Comentario a la lectura evangélica (Marcos 10, 35-45) del XXIXº Domingo del Tiempo Ordinario "¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué queréis que haga por vosotros?"

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"Es curioso: nosotros nos peleamos y despotricamos por las migajas de la popularidad, Dios, en cambio, se rebaja"

"Habló de la muerte y de la cruz, pero también de su opción decidida y obstinada de seguir adelante"

"Habrá gloria, pero después de pasar por el valle de las lágrimas de la muerte"

"No demandas de visibilidad y reconocimiento. No la lógica corporativa. No la lógica de este mundo. No así. Así no"

Jesús baja hacia Jericó.

Han pasado algunos días desde la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo.

Y el lector del Evangelio de Marcos tiene ahora, por fin, una respuesta a su pregunta sobre la verdadera identidad de Jesús.

 El Cristo.

Ahora, desde el punto más septentrional de Israel, Jesús desciende hacia el sur, incluso físicamente.

Sigue el camino del Jordán que se hunde en la falla hasta llegar a Jericó, a casi trescientos metros bajo el nivel del mar. Es la imagen plástica de lo que Jesús, reconocido como Cristo, dijo de sí mismo: vino a compartir, a hacerse pobre entre los pobres, último entre los últimos.

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Una kenosis, un expolio, una aniquilación.

Es curioso: nosotros nos peleamos y despotricamos por las migajas de la popularidad, Dios, en cambio, se rebaja.

Y al bajar, Marcos plantea al lector una segunda pregunta: ¿quién es capaz de seguir a este Maestro? ¿Quién es el verdadero discípulo?

No el joven rico, demasiado apegado a sus posesiones y a su brillante vida interior.

Ni los apóstoles.

¿Qué quieres que haga por ti?

¿Qué queréis que haga por vosotros?

Jesús responde a la petición de Santiago y Juan. A destiempo, además.

Le llaman Maestro, como el joven rico. Reconocen en él a un rabino.

Pero le adulan, como a los niños. Tiene que decir que sí a pesar de todo, incluso antes de saber lo que le van a pedir. Es la típica actitud chantajista de quienes exigen una confianza incondicional.

Si confías en mí, si me quieres, si me respetas, debes decir que sí a lo que te voy a pedir.

Sólo leerlo ya pone de los nervios.

Jesús, en cambio, acepta la provocación. Encara la pregunta.

¿Qué queréis que haga por vosotros?

Bueno, perfecto, Dios es bondadoso, dispuesto, de buen humor.

Y aquí está la petición: ocupar los primeros puestos en el Reino.

Reino - ¿qué Reino? Tres veces les dijo Jesús que acabaría mal, muy mal.

Habló de la muerte y de la cruz, pero también de su opción decidida y obstinada de seguir adelante.

No se detendrá ni siquiera ante la violencia. Llevará a cabo su misión hasta el final.

Y los discípulos también deben elegir ese camino, esa determinación.

Y ahora hablan de gloria.

 Absurdo.

No saben de qué hablan. No saben dónde están. No saben con quién están.

Gloria o luz

No le corresponde al Maestro decidir.

Él es todo y sólo del Padre. Y confía en el Padre. Habrá gloria, pero después de pasar por el valle de las lágrimas de la muerte. Dicen que están preparados, los discípulos. No lo están. No lo estarán.

Bartimeo
Bartimeo

 Marcos, un poco más adelante, nos hace conocer a Bartimeo, el ciego.

 También a él, Jesús le hace la estresante pregunta:

 ¿Qué quieres que haga por ti?

 Y él responderá: que pueda ver.

 Hoy Jesús hace exactamente la misma pregunta:

 ¿Qué quieres que haga por ti?

 Podemos responder: quiero la gloria.

 Podemos aspirar al éxito, al aplauso, al reconocimiento. Incluso los santos, incluso los católicos, incluso los devotos, incluso los humildes.

 O pedir que vea.

 O pedir luz.

 Luz. Luz. Luz.

Déjame ver, Señor, porque estoy hundido en mi oscuridad. Déjame ver.

 Se pelean, los apóstoles.

 No porque reprendan a los Boanerges por su salida imprudente. Sino porque les ganan la partida. Necios. Nadie ha entendido. Nadie está entendiendo. Están lejos de lo que vive el Señor.

Muy lejos.

 Y Jesús sigue dejando a un lado su dolor, su humor, su cansancio.

 Y se hace Maestro. Él enseña.

 No así entre vosotros. No así entre nosotros.

 En parroquias, en grupos,…, entre laicos, entre sacerdotes, entre obispos, entre cardenales.

 Así no. No demandas de visibilidad y reconocimiento. No la lógica corporativa. No la lógica de este mundo. No así. Así no.

 Sino, a imitación del Maestro, autoridad y responsabilidad como servicio, en serio.

 Sin dominio sobre las naciones, sobre los pueblos.

 Sin eminencias.

 Porque de servidores libres y auténticos, de personas que se toman a pecho la felicidad de los demás, sin oposición, sin tonos airados, sin segundas intenciones, el mundo de hoy necesita urgentemente.

 Y la Iglesia.

Que este Sínodo, que este tiempo pos sinodal sean un tiempo para compartir y repensar. No de prácticas burocráticas, sino de un deseo profundo de devolver al mundo un Evangelio accesible y creíble. Sin tratar de desempolvar glorias improbables, sino luz necesaria para hablar de Dios.

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