Osoro apela a "una responsabilidad máxima" durante las vacaciones
El coronavirus nos ha hecho experimentar a todos que somos vulnerables, pero también que está en nuestras manos reducir el peligro para otros
La sociedad tiene derecho a que los bautizados llevemos, en estos momentos de la historia, el mensaje de Jesucristo con energía y valentía. Nuestro mundo está hambriento y sediento de Dios. Sí, también allí donde pasas el verano. No se trata de imponer, sino de orientar
Este verano, en el que algunos ya estáis de vacaciones y muchos quizá tenéis que quedaros en vuestras casas, está marcado por la pandemia. El coronavirus nos ha hecho experimentar a todos que somos vulnerables, pero también que está en nuestras manos reducir el peligro para otros. Allá donde estemos, se nos llama a vivir con una responsabilidad máxima al lado de los demás y a animarnos a la esperanza de días mejores.
En el caso de los cristianos, estos días son una nueva oportunidad para tomar conciencia de la gracia que supone ser bautizados y enviados. Siente la inmensa tarea que el Señor te regaló el día de tu Bautismo, pues ese día también te hizo misionero. Tienes un tiempo maravilloso para pensar y descubrir que estás llamado a anunciar y llevar al mundo la salvación de Jesucristo. ¿Cómo lo puedes hacer en estos momentos? Sabiéndote responsable de la vida de los demás. Descubre que, ante el virus que nos amenaza y nos infecta, no podemos seguirnos considerando amos, dueños, señores, olvidando que en realidad somos meros administradores de lo creado. Ello nos debe de llevar a vivir en un respeto total a los demás, a procurar el bien del otro, a descubrir que las trasgresiones en el cuidado del otro provocan desorden y amenaza en la vida de los demás. Es hora de responder con fuerza y autenticidad a aquella pregunta que sigue haciendo Dios: «¿Dónde está tu hermano?». No podemos hacer nada sin pensar cómo repercute al otro. Aprendamos a aceptar los límites que tiene nuestra propia libertad.
Durante la pandemia nos hemos hecho conscientes de nuestra fragilidad, finitud y vulnerabilidad. También hemos redescubierto la gran sed que hay en el ser humano de Dios. Muchas veces es inconsciente, pero la sed de Dios existe. El gran hito de la historia es la llegada del Hijo de Dios a esta tierra: hay que volver a contemplarlo, hay que anunciarlo… Para hacerlo, como dice el Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, hay que estar abiertos al Señor y a los demás: «Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás. Ya no entra en los pobres. Ya no se escucha la voz de Dios. Ya no se goza de la alegría de su amor. Ya no se palpita el entusiasmo por hacer el bien».
La sociedad tiene derecho a que los bautizados llevemos, en estos momentos de la historia, el mensaje de Jesucristo con energía y valentía. Nuestro mundo está hambriento y sediento de Dios. Sí, también allí donde pasas el verano. No se trata de imponer, sino de orientar:
1. Bienaventurado si anuncias sin miedo que Dios quiere al ser humano, que Jesucristo se hizo presente en el mundo por ti. Conmuévete ante esta realidad.
2. Bienaventurado porque eres misionero si vives en comunión. Escucha a Jesús que te dice: «Que todos sean uno para que el mundo crea».
3. Bienaventurado si sabes dialogar con quien te encuentras, llevando a cada cual la verdad, la justicia, el amor, la misericordia.
4. Bienaventurado si eres profeta, es decir, si anuncias algo grande: que la vida tiene sentido, que somos hijos de Dios, que la vida no acaba.
5. Bienaventurado si cada día tomas más conciencia de que ser bautizado es unirte a Cristo y asumir el compromiso de vivir de Él, de darlo a conocer con tu vida.
6. Bienaventurado si haces ver por tu vida que eres sal de la tierra y luz del mundo, si das sabor y resplandor.
7. Bienaventurado si eres misionero y tienes pasión por la misión, ya que tu vida es de convertido, de nacido a una vida nueva que interpela y suscita asombro.
8. Bienaventurado si reconoces que vivir en una comunidad humana en riesgo exige una ética que nos insta a abordar todas las estructuras de pecado que existen. El bien común de nuestro mundo no puede lograrse sin una verdadera conversión de las mentes y corazones (cfr. Laudato si, 217-221).
Con gran afecto os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro
Arzobispo de Madrid