Carta semanal del arzobispo de Madrid Vivamos escuchando siempre la Palabra de Dios
"Fijad la atención en algo esencial: Dios se revela en la historia, habla a los hombres, dice lo que hace y hace lo que dice"
"¿Cómo hacernos amigos de la Palabra de Dios? Teniendo siempre a mano la Biblia, que ha de ser para nosotros como una brújula que nos indica el camino que seguir"
Os invito y me invito a mí mismo a leer, escuchar y meditar la Palabra de Dios. Os aliento a que acerquéis a vuestra vida la Palabra de Dios. Es Dios mismo quien nos habla. Todos los días, en el inicio del día, en medio o al término, leamos, escuchemos y meditemos un texto de la Palabra de Dios, pues no solo experimentaremos cómo Dios habla, sino que encontraremos esa Palabra que todos necesitamos para hacer el camino de nuestra vida y que no viene de otro igual que nosotros, sino que viene de Dios mismo que se hizo Palabra hecha carne. No es cualquier palabra, es la Palabra de Dios. Quiero haceros esta afirmación desde el inicio de esta carta: la Palabra de Dios es el mismo Jesucristo. Precisamente por ello, cuando nos acercamos a la Palabra, nos acercamos a Cristo. Todos los seres humanos están deseosos de una palabra que les dé salidas y ofrezca caminos, ¿cómo no desear que Cristo nos hable si Él es la Palabra definitiva, clara, contundente, viva, que Dios dice a toda la humanidad? Precisamente por eso, la Iglesia tiene una misión ineludible que nunca puede olvidar y que ha de estar en el corazón de todo discípulo misionero: dar testimonio de la verdad de Jesucristo, Palabra encarnada.
Quisiera compartir con vosotros, que comprendieseis cómo la Palabra y el testimonio no los podemos separar en nuestra vida, van unidos. ¿En qué sentido? La Palabra requiere y da forma al testimonio. De tal manera que la autenticidad del testimonio deriva de la fidelidad total a la Palabra. Me gusta mucho el comentario que san Juan Pablo II hace de unas palabras del salmo 118 que muchas veces hemos escuchado. En uno de sus versículos dice así: «Para mis pies antorcha es tu Palabra, luz para mi sendero» (Sal 118). Y dice el Papa que «el orante se derrama en alabanza de la Ley de Dios, que toma como lámpara para sus pasos en el camino a menudo oscuro de la vida». Fijad la atención en algo esencial: Dios se revela en la historia, habla a los hombres, dice lo que hace y hace lo que dice.
Hemos de acoger y escuchar la Palabra de Dios en la Iglesia; así lo hicieron los apóstoles y la transmitieron a sus sucesores como el tesoro grande que custodia la Iglesia, ya que sin ese tesoro correría el riesgo de perderse. Es muy importante amar la Palabra de Dios y amar a la Iglesia que ha recibido de Cristo la misión de mostrar a los hombres el camino que Él ofrece. Como nos decía el Papa san Juan Pablo II en la encíclica Veritatis splendor, se trata de «liberar la libertad» (n 86), es decir, iluminar la oscuridad para que la humanidad no camine a ciegas. ¡Qué bien viene recordar aquellas palabras de Jesucristo cuando nos dice: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32)! ¿Habéis escuchado algo más grande y valioso para el ser humano que saber que Jesucristo, con su Palabra, nos hace libres y dirige siempre nuestra libertad hacia el camino del bien?
