Más aún, en ciertos casos, conviene mantenerlos separados, incluso por el bien de las víctimas".
Y continúa el prelado: "A los periódicos les gustaría imponer una 'transparencia total'. Quieren obligar a la Iglesia a que denuncie ante las autoridades civiles cualquier delito que cometan sus sacerdotes. Y ésa es una exigencia con trampa. Porque presupone, sin probarlo, que hasta hoy la Iglesia ha actuado ocultando las cosas. Y, además, induce a confusión, porque sostiene que sólo las denuncias ante las autoridades civiles son el camino legítimo a través del cual la Iglesia tiene que tratar estos casos".
Esta exigencia, según el curial vaticano, "olvida que la Iglesia mantiene con sus sacerdotes una paternidad espiritual que ningún tribunal puede ofrecer. Está claro que, si un tribunal civil decide investigar a un sacerdote, nadie en la Iglesia lo va a obstaculizar. Pero, obligar a la Iglesia a denunciar a sus sacerdotes a los tribunales no tiene sentido. Es un derecho humano (y no eclesiástico) que un padre no denuncie a su hijo a la autoridad civil. Es un derecho que nadie puede negar".
Y ante la exigencia papal de que se denuncien los casos de abusos del clero a las autoridades civiles, el prelado replica: "Una cosa es pedir que se cumplan las leyes y otra, obligar a los obispos a denunciar. Esta obligación no se encuentra siquiera en muchas leyes civiles".
Afortunadamente, parece que, en la Iglesia, comienza a imponerse, por la vía de los hechos consumados, la teoría fiel a las exigencias del Papa Ratzinger. Como demuestra el caso del carmelita español denunciado por sus superiores a la justicia civil. El Papa barrendero de Dios, dispuesto a seguir su lema "cooperadores de la verdad" hasta el final. Como está escrito en el cuarto secreto de Fátima.