La mirada de la teóloga y autora, reciente premio Carisma, sobre la Vida consagrada y la misma vida Dolores Aleixandre: "La flauta del Evangelio siempre es sorprendente y hay que estar ágiles para seguir danzando"
A propósito del reciente premio Carisma con el que fue galardonada el pasado mes de diciembre, nos atrevimos a llamar a la puerta de Dolores Aleixandre
"Lo que desde unos años atrás nos ha pasado en la vida consagrada es que se nos ha mojado el almidón… Me parece que en la vida consagrada estamos faltos de endorfinas"
"La belleza de nuestra vida se esconde en la llamada absolutamente gratuita a vivir 'consagrados al Señor, primicias de su cosecha' (Jr 2,2) y en una relación apasionada con el Señor y su Reino. Eso no necesita almidones: se sostiene por sí mismo y emerge desde dentro"
"Nos falta más roce con gente laica de nuestra propia generación, conocer más de cerca situaciones de las que no tenemos ni idea y de las que habitualmente estamos a salvo"
"La fraternidad y sororidad inacabada que somos, necesita recuperar fluidez y naturalidad para hablar de las cosas de Dios"
"Nuestra mejor aportación sería la conciencia de que la semilla de igualdad entre hombres y mujeres fue sembrada por Jesús y nada puede ahogarla ni impedir su crecimiento. La propuesta revolucionaria de igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres no nace del feminismo, sino del Evangelio"
"La belleza de nuestra vida se esconde en la llamada absolutamente gratuita a vivir 'consagrados al Señor, primicias de su cosecha' (Jr 2,2) y en una relación apasionada con el Señor y su Reino. Eso no necesita almidones: se sostiene por sí mismo y emerge desde dentro"
"Nos falta más roce con gente laica de nuestra propia generación, conocer más de cerca situaciones de las que no tenemos ni idea y de las que habitualmente estamos a salvo"
"La fraternidad y sororidad inacabada que somos, necesita recuperar fluidez y naturalidad para hablar de las cosas de Dios"
"Nuestra mejor aportación sería la conciencia de que la semilla de igualdad entre hombres y mujeres fue sembrada por Jesús y nada puede ahogarla ni impedir su crecimiento. La propuesta revolucionaria de igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres no nace del feminismo, sino del Evangelio"
"La fraternidad y sororidad inacabada que somos, necesita recuperar fluidez y naturalidad para hablar de las cosas de Dios"
"Nuestra mejor aportación sería la conciencia de que la semilla de igualdad entre hombres y mujeres fue sembrada por Jesús y nada puede ahogarla ni impedir su crecimiento. La propuesta revolucionaria de igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres no nace del feminismo, sino del Evangelio"
| Ignacio Virgillito
(VR).- Poca presentación requiere Dolores, y todavía menos necesita entre los lectores de nuestra publicación. Lleva ocho años colaborando con nosotros, llenando su página de un dialecto hablado en un lenguaje de proximidad, buen humor y sensatez. Con todo, a propósito del reciente premio Carisma con el que fue galardonada el pasado mes de diciembre, nos atrevimos a llamar a su puerta. “La fraternidad y sororidad inacabada que somos, necesita recuperar fluidez y naturalidad para hablar de las cosas de Dios”.
- Dice un refrán popular que hay gente que se muere a los 70 años y la entierran a los 90. En estos últimos, la vida consagrada ha visto cómo le van cambiando el paisaje, en parte por un rápido desarrollo en la sociedad, pero también debido a que lo miembros de las comunidades van sumando edad y viendo cómo llega menos relevo generacional. ¿Cómo embarcarse en esta etapa del viaje sin sufrir tortícolis de tanto mirar atrás?
- Embarcados ya estamos, y de lo que se trata es de encarar de frente lo que está pasando en Europa y otros muchos lugares: disminuimos, envejecemos, cerramos de obras y comunidades. Un antiguo modo de ser y estar la vida consagrada en el mundo sufre una vertiginosa transformación y desaparece la figura histórica a la que estábamos acostumbrados.
