Las huellas de Miquel Barbarà, un hombre clave en la Iglesia de Tarragona que podría haber sido obispo
La muerte de Miquel Barbarà ha sacudido, no sólo a la Iglesia tarraconense sino también los ambientes culturales y patrimoniales que frecuentó hasta los últimos meses de su vida
El filósofo y amigo del sacerdote, Lluís Maria Moncunill; la escritora tarraconense y amiga desde la infancia, Olga Xirinacs; su compañero de promoción, el sacerdote Francesc Manresa; y la periodista Cinta S. Bellmunt, quien le acompañó en su libro de vivencias, expresan el vacío dejado este pasado lunes por Miquel Barbarà
Un hombre que tuvo importantes cargos y pudo ser obispo, pero que, por su talante "abierto, atrevido, dialogante, tolerante, moderno…", los intentos por promocionarlo se bloqueaban, en un momento en el que el presidente de la Conferencia Episcopal Española era el cardenal Antonio María Rouco
Bellmunt: "Barbarà no dejó de ser él mismo en ningún momento de su vida"
(FLAMA).- La larguísima huella que dejó Miquel Barbarà en Tarragona al jubilarse —durante el pontificado del arzobispo Jaume Pujol— y, por consiguiente, en el resto de Cataluña, ha sacudido, a raíz de su muerte, no sólo a la Iglesia tarraconense, donde tuvo cargos relevantes desde la década de 1960, sino también los ambientes culturales y patrimoniales que frecuentó hasta los últimos meses de su vida. “La última imagen que tengo de él es, en la catedral, acercándose al altar para comulgar vestido de seglar, con la estola”, rememora un amigo de Barbarà, el filólogo Lluís Maria Moncunill, quien pone en relieve la “imagen impactante de un hombre que llegaba a la plenitud vital, pero que lo hacía también marcado por una definición de pobreza“.
Quien ha conocido de cerca esta última fase vital de Barbarà es la escritora tarraconense Olga Xirinacs, con quien este hombre de Iglesia compartió amistad desde su juventud y con quien le unía una profunda atracción por la música clásica. “Últimamente, como nos suele ocurrir a los que estamos más cerca del final, vivía con esta percepción de soledad y de desengaño por una Iglesia que se queda sola”, sostiene.
Aunque Miquel Barbarà mantuvo hasta el último aliento un “vínculo muy fuerte” con los ambientes religiosos y musicales tarraconenses, Moncunill precisa que “esa sensación de hombre que pudo llegar mucho más lejos en la escala eclesial tarraconense fue llevada con serenidad y dignidad por Barbarà”, teniendo en cuenta que, como dice, al terminar su trayecto como persona de confianza de cinco obispos "quedó asfixiado". “Aquello fue un salto doloroso —mantiene— para un hombre que ejercía un poder del que nunca abusó”.
"Es cierto que estos últimos años se sentía solo", explica otro amigo de Barbarà y compañero de promoción en el Seminario Conciliar Pontificio de Tarragona, el sacerdote Francesc Manresa, que justifica esta observación remarcando que "Miquel Barbarà se encontraba en una situación similar a la que nos encontramos todos y todas —continúa este presbítero— cuando, en el opúsculo de la vida, perdemos facultades y no nos tienen muy en cuenta, si bien él fue purificando y fue muy consciente de la gloria que Dios ya le tenía preparada”.
Tuvo logros como el de haber logrado cargos como el de secretario general adjunto del Concilio Provincial Tarraconense, durante 1995, y el título de protonotario apostólico supranumerario, concedido por Benedicto XVI. Sin embargo, entre ellos no figuró una elevación al episcopado tarraconense que se resistió en su recorrido: “Miquel Barbarà será el obispo sin mitra que, por su carácter demasiado bueno y por su talante progresista, se encontró con la negativa de ser nombrado pastor de la Iglesia tarraconense”, admite el sacerdote. “El obispo Torrella me aseguró —reconoce, por su parte, Lluís Moncunill— que le propuso para relevarle, pero hubo ciertos obstáculos para que esto no fuera así, en aquellos tiempos en los que el presidente de la Conferencia Episcopal Española era el cardenal Antonio María Rouco“.
"Los intentos por promocionarlo se bloqueaban", insiste el filólogo. Pero esta situación no fue ningún obstáculo para que el eclesiástico nacido en Almoster, en el Baix Camp, cuando hacía dos meses que había terminado la Guerra Civil hiciera valer “una formación abierta en múltiples campos, desde el sociológico hasta el organístico”, como apunta Manresa, y una actitud a partir de la cual la opción de vivir con felicidad se conseguía, añade el sacerdote, “después de mantener conversaciones sobre el ambiente y la vida de pueblo“, una de sus principales pasiones. "Siempre he admirado su capacidad de reflexión sincera, y también el carácter glorioso de sus composiciones musicales, las cuales transportan a la Iglesia triunfante", asevera Moncunill.
"Nos deja un hombre con ganas de transformar la Iglesia"
“Con Miquel Barbarà se marcha un hombre de talante abierto, atrevido, dialogante, tolerante, moderno, progresista, reivindicativo y con ganas de avanzar y transformar situaciones a las que la Iglesia debe seguir dando respuesta, como el papel de la mujer en su estructura interna”. Así es como define el vacío dejado este pasado lunes por Miquel Barbarà a raíz de su muerte la periodista Cinta S. Bellmunt, quien acompañó a Barbarà en la publicación del libro Petjades tarragonines a Catalunya. Vivències de monsenyor Miquel Barbarà i Anglès, en 2014.
“Su historia debía convertirse en libro, ya que vivió muchos episodios importantes de la historia de Cataluña, como el regreso de Josep Tarradellas del exilio”, puntualiza Bellmunt, para quien Barbarà no dejó de ser él mismo en ningún momento de su vida.