Miren Gerrikagoitia se siente afortunada “por haber conocido y querido a Rutilio” Los Gerrikagoitia-Serrano, la familia adoptiva española del mártir Rutilio Grande
Con la familia Gerrikagoitia vivió en la casa que tenían en la calle bilbaína General Concha y en la casa de verano que disfrutaban en Sanfelices, un pueblo de la provincia de Burgos, cercano a Oña
En Oña, Rutilio se ordenó sacerdote el 30 de julio de 1959, apadrinado por sus padres adoptivos, y después celebró su primera misa en Sanfelices
Miren se siente afortunada “por haber conocido y querido a Rutilio”, al que define como “un hombre suave, dulce, cercano, diferente, que se hacía querer y, además, era guapo”
Su martirio es reconocido y premiado con los altares, de la mano de Francisco. Un Papa que, como dice Miren, “va por el camino de Jesús”
Miren se siente afortunada “por haber conocido y querido a Rutilio”, al que define como “un hombre suave, dulce, cercano, diferente, que se hacía querer y, además, era guapo”
Su martirio es reconocido y premiado con los altares, de la mano de Francisco. Un Papa que, como dice Miren, “va por el camino de Jesús”
El 22 de enero, frente a la catedral metropolitana, en la Plaza del Divino Salvador del Mundo de San Salvador, el mismo escenario que acogió la misa de canonización de monseñor Romero, la Iglesia elevará a los altares al sacerdote jesuita salvadoreño Rutilio Grande, sus dos compañeros laicos, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, y el fraile Cosme Spessotto. Lo que pocos saben es que el nuevo beato jesuita tuvo en España una familia de adopción: los Gerrikagoitia-Serrano de Bilbao.
Rutilio perdió a sus padres cuando era muy pequeño y, quizás por eso, cuando vino a España, concretamente a Oña (Burgos), a estudiar Teología y ordenarse sacerdote jesuita, encontró una familia de adopción en Bilbao y consideró a José María y Consuelo sus nuevos padres, a los que cariñosamente llamaba en vasco 'aitatxo' y 'amatxo'. Lo recuerda perfectamente una de las hijas de la familia, Miren Gerrikagoitia, que lo trataba como “un hermano más”.
La relación con la familia surgió a través del hermano mayor, José Mari Gerrikagoitia, que estuvo unos años con los jesuitas de El Salvador, donde conoció a Rutilio y trabó amistad con él. Por eso, cuando Rutilio tiene que venirse a España a cursar la Teología al seminario de los jesuitas de Oña, es acogido es su casa como uno más.
Con la familia Gerrikagoitia vivió en la casa que tenían en la calle bilbaína General Concha y en la casa de verano que disfrutaban en Sanfelices, un pueblo de la provincia de Burgos, cercano a Oña. Fue precisamente en Oña, donde Rutilio se ordenó sacerdote el 30 de julio de 1959, apadrinado por sus padres adoptivos, y después celebró su primera misa en Sanfelices.
Como recuerda Miren, que entonces tenía 26 años, “su primera misa en Sanfelices fue todo un acontecimiento, con todo el pueblo, las autoridades, mis padres de padrinos de honor y todos los hermanos juntos. Y, después, el banquete por todo lo alto en casa con la familia, los amigos y los invitados”.
Tan grabado se le quedó el acontecimiento a Miren que todavía recuerda incluso el regalo de ordenación que sus padres le hicieron a Rutilio. Mi padre, “una flamante máquina de afeitar eléctrica, de aquellas que causaban furor en aquellos años” en la España que pasaba de la maquinilla a la afeitadora eléctrica. “Y mi madre, una muda completa”.
Una vez ordenado sacerdote, Rutilio regresó a su país, pero nunca perdió el contacto con su familia española. De hecho, Miren conserva una carta que Rutilio le escribió a sus padres el 17 de julio de 1972, que rezuma nostalgia y confianza y que comienza con un “mis queridos y siempre recordados Aitatxus”.
En ella, con su delicadeza habitual, Rutilio dice: “Sigilosamente, de puntillas y con gran timidez, quiero hoy entrar suavemente en el tercero derecha del número 48 de General Concha, algo así como el perro con la cola entre las patas, cuando algo ha sucedido...”
