La “fraternidad” nace del Sacramento del Orden, no del celibato El celibato obligatorio para el ministerio rompe la “íntima fraternidad sacramental”
Discurso del Papa Francisco sobre el sacerdocio (5)
| Rufo González
La “cercanía entre los sacerdotes” la trató el Vaticano II como “íntima fraternidad sacramental", por originarse en el sacramento que consagra al cuidado de la comunidad eclesial. He releído este texto conciliar. Destaca modalidades de presbíteros por “oficios o funciones”: “ministerio parroquial o interparroquial”, “investigación o enseñanza”, “trabajadores con sus manos participando de la suerte de los mismos obreros”, “otras obras apostólicas o en orden al apostolado”. “Ejercen un único ministerio sacerdotal... Todos conspiran ciertamente a una cosa: a la edificación del Cuerpo de Cristo, que, sobre todo en nuestros tiempos exige múltiples trabajos y nuevas adaptaciones”(PO 8).
Falta la modalidad de sacerdotes casados, miembros también de la “íntima fraternidad sacramental”. El mismo Decreto conciliar afirma la existencia de “presbíteros casados muy meritorios en la Iglesia oriental” (PO 16). Tampoco el papa Francisco los menciona, aunque no los excluye. Guarda silencio. No escucha el clamor de cientos de sacerdotes casados y sus asociaciones. Las llamadas “columnas constitutivas de la vida sacerdotal”, igual que la “íntima fraternidad sacramental”, afectan a todos los sacerdotes de la Iglesia católica, casados y célibes. En Oriente y Occidente hay presbíteros casados reconocidos y marginados por la ley. La “fraternidad” nace del Sacramento del Orden, no del celibato.
El Papa recuerda un principio básico: “la fraternidad es escoger deliberadamente ser santos con los demás y no en soledad”. Es principio general de la Iglesia: “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente (`singulatim´: en singular), sin conexión alguna de unos con otros, sino constituir un pueblo, que le conociera en la verdad y le sirviera santamente” (LG 9). Todos estamos llamados a vivir la fraternidad fundamental, derivada del bautismo. Varían los lazos según tareas y situaciones.
“Las características de la fraternidad son las del amor (1Cor, 13)”. Aplicables a todos los cristianos y sus agrupaciones. “Paciencia” es cargar con los hermanos, alejando la “indiferencia”, la “soledad”, el “juicio”, la “envidia”, el “presumir, pavonearse, falta de respeto”. “Misericordia” es “la mejor buena noticia” de la fraternidad. “No buscar el propio interés, no dejar espacio a la ira, al resentimiento”. “Olvidar el mal, no convertirlo en el único criterio de juicio... Complacerse en la verdad. Considerar pecado grave ir... contra la dignidad de los hermanos con calumnias, maledicencias...”.
El amor fraterno no es “una utopía, ni “lugar común” para suscitar bellos sentimientos o palabras de circunstancias”... Es “la gran profecía” en esta sociedad del descarte... Es una palestra del espíritu donde nos confrontamos con nosotros mismos y tenemos el termómetro de nuestra vida espiritual. Hoy la profecía de la fraternidad sigue viva y necesita anunciadores; necesita personas que conscientes de sus límites y de las dificultades que se presentan se dejen tocar, cuestionar y movilizar por las palabras del Señor: «Todos conocerán que son mis discípulos si se aman unos a otros» (Jn 13,35)....
“El amor fraterno para los presbíteros no queda encerrado en un pequeño grupo, sino que se declina como caridad pastoral (Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 23), que impulsa a vivirlo concretamente en la misión... Quien vive con el síndrome de Caín, con la convicción de que no puede amar porque siente siempre no haber sido amado, valorizado, tenido en la justa consideración, al final vive siempre como un vagabundo, sin sentirse nunca a casa, más expuesto al mal, a hacerse daño y hacer daño...”
El último párrafo alude al celibato: Donde hay fraternidad y lazos de amistad, se posibilita vivir más serenamente el celibato. Don que la Iglesia latina custodia. Requiere relaciones sanas, estima, bondad. “Sin amigos y sin oración el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti testimonio... del sacerdocio”. Es evidente que el celibato no es una de estas “columnas constitutivas de nuestra vida sacerdotal”. También la fraternidad posibilita “vivir con más serenidad la elección del matrimonio”. Es lo que vienen haciendo los sacerdotes casados de toda la Iglesia. Así lo refleja Moceop en sus “Aportaciones al Sínodo”: “En Moceop nos íbamos encontrando en reuniones y convivencias... creando lugares y espacios de comunidad y familia y madurando una realización personal y un compromiso profético eclesial de crítica constructiva, mezclada de utopía... La acogida cálida y el acompañamiento a parejas y familias... fue otra apuesta cuidada y mantenida. Ayudados por teólogos, biblistas, espiritualistas, reflexionamos primero sobre el celibato obligatorio, analizado e interiorizado como una ley injusta, con lo cual cuestionábamos lo establecido y, además lo declarábamos públicamente. Suponía situarnos en una cierta marginalidad institucional. Valorando el celibato como carisma, nos parecía que no se podía prohibir el amor a ningún ser humano...” (07.04.2022. “Tiempo de hablar. Tiempo de actuar”, publicará el texto completo próximamente).
La afirmación: “el celibato es un don que la Iglesia latina custodia”, es imprecisa por aparente exclusividad. La Iglesia latina “custodia” el celibato “obligatorio” para obispos y presbíteros. La Oriental para obispos. Otras Iglesias custodian el celibato “opcional” para todos. Actitud esta más conforme con el Evangelio y con la conciencia actual sobre derechos humanos. El celibato obligatorio para cualquier ministerio atenta contra un derecho humano “universal e inviolable”, reconocido en el Vaticano II (GS 26).
El celibato obligatorio para el ministerio rompe la “íntima fraternidad sacramental” de la Ordenación. Debían los obispos leer las “historias de fe y ternura” de más de veinte sacerdotes, en el libro “Curas casados” (Moceop. Albacete 2006), para ser conscientes de la quiebra de la fraternidad sacerdotal. San Pablo VI quiso evitarla: “Estamos seguros, venerables hermanos, de que no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el éxito de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros” (Sacerd. Caelib. 95).
El sacramento del Orden no celebra bodas de plata ni de oro. Es el celibato. Es un claro ejemplo de la ruptura de la “íntima fraternidad sacramental” por una ley inhumana. Sacerdotes célibes, aunque no ejerzan, son invitados a la celebración. Los casados son excluidos, permaneciendo el Sacramento, origen y fundamento de la fraternidad.
Botón de muestra: testimonio de un sacerdote casado: “El trato recibido es vejatorio, empezando por los procedimientos humillantes en los trámites para la secularización. Nada importa la experiencia, la preparación, los años de dedicación, ni siquiera la disponibilidad explícita... Se los tolera en la comunidad, pero según la práctica vigente, se los discrimina.... No podrán, salvo la benevolencia de algún Ordinario, ni dar clases de religión... Traidores, renegados, otros Judas... Hay que oírlo cuando cae sobre uno para darse cuenta de su peso brutal... Con todo y con ser tantos, el silencio es clamoroso. Compañeros con los que habíamos trabajado toda la vida, ¿qué digo?, hermanos con los que habíamos convivido durante tantos años. No existen. Sin más. Son una vergüenza pública de la que no se habla para que no cunda el (mal) ejemplo. Para mí este silencio es el auténtico escándalo” (O.c pág, 169-182. J. Barreto Betancort: Cartas a sus obispos).