“Esto es lo que hay” y no podemos cambiarlo. Lo único que está a nuestro alcance es la actitud con que encajemos la situación, y la sabiduría para centrarnos con determinación en vivir esto que toca con los ojos fijos en Jesús. Si de verdad estamos convencidos de que lo que importa es eso, nos asentaremos en un tipo de seguridad diferente que nos permitirá gestionar la situación de una manera valiente, sensata y serena.
Para no andarme por las ramas, esto es lo que vivo de cerca: cuando entré en mi congregación éramos 7.000 y ahora no llegamos a 2.000; de veinticinco provincias, hemos pasado a ocho, y en la mía la media de edad es de 80 años. Me puede afectar más o menos, pero no hay dato sociológico que tenga el poder de anular la afirmación de Jesús: “La alegría que yo os doy no os la puede quitar nadie”. A la sombra de esa convicción quiero sentarme, esos frutos quiero saborear, en estas ramas sé que anidan los pájaros.
Nunca habíamos necesitado con tanta urgencia participar de la mirada de Jesús sobre el mundo cuando afirmaba que “el Reino de Dios se ha acercado” (Mc 1,15). Dar crédito a ese anuncio que no ha caducado genera una confianza absoluta en la cercanía de Dios en nuestra historia y nos lleva a descubrir, más allá de sus aspectos sombríos, la fuerza de su presencia.
- ¿En qué ha cambiado a mejor la vida consagrada estos últimos años? ¿De qué recela la vida consagrada de estas latitudes, la que usted más conoce?
- Creo que hemos cambiado a mejor en muchas cosas. Un ejemplo claro son las relaciones entre congregaciones: han caído muchos prejuicios y distancias, y hoy fluye entre nosotros mucha más cercanía y apoyo.
En cuanto a recelos, creo que nos cuesta adaptarnos al descenso, y no nos gusta vernos menos influyentes y significativos. Nos resistimos al empobrecimiento y eso puede derivar en una especie de depresión corporativa que nos bloquee los proyectos y nos impida vivir felices y ser creativos. No le veo más salida sana que fiarnos perdidamente del Dios que está trabajando algo nuevo con nuestra pobreza e incluso con nuestra pérdida, y aceptar ser en la Iglesia portadores de las marcas de Jesús, una realidad débil, siempre frágil y nunca acabada.
Pero eso hay que verbalizarlo y superar cierta atrofia a la hora de conversar en profundidad, de hablar de lo que nos pasa, lo que nos preocupa, qué preguntas y deseos tenemos, porque eso nos hace sentirnos partícipes de un destino común. Estamos un poco “despalabrados” y esta fraternidad/sororidad inacabada que somos, necesita recuperar fluidez y naturalidad para hablar de las cosas de Dios.
- ¿Qué figuras bíblicas pueden iluminar la vida consagrada actual?
- Me atraen mucho aquellos amigos del paralítico que lo descolgaron por el tejado “llevándolo entre cuatro” (Mc 2,1-7). Querían ayudar a aquel hombre que deseaba estar cerca de Jesús, pero como eran conscientes de que de uno en uno no podían se pusieron en modo sinergia (intercongregacional, en lenguaje de hoy…) y el que salió ganando fue el paralítico.
Otros personajes/icono son los niños que jugaban en la plaza (Mt 11,16-20). A los que llegamos a la vida consagrada en tiempos de crecimiento y expansión, nos tocó “danzar” de una manera y ahora nos toca “danzar” de otra. La flauta del Evangelio siempre es sorprendente y hay que estar ágiles para seguir danzando. Estupenda terapia, diría un geriatra.
El hijo menor de la parábola volvió a la casa de su padre gracias a que “entró en sí”. Nos cercan muchos peligros de dispersión, distracción y prisas y ese “entrar dentro de nosotros” está amenazado. Qué bien lo expresa Etty Hillesum: “Recogerse en sí mismo. Quizá sea ésta la expresión más clara de mi sentimiento de la vida: me recojo en mí misma. Y a este “mí misma”, a este nivel de mi ser, el más profundo y el más rico de todos y en el que me recojo, yo le llamo Dios”.
