La existencia apasionada del joven Jesús, camino de vida
Estamos en plena semana santa. En donde hacemos memoria del camino de la persona más significativa de la historia, Jesús de Nazaret, en su servicio y entrega por el Reino de Dios que nos trae: el amor, la paz, la justicia con los pobres de la tierra y la vida (digna, realizada y plena-eterna); con su salvación liberadora de todo mal, pecado, muerte e injusticia. Ese joven que es Jesús con su Pascua, el Cristo Crucificado-Resucitado por el Reino y su justicia, nos revela al Dios y ser humano más verdadero.
Tal como nos enseñan los Obispos con el papa Francisco, en su último magisterio sobre los jóvenes, Jesús nos “manifiesta una profunda compasión por los más débiles, especialmente los pobres, los enfermos, los pecadores y los excluidos. Tuvo la valentía de enfrentarse a las autoridades religiosas y políticas de su tiempo. Vivió la experiencia de sentirse incomprendido y descartado, sintió miedo del sufrimiento y conoció la fragilidad de la pasión; dirigió su mirada al futuro abandonándose en las manos seguras del Padre y a la fuerza del Espíritu. En Jesús todos los jóvenes pueden reconocerse»” (CV 31).
Es por ello, nos sigue transmitiendo el Vaticano II, que Jesús “sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que el mundo echa sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia. Constituido Señor por su resurrección, a Cristo le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra”. De ahí que, siguiendo a Jesús, “la Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26)” (LG 8).
Efectivamente, como continua mostrando Francisco en dicha enseñanza sobre los jóvenes, Jesús fue un joven apasionado por el Reino de Dios y su justicia que gratuita e incondicionalmente nos ama, salva y libera de toda esclavitud, opresión, deshumanización, alienación y muerte. “Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta” (CV 116). El Dios manifestado en Jesús Crucificado-Resucitado es la entraña y modelo inspirador para toda persona, joven y creyente que, frente a toda pasividad y conformismo, quiera entregar su vida al servicio de la promoción de la vida, la solidaridad, la dignidad, la paz y equidad con los pobres como sujetos de la misión y del auténtico desarrollo humano, liberador e integral.
Somos “amados por el Señor, nos sigue diciendo Francisco, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo!... queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús»” (CV 122)
El Don de Jesús Crucificado-Resucitado, El Espíritu y su Gracia que hace verdaderamente libre, nos habita, anima e impulsa a continuar con el seguimiento de Jesús en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia con los pobres. “Este amor a Dios que toma con pasión toda la vida es posible gracias al Espíritu Santo, porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5)” (CV 132). Es la existencia espiritual en la presencia y encuentro con Jesús que nos da vida, la mística en comunión con el Dios que se revela en Cristo. Y que nos lleva a la auténtica libertad con el amor y pobreza fraterna en solidaridad de vida, de bienes y acción por la justicia con los pobres; nos libera del pecado del egoísmo y sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder, de la violencia, del consumismo y tener que se imponen sobre el ser persona y seguidor de Jesús.
“Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos. Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las formas de muerte y de violencia que acechan en el camino” (CV 127). La pasión joven y pascual de Cristo Crucificado-Resucitado, en su Espíritu, visibiliza esperanzada y finalmente como la entrega solidaria de la existencia por el Reino de Dios y su vida, paz y justicia con los pobres: vence definitivamente al mal, muerte e injusticia. La pasión de Jesús Crucificado, el joven apasionado, es el camino para el logro de la verdadera juventud, alegría, felicidad y vida que culmina en la belleza de la eternidad.
“Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con «dolores de parto» (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de la vida que vale la pena” (CV 32). Todo este servicio, amor y entrega de Jesús por el Reino de Dios y su justicia con los pobres, que nos trae la salvación liberadora, es lo que celebramos en la eucaristía, en el jueves santo, día tan señalado de la caridad fraterna.