¿Cómo hacernos amigos de la Palabra de Dios? Teniendo siempre a mano la Biblia, que ha de ser para nosotros como una brújula que nos indica el camino que seguir. Con ella aprendemos a conocer a Cristo. Os invito, como hice desde mi llegada a Madrid, a profundizar y gustar la Palabra de Dios por la vía de la lectio divina, que se presenta como un itinerario espiritual por etapas: a) lectio: leer y volver a leer un pasaje de la Escritura en la que nos quedamos con los elementos principales; b) meditatio: que ha de vivirse como una parada interior en la que quien ha leído se dirige hacia Dios comprendiendo lo que la Palabra dice hoy para la vida concreta; c) oratio: por la que nos entregamos a Dios en un coloquio directo con Él, y d) contemplatio: ayudándonos a mantener el corazón atento a la presencia de Cristo, cuya Palabra da luz y hace vivir una vida coherente de adhesión a Cristo.
Cuando todos los primeros viernes de mes se reúnen los jóvenes en la catedral de La Almudena, ante el Señor realmente presente en el misterio de la Eucaristía, escuchamos su Palabra: hay un deseo de construir la vida sobre la roca que es Cristo, acogiendo con alegría su Palabra, que nos ofrece todo un programa de vida. Nunca leamos la Escritura como un libro más. No. Es Palabra de Dios, en la que Él nos ofrece una conversación que tener desde lo más profundo del corazón. Como señalaba san Agustín después de una vida de búsqueda, «he llamado a la puerta de la Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir». La Escritura no hay que leerla en un clima académico, sino orando.
Os invito a dar tres pasos que son importantes para vivir de la Palabra de Dios:
1. Escucha la Palabra de Dios en la Iglesia. La Escritura no es algo privado, hemos de escucharla en la comunión de la Iglesia, junto a todos los grandes testigos de esta Palabra, desde los primeros padres hasta los santos de hoy, junto con el magisterio de hoy. La Palabra está viva en la liturgia; es un lugar privilegiado de escucha, donde el Señor habla con nosotros, se pone en nuestras manos y nos dispone a escucharlo en esa gran comunión que es la Iglesia de todos los tiempos. Un lugar privilegiado para escuchar juntos la Palabra de Dios es la liturgia dominical, en la que el Señor nos habla y se hace presente en el misterio de la Eucaristía. La Palabra de Dios es sustento y vigor de la Iglesia; por ello tiene una fuerza inmensa escucharla todos juntos cuando, en el Día del Señor, estamos profesando la misma fe, celebrando el misterio cristiano, la vida de Cristo, y realizando la oración cristiana.
2. Conoce a Cristo por medio de la Palabra. Cristo se nos da a conocer en su persona, en su vida y en su doctrina por medio de la Palabra de Dios. En este momento histórico en el que tantas palabras llegan a los oídos de los hombres, es necesario que asumamos una manera de vivir y de ser, esa que tantas veces nos está proponiendo el Papa Francisco: seamos «discípulos misioneros». Ello requiere educarnos en la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Que todos los hombres a los que nos acerquemos en nuestra vida vean que las palabras de Jesús son espíritu y vida. El compromiso misionero que todos los discípulos de Cristo tenemos requiere que pongamos nuestra vida en la roca que es la Palabra de Dios. Hemos de saber decir al Señor gracias, porque, a través de la Palabra, lo conocemos; conocemos que hay una palabra viva que es luz en medio de la oscuridad, en medio de tantos problemas para los que no vemos solución. La Palabra nos ofrece salidas, caminos reales de vida y de amor.
3. Conoce a Cristo para vencer el laicismo, confiando en el poder de la Palabra de Dios. En el desafío del laicismo propio de nuestra sociedad hemos de meditar cada día la Palabra, hacerla oración, de tal modo que nos convirtamos en testigos verdaderos de Cristo que, acogiendo en nuestra vida la Palabra, sabemos explicar con nuestro testimonio y con nuestras palabras esa verdad que hace más grandes a los hombres. Lo hacemos firmemente arraigados en la comunión eclesial, sabedores de que la Palabra de Dios garantiza nuestro camino vital: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 23). Tenemos que conservar el gusto por la Palabra de Dios: aprenderemos a amar a todos los que encontremos por nuestro camino y a ser interpelación verdadera, pues la Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Cardenal Osoro, arzobispo de Madrid