- ¿Qué peligros y oportunidades detecta en ir envejeciendo? ¿Cómo vive usted esta etapa de la vida?
- No me siento libre de ninguna de las aprensiones y temores asociados a la vejez: miedo al deterioro de la salud, a la pérdida de la autonomía, a la dependencia, a la inactividad, a la ausencia de expectativas y proyectos. A ratos me estremece la fugacidad del tiempo y la proximidad de la muerte y, como a tanta gente mayor, me acecha una banda sonora cacofónica tipo: “eso son cosas de cuando eras joven…”, “ya estoy demasiado mayor para…”, “con mis años, como quieres que…”, “ahora busco tranquilidad y que me dejen en paz…”
Son pensamientos tóxicos que detienen el desplegarse de nuestra vida y nos anquilosan los deseos. “No está aún el amor para salir de razón -decía Teresa de Jesús-; más querría yo que la tuviéramos para no contentarnos con esa manera de servir a Dios, siempre a un paso”. “No contentarnos”, no ponernos techo, no apoltronarnos en la instalada comodidad del “total, ya para qué…”, dejar de usar los muchos años como pretexto.
Estoy convencida de que el Evangelio posee un potencial poderoso capaz de ensanchar nuestras estrechas perspectivas y convocarnos a un esplendor compatible con lo que Pablo llamaba con realismo el "desmoronamiento del hombre exterior" (2 Cor 4,16). Eso quiere decir que hay posibilidad de vida en abundancia también en la vejez.
El personaje de Nicodemo me transmite una convicción esperanzadora: para lo más importante, aún estoy a tiempo. Me anima recordar su proceso tan lento y renqueante: fue a ver a Jesús de noche, no entendió nada de aquello de “nacer de nuevo” y no se atrevió después a defenderle ante el sanedrín, pero reapareció al final junto a la cruz con una cantidad desorbitada de perfume. Lo que Jesús no había conseguido de él en vida, lo consiguió en su muerte, y solo entonces ejerció sobre él la fuerza de su atracción: “Cuando sea levantado en alto, lo atraeré todo hacia mí” (Jn 12,32).
Qué suerte la de Nicodemo al recibir esa última convocatoria que le permitió llegar a tiempo para “nacer de nuevo”, precisamente entonces y allí. Su retraso y su perfume tienen algo de repesca para torpes y son como un aroma persistente que me recuerda: “Aún estás a tiempo de dejarte atraer”. Y qué otra cosa voy a desear más en este momento de mi vida.
- Se dice que nacemos débiles y envejecemos débiles, pero en el medio, entre una etapa y otra, disimulamos la debilidad. Si trasladamos este razonamiento a la vida consagrada ¿cuáles cree que son las debilidades que esta época está dejando ver? Y mirándolo desde el ángulo opuesto, ¿puede presumir de fortalezas?
- Durante unos cuantos años yo he llevado una toca almidonada, como de campesina borgoñona del s. XVIII y, como te cayera un chaparrón, la tela perdía el almidón y se arrugaba. Lo que desde unos años atrás nos ha pasado en la vida consagrada es que se nos ha mojado el almidón, han desaparecido costumbres y normas que la volvían rígida y acartonada y se le han desplomado algunos apoyos que la sostenían. Ahora nos vemos -y nos ven- mucho más al natural, tal como somos, con nuestras carencias y fragilidades. Ojalá dejemos presentir también eso que Juvenal, un poeta romano del s. II llamaba kalos kindynos, una suerte maravillosa. Precioso calificativo para hablar de nuestra vida cuya belleza se esconde en la llamada absolutamente gratuita a vivir “consagrados al Señor, primicias de su cosecha” (Jr 2,2) y en una relación apasionada con el Señor y su Reino. Eso no necesita almidones: se sostiene por sí mismo y emerge desde dentro.