Y reconoce con nostalgia: “La cartita de aita de fecha 4 de julio me trajo aire fresco y oxigenante...Fue como si se abriera de pronto un ventanal agradabilísimo hacia un paisaje lejano y encantador, el vivido con ustedes en otros tiempos. De pronto, todos aquellos recuerdos de antaño han comenzado a cobrar vida, y las palabras escritas por aita me parecía que las estaba escuchando, con el acento de su voz un poco socarrona y su cara expresiva”.
Y, a continuación, les relata su periplo vital en Roma y El Salvador, “desde el año 1965 (enero), en que los vi por última vez, cuando pasé por Bilbao procedente de Roma y ya con dirección hacia El Salvador”.
Primero, sus cinco años de “superior inmediato” de los seminaristas mayores y filósofos del seminario central de San José, donde comenzó a entablar relación con el “clero joven e inquieto” y más comprometido “de nuestro país, en el que una minoría feudal lo tiene todo, mientras la gran mayoría está en condiciones lamentables de opresión y coloniaje”.
Cada vez más comprometido, Rutilio cuenta que redactó un manifiesto, dirigió un retiro a todo el clero de la archidiócesis y predicó en la catedral, “en la fiesta patronal de la República, ante el episcopado y ante el Gobierno en pleno. Fui explícito y claro”.
Como él mismo reconoce “todos estos acontecimientos me fueron colocando en la punta de lanza de una serie de situaciones que se fueron sucediendo”. Primero, los obispos que eran amigos suyos “mientras era agua mansa”, después se dividen en dos bandos, “unos a favor y otros decididamente en contra”. La Compañía, siempre prudente, “presentó otro candidato, gran amigo mío por cierto” y Rutilio decidió salir del seminario, para aterrizar “en un colegio de la alta burguesía del país”, donde sólo pasó 9 meses, para pedir su traslado a Quito, “buscando dentro de mi vocación general a la vida religiosa, mi propia vocación específica”.
Desde Quito les escribe a los Gerrikagotia y ya les anuncia en su carta que, terminado el curo en la capital ecuatoriana, su decisión está tomada: “Trabajar con otros compañeros jesuitas en una zona marginada de San Salvador, en la línea de la concientización cristiana, para una promoción integral de la comunidad que elijamos”. Y es que, como él mismo confiesa, “cada vez más, siento que el Señor me llama a un compromiso sincero y sin temor a los riesgos”. Y se despide con “abrazos para todos y con el afecto de siempre”.
Y Rutilio se fue a la zona marginada de los Aguilares y comenzó su labor de concienciación, que pronto le colocó en la diana de las fuerzas represoras. El 12 de marzo de 1977 fue asesinado, con el catequista Manuel Solórzano y el joven Nelson Rutilio, cuando se dirigían a El Paisnal. En el camino, sufrieron una emboscada y su coche fue ametrallado brutalmente.
Miren trabajaba, en aquel entonces, como asistente social en Ermua: “Oi la noticia por la radio e, inmediatamente llamé a Jon Sobrino, que me lo confirmó. Nos quedamos todos desolados en la familia y con una gran pena. En aquel momento no pude ir a El Salvador, pero fui años más tarde y visité el sitio donde lo mataron”. Allí, Miren sintió que “Rutilio estaba vivo” y que la gente ya acudía a él como a un santo, aunque todavía no lo fuese.
Ahora, Miren se siente afortunada “por haber conocido y querido a Rutilio”, al que define como “un hombre suave, dulce, cercano, diferente, que se hacía querer y, además, era guapo”. El que vayan a hacerle beato, a Miren le parece que es “una decisión que le hace justicia”. Por eso, Miren dice que lleva años rezándole al 'hermano' adoptivo, que tanto marcó su vida.
De hecho, Miren forma parte de la Comunidad Fe y Justicia, que se define así: “Una comunidad cuyos miembros queremos vivir uniendo contemplación y acción, espiritualidad y compromiso, oración y política, o como el propio nombre indica, la fe y la justicia”. Por esos mismos ideales Rutilio fue asesinado y, ahora, por fin, su martirio es reconocido y premiado con los altares, de la mano de Francisco. Un Papa que, como dice Miren, “va por el camino de Jesús”.
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