Me parece que en la vida consagrada estamos faltos de endorfinas. Una neuróloga amiga me ha explicado que las endorfinas son un tipo de hormonas producidas en ciertas zonas del cerebro y que están en relación con sensaciones de felicidad, amor o alegría. Me he acordado de algo que le oí decir a Fernando Vidal, sociólogo de Comillas: “Os veo como un colectivo un poco amuermado”. Posiblemente parte de esa atonía y falta de vibración se debe a que muchos somos mayores y no tenemos los mismos ímpetus y entusiasmos de cuando éramos jóvenes. Pero sería preocupante si su causa fuera la falta de conexión con nuestra Fuente, que es la que genera otro tipo de endorfinas.
- ¿Qué es lo que más agradece del camino que ha vivido como consagrada? ¿Le ha faltado algún sueño por cumplir?
-Agradezco enormemente la confianza que he recibido por parte de mi congregación: se han fiado de mí y, usando la imagen de José Antonio García SJ, han “soplado sobre mis dones”, y no sobre “mis cenizas”. Me han animado a desplegarme, a estudiar filología bíblica y teología, a participar durante cinco años en una comunidad intercongregacional en un proyecto de Cáritas, me han confiado tareas internas en el área de espiritualidad.
En cuanto al sueño por cumplir, diré que hay uno que no voy a poder realizar y bien que lo siento: vivir en más vecindad con personas en exclusión, participar, aunque sea un poquito, de eso que he vivido cuando he estado ahí: vida sencilla, contacto con los niveles básicos de la existencia, reciprocidad, asombro al conocer hombres y mujeres con tanta resistencia y coraje.
- Usted, que ha gastado su vida regalando palabras, ¿qué voces considera que nos faltan por escuchar, si es que nos faltara alguna?
- Nos falta más roce con gente laica de nuestra propia generación, conocer más de cerca situaciones de las que no tenemos ni idea y de las que habitualmente estamos a salvo. Escuchar la preocupación de tantos mayores por quién los va a cuidar o dónde van a vivir, hace que “se nos pegue la lengua al paladar” antes de quejarnos de algo. O la imposibilidad de muchos de acceder a una vivienda, en contraste con la amplitud de nuestros espacios. Y que, mientras nosotros vivimos con holgura, muchas familias apenas pueden llegar a fin de mes, calentar sus casas en invierno o irse de vacaciones. La proximidad de la gente y la escucha de sus problemas nos rompe la burbuja en la que a veces nos instalamos.
- Su recorrido ha pasado por diferentes ámbitos (pastorales, universitarios, editoriales…) durante distintos años. A su juicio, ¿es posible identificar algún denominador común que aglutine las aportaciones de la mujer consagrada a la Iglesia?
- Nuestra mejor aportación sería la conciencia de que la semilla de igualdad entre hombres y mujeres fue sembrada por Jesús y nada puede ahogarla ni impedir su crecimiento. La propuesta revolucionaria de igualdad y reciprocidad entre hombres y mujeres no nace del feminismo, sino del Evangelio. Y desde ahí tiene sentido el empeño por conseguir que cada vez más mujeres tengan acceso a una vida buena y alcancen los mismos derechos no tanto por decreto, cuanto por acuerdo y por interés común.
Y no olvidar esta constatación: las mujeres de condición enfurruñada, irritación crónica y cero sentido del humor, dañan a la causa.
- Si tuviera que dejar un único mensaje a los jóvenes que abrazan en este tiempo la vida consagrada, después de la suya, que está siendo una vida entera caminando en la senda de esta vocación, ¿cuál sería?
- Con lenguaje del Deuteronomio les diría: “Graba en tu corazón el nombre de Jesús, recuérdalo en la comunidad o en el trabajo, en la oración y en el descanso, cuando estudies o cuando escuches música. Pégate a él cuando estés animoso o decaído, seguro o perplejo, firme o frágil. Átalo a tu muñeca como un signo, escríbelo como un tatuaje en la palma de tu mano o una señal en tu frente. Solo por él tiene sentido que emprendas esta aventura incomprensible de la vida consagrada que has cometido la locura de abrazar.”
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